Todo el mundo sabe que Madrid no tiene mar, aunque parece que dispone de algunas playas. Pero todo el mundo sabe también que en la primera semana de diciembre, aprovechando el acueducto de la Constitución y la Inmaculada, la ciudad se inunda con una marea humana que recuerda a las calles de Tokio. Ayer fue un ejemplo palmario. Resultaba difícil moverse por la puerta del Sol y calles adyacentes. La plaza Mayor y la plaza de España, adornadas con casetas navideñas, estaban también repletas de gentes de todas partes, incluyendo unos cuantos madrileños.
Pues precisamente ayer acompañé a un variopinto grupo de casi 50 personas (niños, jóvenes y adultos) de la parroquia de Vinuesa y pueblos vecinos en una ruta urbana por el centro de Madrid. Lo sorprendente del caso es que nadie se perdió y todos disfrutaron del paseo a pesar de tener que navegar todo el día entre las olas de innumerables turistas y visitantes. Para alguien que vive en un entorno muy tranquilo viene bien de vez en cuando este baño de multitudes. Así se aprecia más el valor de la calma y el silencio. Para quienes vivimos en la ciudad, resulta un poco agobiante, pero todo tiene su encanto si está bien dosificado.
Todo empezó junto a la fuente de Neptuno. Dejando atrás el museo del Prado, la iglesia de los Jerónimos, los hoteles Ritz y Palace y la plaza de la Lealtad, ascendimos hasta Cibeles por el bulevar del paseo del Prado. No había prisa. Al bordear el Banco de España, los más jóvenes recordaron la serie La casa de papel. Era inevitable. Abundaron las fotos a la diosa Cibeles y al ayuntamiento. Girando a la izquierda, enfilamos la anchísima acera de la calle Alcalá. Quienes apenas conocían la ciudad se sorprendieron de la elegancia de edificios como la sede del Instituto Cervantes, la del Círculo de Bellas Artes o el Metrópolis, que hace de esquina entre Alcalá y Gran Vía.
Los móviles volvieron a dispararse frente a la fachada del hotel Four Seasons. Era obligado. La elegante decoración navideña no deja a nadie indiferente. Y, ¡por fin!, la puerta del Sol. Desde que es peatonal, ha aumentado el número de personas que transitan por ella. Algunos se fotografían frente a la osa y el madroño. Otros prefieren hacerlo frente al abeto de luces que han colocado en el centro o junto a la estatua ecuestre de Carlos III. Sigue la marea de personas que llevan bolsas cargadas con compras prenavideñas.
Después de más de media hora guardando cola, pudimos acceder al patio central de la Real Casa de Correos, sede de la presidencia de la comunidad de Madrid. Con tranquilidad nos sumergimos en el grandioso belén que un año más ha montado la Asociación de Belenistas de Madrid. El belén cuenta con una extensión total de 280 metros cuadrados y alrededor de 400 figuras diferentes. Todos nos quedamos sorprendidos de su magnitud y belleza. De nuevo los móviles entraron en acción. Me cuesta entender por qué hay algunas personas contrarias a estas hermosas tradiciones, aunque la verdad es que en Madrid son muy populares. La prueba son las colas infinitas que se forman para visitar los belenes más significativos.
Un belén, como tantas otras manifestaciones artísticas, tiene varias capas. Algunos se contentan con la capa de la belleza; otros se preguntan por la historia subyacente; abundan quienes se sienten movidos a una expresión más viva de su fe. Del belén al restaurante donde comimos hay cuatro pasos, así que no anduvimos apurados. La comida fue un hermoso y dilatado momento de amistad. Todavía quedaba la tarde para visitar la plaza Mayor, el Palacio Real (aunque la visita se frustró por apurar demasiado la hora de entrada) y la catedral de la Almudena. Las últimas horas hasta las 8 de la tarde transcurrieron en el entorno de la plaza de España y la Gran Vía, navegando entre olas crecientes de viandantes nocturnos.
¿Qué significa este paseo prenavideño? Cada persona tendrá sus motivaciones y expectativas, pero es una herramienta útil para hacer comunidad. Uno de los grandes problemas que hoy tenemos en la pastoral parroquial es la falta de tejido comunitario. Cada uno vamos a lo nuestro. A veces, reducimos las iglesias a expendedurías ocasionales de servicios religiosos. Es necesario trenzar los hilos individuales para componer un tejido intergeneracional que sirva de base para otros fines más ambiciosos. Creo que el paseo de ayer fue un buen paso en esa dirección. ¡Que se repita!
Estabais al mismo tiempo q yo. Q pena no haberos visto.
ResponderEliminarPasear por un recorrido bien planeado y con un buen guía que tiene clara la finalidad de este paseo, de bien seguro que has conseguido, como dices, que se hayan ido “… trenzando los hilos individuales para componer un tejido intergeneracional que servirá de base para otros fines más ambiciosos…” , de bien seguro que será recordado por mucho tiempo.
ResponderEliminarCon el contraste siempre valoramos más lo que tenemos, en este caso la paz y el silencio de un lugar más tranquilo.
Gracias Gonzalo, por hacernos partícipes de este recorrido que nos ayuda a conocer un poco más de Madrid y sus fiestas. Como lo describes, aunque lo desconozca, es fácil sentirme cercana.
No veas lo que me alegro de tu paseo con los visontinos en Madrid pero, verdaderamente este puente en las zonas centrales de Madrid(El Carmen, Preciados, Montera... ) ha sido cómo una ratonera. Supongo que habréis evitado esta aglomeración. Felicidades por el éxito y Feliz Navidad
ResponderEliminarCarlos me ha enviado el contacto, no conocía el blog y me ha parecido precioso.
ResponderEliminarGracias Gonzalo. Una bonita crónica del viaje a Madrid. Fue un día estupendo, de convivencia y recreo para todos: mayores, jóvenes y niños.
Terminamos muy cansados, pero muy contentos.
Gracias a los organizadores.
Mi gratitud por parte de las personas que no podemos hacer paseos. Pero aprovecho la oportunidad para preguntar: ¿Cuando será presentado en sociedad el libro de J.T.L. para que posteriormente sea puesto a la venta? Con lo bien que nos vendría recibirlo como regalo de Reyes. Ahí queda "eso"
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