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domingo, 24 de septiembre de 2023

Dios es bueno con todos


La parábola que Jesús nos cuenta en el Evangelio de este XXV Domingo del Tiempo Ordinario siempre me ha desconcertado porque presenta un Dios demasiado bueno que no encaja con nuestra manera humana de afrontar la vida. A nosotros nos gusta programar, calcular, repartir equitativamente las cargas, evitar los privilegios y, en definitiva, dar a cada uno lo suyo. La parábola de Jesús y el mensaje del profeta Isaías (“Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos”) parecen ir en otra dirección. 

Jesús expresa este contraste poniendo en labios del propietario de la viña (o sea, Dios) una pregunta punzante: “¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?”. Nunca se me hubiera ocurrido pensar que el ser humano tuviera envidia de Dios por el hecho de que Él sea bueno. Es como si, acostumbrados a una idea temible y justiciera de Dios, nos costara comprender y aceptar su bondad. Nos asusta tanto la idea que algunos cristianos sienten escrúpulos y, para mitigar este exceso, enseguida añaden: “Pero también es justo”. ¡Como si la bondad y la justicia de Dios fueran realidades contrarias! Dios es justo (a su manera, no a la nuestra) siendo bueno. Me parece que este es el mensaje central de este domingo. Lo demás no tiene gracia, no es divino, no es evangelio.


El breve fragmento del capítulo 55 del profeta Isaías que leemos en la primera lectura comienza con estas palabras: “Buscad al Señor mientras se le encuentra, invocadlo mientras esté cerca”. Los verbos “buscar” e “invocar” son propios de quien se sabe necesitado. Cuando estamos cómodos, no buscamos. Cuando nos sentimos seguros, no invocamos. Creo que hoy, aunque anestesiados por muchas cosas, comenzamos a sentirnos incómodos e inseguros en un mundo que parece caminar sin rumbo. He leído que algunos multimillonarios norteamericanos están buscando refugios para sí mismos porque temen que la combinación de una hecatombe nuclear (reactivada con la guerra de Ucrania), una pandemia devastadora y un colapso informático pongan a la humanidad al borde de la extinción. 

Yo no creo que lleguemos a ese extremo, pero es indudable que lo que estamos viviendo nos abre los ojos. ¿Por qué la humanidad ha llegado a este punto? ¿Tiene algo que ver con la pérdida del sentido de Dios? ¿Nos hemos olvidado del Dios bueno que solo busca nuestra salvación? ¿Qué quiere decir Jesús cuando afirma que “los últimos serán los primeros y los primeros los últimos”? ¿No habrá llegado el momento de conjugar menos verbos como enriquecerse, disfrutar, medrar, mentir, etc. y de centrarnos en el buscar e invocar? La última conjugación no es difícil, pero exige un poco de lucidez y muchísima humildad.


Hoy celebramos con toda la Iglesia la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado. Con este motivo, el papa Francisco nos ha dirigido un mensaje en el que nos recuerda que “es necesario un esfuerzo conjunto de cada uno de los países y de la comunidad internacional para que se asegure a todos el derecho a no tener que emigrar, es decir, la posibilidad de vivir en paz y con dignidad en la propia tierra”. Una comunidad como Madrid acoge a hombres y mujeres venidos de Rumanía, Marruecos, Colombia, China, Venezuela, Perú, Italia, Ecuador, Honduras, Paraguay, República Dominicana, Ucrania, Bulgaria, Portugal, etc. En la capital, el 14% de la población es extranjera. Basta pasear por las calles del centro (sobre todo, el barrio de Lavapiés) para percibir esta gran diversidad. 

Las reacciones de la gente son muy diversas. Hay algunos que consideran que se trata de una “invasión” que acabará alterando la convivencia pacífica. No faltan indicadores para pensar así. Hay otros que, si no les afecta de manera directa, se muestran tolerantes y casi indiferentes. Y hay, finalmente, muchos (espero que la mayoría) que se muestran acogedores porque adivinan que, detrás de cada persona, hay una situación de necesidad o incluso de riesgo. Si las circunstancias empeoraran, cualquiera de nosotros podríamos vernos abocados a emigrar. 

Por otra parte, su presencia es necesaria en muchos sectores productivos y asistenciales. Lo único que piden es que se regule este flujo con criterios de humanidad y racionalidad. Sea como fuere, el futuro va en la línea de sociedades multiétnicas, multiculturales y multirreligiosas. Los cristianos sabemos mucho de eso. Podemos aportar nuestra capacidad de acogida e integración, conscientes de que todos somos trabajadores en la viña del Señor y de que los de la última hora también tienen derecho a su denario, porque “los últimos serán los primeros y los primeros los últimos”.


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