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lunes, 24 de julio de 2023

Pasaba por ahí


De vuelta a Madrid, repaso los periódicos digitales para ver cómo enjuician los resultados de las elecciones de ayer. Como se había pronosticado, ningún partido ha obtenido la mayoría absoluta. La paradoja consiste en que, contando con sus respectivas alianzas, el partido ganador lo tendrá casi imposible para gobernar mientras el partido perdedor es posible que consiga alzarse con el poder. La ley permite jugar con la aritmética parlamentaria. Desde el punto de vista legal, no hay nada que objetar a que el actual presidente del gobierno logre un nuevo mandato con el apoyo de su partido y una constelación de pequeños partidos. Pero, más allá de la legalidad, ¿responde a la lógica democrática que una minoría condicione la gobernabilidad de un país por encima de la voluntad mayoritaria, aunque no absoluta, de sus ciudadanos? ¿No resulta contradictorio que el gobierno de un país dependa, al final, de aquellos que quieren separarse de él, que reniegan de sus instituciones y que a menudo ridiculizan sus símbolos? 

No sé lo que sucederá en las próximas semanas, pero no va a resultar fácil ordenar el laberinto ibérico. Lo que ha quedado más claro es que, lejos de avanzar hacia un proyecto de país compartido, cada vez es más neta la separación entre dos bloques, quizá porque todos han acentuado sus cargas diferenciales y han despreciado el espacio común. Un país puede discutir sobre casi todo, pero, para pervivir como tal, necesita ponerse de acuerdo sobre algunos pilares esenciales que no pueden estar en juego cada vez que se convocan elecciones. Hasta ahora era la Constitución de 1978. Me temo que para algunos (¿cuántos?) esta comienza a ser un asunto del pasado que hay que arrumbar cuanto antes. No está dicho que lo que venga después sea mejor.


Mientras la temperatura política sube al mismo nivel que la meteorológica, la vida de todos nosotros continúa su ritmo. Las experiencias placenteras se entrecruzan con las dolorosas. El arte de vivir no es fácil. Mucho de lo que sucede se nos escapa de las manos. Quizá cuando somos niños, adolescentes y jóvenes vivimos todo con el grado de inconsciencia imprescindible para que la vida no nos parezca una carga, pero, llegados a la adultez, tenemos que bregar con la realidad con pocos paliativos. Entonces cobra mucha importancia la manera como concebimos el sentido de la vida. 

No es lo mismo afrontar la existencia desde el principio del placer que desde la huida o la resignación. En este juego de posibilidades es donde entra la fe. Creer en Dios, tal como nos lo ha revelado Jesús, no solo tal como lo intuimos desde la razón, nos permite dar un significado a las experiencias centrales de la vida: la búsqueda, la verdad, la belleza, el dolor, la desesperación, el amor, la alegría, el fracaso y la muerte. Sí, también la muerte. Me cuesta imaginar cómo se puede afrontar la vida sin la convicción de que somos sostenidos por Alguien que, siendo más íntimo a nosotros que nosotros mismos, nos supera infinitamente.


No me resulta fácil deslizarme por estas pendientes cuando el termómetro marca los 30 grados, pero es lo que siento. La política me importa. Los resultados electorales me preocupan. Pero la vida va más allá de la política. No quisiera convertir esta dimensión de la vida en un ídolo que exige una adoración excesiva. Y tampoco quisiera abandonarme al pesimismo, por más que la radiografía electoral se preste a ello. Esta es la realidad en la que vivimos. Supongo que los electores han ponderado los pros y contras y han adoptado la decisión que consideraban mejor. En los regímenes democráticos debemos aceptar las reglas de juego con limpieza, pero eso no significa necesariamente que los resultados sean los mejores. Como en tantas otras dimensiones de la vida, el paso del tiempo revelará si hemos acertado o nos hemos equivocado. 

Mayoría numérica no equivale a bondad moral. La historia nos muestra que a veces se han cometido grandes tropelías avaladas con un alto número de votos. Por mi parte, sigo creyendo que toda polarización acaba llevando, tarde o temprano, a la confrontación. Por eso, reivindico espacios de diálogo, consensos sobre los temas esenciales, respeto a las diferencias, libertad de expresión, imperio de la verdad, división de poderes, etc. En fin, todo aquello que se ha revelado como bueno a lo largo de muchos años de experiencia democrática en diversos países del mundo.

1 comentario:

  1. Hoy, ante los resultados y comentarios solo se me ocurre decir “más complicado todavía”… Veremos qué pasa, si las vacaciones ayudan a aprender a dialogar. Suerte que, como dices: “la vida va más allá de la política”.
    Gracias Gonzalo, por tu aporte de: “Me cuesta imaginar cómo se puede afrontar la vida sin la convicción de que somos sostenidos por Alguien que, siendo más íntimo a nosotros que nosotros mismos, nos supera infinitamente.”

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