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lunes, 7 de agosto de 2023

El rosario de mi madre


Todas las mañanas, a eso de las 10.30, después de que ella haya desayunado, rezo el rosario con mi anciana madre. Lo hago con un rosario que me regaló hace años el papa Juan Pablo II y que guardo en mi mesilla de noche. Si Dios quiere, mi madre cumplirá dentro de un mes 91 años. Su salud está deteriorada, pero eso no impide que todos los días podamos rezar con calma los cinco misterios correspondientes. Acostumbrada desde niña a considerar los misterios gozosos, dolorosos y gloriosos, no ha asimilado bien los luminosos, por más que san Juan Pablo II los añadiera hace ya más de 20 años. 

Disfruto mucho rezando el rosario con mi madre. Nos vamos alternando en la recitación de las avemarías. Rematamos la oración con las letanías. Caigo en la cuenta de que, en la versión actual, hay referencias “nuevas” a María como Madre de la Iglesia, Consuelo de los migrantes o Reina de la familia. Cada día me pregunto cómo es posible que una oración tan repetitiva siga siendo tan popular. Se necesita mucha humildad para saber rezar el rosario. Por eso, la gente más sencilla se siente muy a gusto. Los ilustrados encuentran (encontramos) algunas objeciones y excusas.


Suelo imaginar a la Virgen María como una mujer joven, quizás porque siempre recordamos que fue madre con 14 o 15 años. Pero en estos últimos tiempos, quizás por influencia de mi madre, la imagino también como una mujer madura (en torno a 50 años) que acoge en sus brazos el cuerpo exánime de su hijo. Y también como la mujer anciana, con el cabello canoso, que se reúne en Jerusalén con la primitiva comunidad. No sabemos a qué edad murió María, pero, a diferencia de Jesús, que murió con poco más de 30 años, María vivió todas las etapas normales de la existencia. 

Podríamos decir que su itinerario vital pasó los misterios gozosos, luminosos, dolorosos para acabar en los gloriosos. Algo de esto me viene a la mente mientras mi madre dice: “Dios te salve, María, llena eres de gracia…”. Y yo respondo: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores…”. Hacer esto 50 veces cada día va dejando una imperceptible huella en el alma. El fruto inmediato del rosario cotidiano es una sensación de paz, no exenta de un poco de adormilamiento (sobre todo, en el caso de mi madre) y de suave alegría.


Ayer terminó en Lisboa la JMJ. Como era de temer, los medios generalistas han hecho una cobertura escuálida. Algunos han dedicado más atención al problema de las medusas en algunas playas o a festivales veraniegos de poca monta que a la concentración de miles de jóvenes de todo el mundo en Lisboa para vivir y celebrar la fe. Hoy algunos medios ignoran lo sucedido y otros hacen balances de diverso tipo. Yo me quedo con la opinión de uno de los monaguillos que ayer me ayudó en la misa dominical. Es un muchacho de 12 años, despierto, sensible e inteligente. Con mucho desparpajo me dijo: “Yo creo que muchos van a la JMJ porque hay música y baile; si no, no irían”. Es probable que tenga razón. La JMJ puede morir de éxito si se convierte en un macrofestival al uso y se aleja inadvertidamente de sus objetivos primigenios. 

Hay cuatro años por delante, hasta la JMJ de Seúl, para reflexionar sobre ello e ir ajustando las coordenadas. Mientras tanto, estoy convencido de que miles de jóvenes, con baile o sin baile, han experimentado que la existencia humana tiene otro color cuando se la contempla desde la fe en Jesucristo. Estoy esperando el informe de primera mano de mi amigo reportero. Yo sigo con mi JMA (Jornada Matutina de la Ancianidad), convencido de que también con un rosario en las manos, en compañía de mi anciana madre, la existencia tiene el color mariano de la serenidad, la alegría y la esperanza.

2 comentarios:

  1. La verdad es que rezar el rosario da mucha serenidad. No lo rezo diariamente, pues ni recuerdo los que tocan según el día. Pero sí. Si rezuma el rosario y la letanía serenidad. Saludos y salud para la madre

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  2. Cuando, de pequeños, se ha podido rezar el rosario en familia, con los padres, con la abuela, es una experiencia que no se olvida y que ha ido dejando huella en nuestro interior sin ser conscientes de ello. Cada vez que lo rezo me transporta a mi infancia con recuerdos nítidos de mis padres, hermanos, abuela.
    A veces empiezo con rutina y hay momentos concretos que hay palabras que me hacen parar y ser consciente de lo que estoy diciendo, como “el Señor está contigo”
    Disfruta Gonzalo de la gracia que tienes de poder rezarlo con tu madre. Un abrazo.

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