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martes, 30 de enero de 2024

¿Hace frío en el país de los laicos?


Ayer, mi amigo Santos Blanco (último por la derecha en la foto), director de la película Libres, recibió el Premio Bravo de Cine concedido por la Comisión Episcopal para las Comunicaciones Sociales. Es un reconocimiento al talento y la visión cristiana de este joven director. ¡Enhorabuena! Espero que siga brindándonos nuevas películas creativas, hermosas y estimulantes.


También ayer recibí un mensaje de otro amigo artista, músico desde niño. Se trata de Jesús Morales (Chito), uno de los trece hermanos de la familia de Brotes de Olivo. Me invitó a leer la última entrada de su blog personal, cosa que hice con atención y gratitud. Le prometí que compartiría en este Rincón lo que la entrada me sugiriese. Y aquí estoy, cumpliendo mi palabra. 

En su entrada, Chito comienza diciendo que “en el país de los laicos hace mucho frío”. Confieso que esta frase inicial suscitó mi curiosidad. Entendí, por contraposición, que en el país de los curas y de los religiosos, en el que yo vivo, debe de hacer mucho calor o, por lo menos, una agradable temperatura primaveral. Chito explica un poco más en qué consiste esa temperatura invernal: “Quienes se dedican a trabajar dentro de la iglesia y no tienen ningún tipo de cobertura, viven en una provisionalidad que, a veces, es asfixiante”. La breve entrada, de solo 302 palabras, termina así: “No sé quién será el fundador de los laicos: a quién tenemos que rezar o por quién asistiremos al triduo. Por eso, nos vemos obligados a seguir al maestro”.


Chito se queja, en definitiva, de que muchos laicos que se están partiendo el lomo en el campo de la evangelización no tienen la “cobertura” (como él dice) o el amparo institucional del que gozan los sacerdotes y los religiosos. Detrás de nosotros hay siempre una diócesis o una congregación que nos cubre las espaldas, tanto desde el punto de vista espiritual como pastoral y económico. Creo que Chito lleva bastante razón. Conozco a laicos que son profesores de religión, catequistas, visitantes de enfermos o presos, agentes sociales, artistas, etc. que tienen que realizar su trabajo más como “francotiradores” que como “enviados” de la comunidad cristiana. 
Es probable que en algún caso se deba a su carácter individualista o a problemas de diversa índole con la institución eclesial, pero en la mayoría se debe a una deficiente conciencia de la riqueza ministerial de la Iglesia. 

Todavía no valoramos en su justa medida el gran aporte que muchos laicos, casi siempre de manera desinteresada, están haciendo a la misión. El Bautismo y la Confirmación nos capacitan a todos para ser testigos y mensajeros del Evangelio. No hace falta una particular missio canonica para ser evangelizadores. Todos los cristianos lo somos en los ámbitos en los que vivimos: familia, escuela, trabajo, etc. Pero es verdad que hay algunos laicos que sienten la llamada a dedicarse “ministerialmente” a algún área específica de la misión y que quieren poner sus talentos a su servicio.


Hace poco menos de tres años que la Iglesia ha instituido el ministerio de catequista. Creo que, siguiendo esa línea, sería necesario “instituir” o
“reconocer” otros que son imprescindibles para la realización sinfónica de la misión desde una perspectiva verdaderamente sinodal. En ese caso, las diócesis y las parroquias respectivas tendrían que responsabilizarse de su formación, promoción y acompañamiento, incluyendo la justa remuneración económica si fuera necesario. 

Mientras tanto, la única forma de que en el país de los laicos no haga tanto frío es insertarse en comunidades cristianas (parroquiales, de base, etc.) que aseguren el imprescindible contexto comunitario para que la misión personal sea fruto de un envío y no solo de una iniciativa individual. Ese “envío” comunitario es la fuente de la que mana el apoyo que todo evangelizador necesita. Por desgracia, no todas las parroquias están en condiciones de asegurar esto, pero me parece la dirección correcta. 

No sé si mi amigo Chito tiene alguna otra sugerencia desde lo que él está viviendo a pie de calle. En cualquier caso, ha puesto el dedo en una llaga que nos obliga a repensar la ministerialidad en la Iglesia. Además de los ministerios ordenados (obispo, presbítero y diácono) e instituidos (acólito, lector y catequista) y de las diversas formas de consagración, hay una enorme variedad de servicios laicales que el Espíritu suscita y que, sin someterlos a una rígida estructuración, es necesario discernir, acompañar y apoyar. Gracias, Chito, por ayudarnos a pensar algo que afecta mucho a la vitalidad y credibilidad de la misión cristiana.

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