Mi domingo no se parece nada al que había imaginado. A esta hora tendría que estar viajando de regreso a Madrid para emitir mi voto en las elecciones generales de hoy. Pero estoy escribiendo esta entrada en una habitación de la planta quinta del Hospital Santa Bárbara de Soria acompañando a un familiar muy cercano. Por si fuera poco, esta tarde tengo que celebrar el funeral de un tío mío que falleció ayer. La vida tiene un ritmo que no siempre coincide con nuestros programas. Por eso, es bueno saber surfear, aprovechar la fuerza de la ola que viene. Toda experiencia tiene su pérdida y su ganancia.
Me quedaré sin votar (confieso que esta vez quería hacerlo), pero, a cambio, tengo la oportunidad de estar cerca de una persona a la que quiero mucho. Es obvio que en la balanza de la vida la segunda opción pesa infinitamente más que la primera, por más que unas elecciones tengan un gran significado para la vida de un país. Confío en que, a pesar de las condiciones climatológicas adversas y de la dispersión vacacional, mucha gente se acerque a las urnas y exprese con libertad su opinión.
Me gusta la oración de la primera lectura de este XVI Domingo del Tiempo Ordinario: “Tú, poderoso soberano, juzgas con moderación y nos gobiernas con gran indulgencia, porque puedes hacer cuanto quieres”. Y todavía más lo que Pablo dice en la carta a la Romanos: “El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables”. Siempre me ha desconcertado un poco eso de que nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene. En realidad, solo Dios sabe lo que nos conviene en cada momento. Por eso, la mejor actitud, la única, es darle gracias y ponernos en sus manos.
De las varias parábolas incrustadas en el Evangelio de hoy me quedo con la del grano de mostaza: “El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas y vienen los pájaros a anidar en sus ramas”. La desproporción entre la minúscula semilla y el porte del árbol es llamativa. Eso es lo que sucede con todo lo de Dios. En apariencia es sencillo, pero contiene una tremenda energía transformadora.
Afuera se nota ya el calor de la jornada. Dentro de la habitación del hospital la temperatura es suave. Funciona bien el aire acondicionado. Todo está muy limpio. Hay silencio. Puedo escribir sin interrupciones. En cada habitación hay una (o dos) historias de dolor y sufrimiento. No siempre está en nuestra mano suprimirlos de golpe, pero sí acompañarlos con cercanía y discreción. Es esto lo más parecido a lo que Dios hace con cada uno de nosotros. Nunca nos deja de su mano, aunque no siempre suprime las pruebas de la vida.
Sé que las elecciones de hoy son muy importantes para mi país, pero la historia de cada persona es tan valiosa como la de un pueblo entero. La fe cristiana no se pierde en colectivismos. Cada ser humano es digno, respetable, grandioso. Para Dios no somos un número anónimo de una serie infinita. Somos hijos e hijas con nombre y apellidos. Por eso, no se puede perder ni una sola persona. Nadie sobra. Esta es la grandeza del amor. Me alegro de poder celebrarlo en la habitación de un hospital en este luminoso domingo.
Me siento muy identificada por una situación de amigos que viví ayer. Por eso me llama la atención y me ayuda cuando escribes: “es bueno saber surfear, aprovechar la fuerza de la ola que viene. Toda experiencia tiene su pérdida y su ganancia.”
ResponderEliminarY también: “La desproporción entre la minúscula semilla y el porte del árbol es llamativa. Eso es lo que sucede con todo lo de Dios. En apariencia es sencillo, pero contiene una tremenda energía transformadora.”
Gracias Gonzalo por compartir.