Ayer lucía un sol primaveral en Madrid. El anticiclón no nos deja. Estamos todavía en pleno invierno, pero hace tiempo que nos hemos acostumbrado a que muchas cosas -incluido el tiempo meteorológico- se salgan de madre. Vivo a cuatro pasos de la plaza de España, así que, aprovechando el buen tiempo y la tranquilidad del domingo, me animé a acercarme para ver cómo se estaba desarrollando la manifestación organizada por el Partido Popular contra la ley de amnistía. La potente megafonía amplificaba los mensajes de los líderes políticos que subieron al pequeño estrado que se alzaba junto al monumento al Quijote. Abundaban las banderas de España y del Partido Popular Europeo, que se podían adquirir en algunos puestos ambulantes situados en las calles adyacentes.
Los mensajes, comenzando por el del alcalde de Madrid, sonaban contundentes, pero el público se limitaba a aplaudir de vez en cuando y a corear algunas consignas como “Sánchez, menos ambición y más constitución”, “Menos nacionalismo, más europeísmo” y otras un poco menos finas. Todo muy pacífico y aseado, de domingo de primavera anticipada. Predominaba la gente mayor y de mediana edad, aunque no faltaban también grupos de jóvenes con pequeños carteles en inglés y hasta algunos niños. Se respiraba un aire de fiesta más que de protesta.
En los años que pasé en Italia las manifestaciones reivindicativas eran mucho más “cañeras”. El hartazgo se traducía en acciones un tanto belicosas que a veces se volvían violentas.
No es que yo defienda el estilo italiano o el francés (que es todavía más contundente), pero me temo que una pacífica manifestación dominguera pasará sin pena ni gloria, sobre todo porque el clamor de la calle no encuentra eficaces vías parlamentarias que permitan lograr cambios de entidad, al menos por el momento. Es probable que dé frutos a medio o largo plazo.
Lo más positivo de todo es que muchos ciudadanos no se limitan a quejarse frente al televisor o a desahogarse en las tertulias con sus amigos, sino que se expresan abiertamente en la calle. La salud democrática de un país depende de la libre expresión de las ideas y, sobre todo, de la convicción de que todos somos corresponsables (no meramente votantes ocasionales) de la cosa pública.
Lo peor que puede pasar es que las nuevas generaciones, hastiadas de una política polarizada e inoperante, se inhiban de sus responsabilidades ciudadanas. Ese es el terreno propicio para que crezcan las derivas autoritarias y para que acabemos comulgando con ruedas de molino. Se necesita un nuevo brío democrático que nos permita salir del laberinto en el que nos han metido. Confío mucho en los jóvenes, aunque a primera vista parezca que no les interesa la política.
Por lo demás, “la vida pasa felizmente si hay amor”, como cantaba hace lustros Luis Aguilé. A medida que transcurre el tiempo, uno se da cuenta de que, aunque haya realidades muy importantes (el trabajo, la política, la patria, la economía, la ciencia, etc.), el verdadero motor de una vida con sentido es el amor. No me atrevo a decir de una vida “feliz” porque el término es tan polisémico que, más que ayudarnos a comprender, nos desorienta. Si todas las realidades anteriores, por importantes que parezcan, no nos ayudan a amar más a las personas, acaban revelándose intrascendentes y prescindibles.
¡Qué reconfortante es encontrar de vez en cuando a algún político que entiende su compromiso público como una expresión de amor a las personas (no a las ideas), sobre todo a las más indefensas! En el cainismo social en el que vivimos, estos políticos son una rara avis, pero todavía existen. A corto y medio plazo siempre salen perdiendo porque los partidos no funcionan según la lógica del amor. A largo plazo, algunos de ellos (pocos) se convierten en luminarias que nos muestran el verdadero camino. Primero los despreciamos y luego los matamos a homenajes. ¡Así solemos ser los humanos! Nihil novum sub sole.
Tema difícil… hay opiniones de todos los colores… Estoy de acuerdo contigo de que: “…Se necesita un nuevo brío democrático que nos permita salir del laberinto en el que nos han metido.”
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