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viernes, 21 de julio de 2023

Antes de que sea tarde


La tarde es gris. Puede que llueva. Hoy mi WhatsApp no para de escupir noticias que esperaba. Por ejemplo, la elección de mi amiga Lia Latela como nueva superiora general de las misioneras claretianas o la del joven misionero Eguione Nogueira como superior provincial de la provincia claretiana de Brasil. Con ambos me he comunicado ya para congratularme por su elección y asegurarles mi plegaria y apoyo.

A estas noticias se añaden otras de carácter familiar o personal. La tecnología actual nos permite conocer lo que pasa en cualquier rincón del mundo en cuestión de segundos. Es probable que a veces nos sintamos un poco abrumados por la avalancha de informaciones, pero pesa más el hecho de sentirnos en comunión con las personas a las que queremos a pesar de la distancia física. Es verdad que un mensaje de Whatsapp no tiene el mismo impacto que una carta manuscrita, pero se agradece su inmediatez. A mayor conocimiento, mayor responsabilidad. No nos informamos solo por curiosidad, sino porque queremos saber cómo nos afectan las cosas y cómo podemos responder a ellas.


Lo que ya no me gusta tanto es la intoxicación informativa a la que somos sometidos durante las campañas electorales. Agradezco a algunos medios de comunicación que sometan a un serio escrutinio lo que dicen los políticos (tantos en sus mítines como en los debates y en las entrevistas) para aclarar si es cierto, falso u opinable. Los ciudadanos no siempre tenemos los datos a mano para comprobar la veracidad de sus afirmaciones. 

Me cuesta mucho aceptar la facilidad con la que los políticos mienten, distorsionan o exageran. En cualquier otro ámbito profesional, muchas de sus conductas serían reprobables y supondrían incluso el despido. En el campo de la política da la impresión de que todo vale. Uno puede insultar y mentir y no sucede nada. En el mejor de los casos, los ciudadanos tomamos nota y actuamos en consecuencia. En el peor, todo cuela porque no hay mecanismos para denunciar y sancionar estas conductas incívicas que suponen un insulto a la inteligencia.


Faltan dos días para las elecciones generales en mi país. Hace tiempo que tenía claro a quién no votar. Mi problema es, más bien, a quién votar. No gano para decepciones. Será verdad que la política -y, en consecuencia, los procesos electorales- son el arte de lo posible. Normalmente, no hay ningún partido que coincida con lo que uno piensa y desea. Desde luego, yo no me identifico con ninguno, ni a la izquierda ni a la derecha. No obstante, voy a votar porque me parece que es uno de los pocos instrumentos de que disponemos los ciudadanos para delegar y controlar el poder y, en definitiva, para ejercer nuestra corresponsabilidad en el ordenamiento de la vida pública. Voto sin entusiasmo, pero espero que con sentido cívico. El domingo por la noche conoceremos los resultados y el horizonte que se abre para los próximos cuatro años.

Pero, más allá de los resultados, sueño con una cultura democrática en la que pasen a mejor vida los insultos y las mentiras y en la que los políticos nos traten a los ciudadanos como adultos que sabemos pensar, hacer y decidir. No necesitamos campañas publicitarias muy creativas, ni debates televisivos entretenidos, ni carteles por las calles con rostros y eslóganes. Necesitamos, por encima de todo, gente íntegra, inteligente y bien dispuesta. Y propuestas claras y realizables. Lo demás vendrá por añadidura.

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