¿Qué pasaría si leyéramos el evangelio de esta solemnidad de la Inmaculada Concepción alterando el sentido original y situándolo en el mundo de hoy? Tendríamos un relato provocativo que podría sonar así:
En aquel tiempo, el demonio Belzebú fue enviado por el jefe de los demonios a una ciudad de Europa de nombre incierto, a una chica joven que salía con un chico de su edad. La chica se llamaba Martina. El demonio, entrando en su presencia, dijo: «Maldita tú, desgraciada, el Señor no está contigo.» Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél. El demonio le dijo: «Asústate, Martina, porque no has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Diego. Será insignificante, se creerá el rey del mambo, pero su fama será efímera.» Y Martina dijo al demonio: «¿Cómo será eso si yo he soñado con tener un hijo influencer?». El demonio le contestó: «El Maligno vendrá sobre ti, y su fuerza te cubrirá con su sombra; por eso el que va a nacer se creerá muy importante. Martina contestó: «Aquí está la esclava de Belzebú; hágase en mí según tu palabra.» Y desde entonces no la dejó el demonio ni a sol ni a sombra.
Esta historia es una ficción casi blasfema, pero es la experiencia que tienen algunas personas que se sienten completamente desgraciadas en la vida, que consideran que Dios se ha olvidado de ellas y que están poseídas por el mal. El mal adquiere la forma de una enfermedad dolorosa, de una depresión incurable, de un desprecio constante por parte de los demás, de una adicción severa o de una falta total de sentido en la vida. Hay personas que no se sienten queridas, que consideran que su vida es un error o un accidente, que están como endemoniadas.
No se esfuerzan por cambiar o progresar porque han experimentado que todo esfuerzo es inútil, que hay algunos que nacen con estrella y otros estrellados. Es muy duro creer que estás en el mundo sin un propósito, que nadie te llama ni te espera, que tu vida no responde a una vocación sino, más bien, a una antivocación. ¿Qué hacer? ¿Cómo afrontar una situación que parece insuperable? ¿Existe alguna puerta de salida o solo cabe resignarse a vivir el infierno en la tierra?
La fiesta de la Inmaculada Concepción nos propone meditar sobre la vocación de María y, a partir de ella, sobre nuestra propia vocación. Ella es la “llena de gracia”, la mujer inundada por Dios. Nosotros hemos sido elegidos “en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor”. Ella ha sido destinada a ser la madre del Salvador: “Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús”. Nosotros hemos sido destinados “en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya”.
María se ha sentido turbada y confundida ante la inmensidad de su vocación. Nosotros podemos experimentar también el vértigo de sabernos llamados por Dios a ser sus hijos sin saber lo que eso significa. Pero, tanto en el caso de María como en el nuestro, “nada es imposible para Dios”. La fuerza del Espíritu Santo nos cubre y nos da fuerza. Con ella, María es capaz de responder sí a la vocación que Dios le regala: “Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”. ¿Y nosotros? Tanto a ella como a nosotros el ángel nos deja para que aprendamos a vivir de la fe en la promesa de Dios sin las consolaciones de la presencia angélica.
No hay vida desgraciada para quien, por mediación de María, descubre que Dios se ha fijado en él o en ella, que todos los seres humanos somos bendecidos “en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales”. Es probable que la serpiente quiera convencernos de lo contrario. Las múltiples tentaciones nos empujan a entender nuestra vida como antivocación. Es precisamente en esos momentos de prueba en los que los seres humanos debemos contemplarnos en el espejo de María inmaculada para entender cuál es nuestra verdadera identidad y nuestro destino final.
Solo nos queda musitar con nuestros labios la oración más antigua -Sub tuum praesidum- dirigida a la madre de Dios: “Bajo tu amparo nos acogemos, / Santa Madre de Dios; / no deseches las súplicas / que te dirigimos en nuestras necesidades; / antes bien, líbranos siempre / de todo peligro, / ¡Oh Virgen gloriosa y bendita!”.
Al leer el título “la antivocación”… de entrada ¡¡¡me ha sugerido tantas escenas!!! El tema es provocativo… He pensado en el contraste de la luz y la oscuridad… Conocemos a una por la ausencia de la otra.
ResponderEliminarGracias Gonzalo porque, con el contraste, nos ayudas a valorar la vocación a la que hemos sido llamados… En muchos momentos no es fácil ser conscientes de ello. Has aportado luz.
Feliz fiesta de María, la Inmaculada…