Hoy bajaremos de este pequeño Tabor de “Villa Claret” al centro de la ciudad de Medellín. Después de una semana en un silencioso entorno campestre, nos hace bien un poco de ruido urbano. En medio de la gente, tendremos ocasión de rumiar las palabras de Jesús que nos transmite el Evangelio de este XIV Domingo del Tiempo Ordinario y que he comentado varias veces en este blog, la última el pasado 16 de junio. Hoy no quiero poner el acento en la invitación que Jesús hace a quienes estamos cansados y agobiados para que nos acerquemos a él, sino en la primera parte, la que se refiere al conocimiento de Dios. Jesús pronuncia esta oración: “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla”.
¿Por qué Dios esconde “estas cosas” (los misterios del Reino) a los sabios y entendidos? ¿Significa eso que Dios les pone las cosas difíciles a los científicos, a los filósofos y a los teólogos? ¿Significa que juega al escondite con nosotros y que, por esa razón, muchos “sabios y entendidos” nunca lo descubren? ¿Explicarían estas palabras el hecho de que a menudo los hombres de ciencia son agnósticos o ateos? Creo que no van por ahí las cosas. El universo es un libro abierto que nunca acabamos de descifrar, pero no porque sea críptico, sino porque es inconmensurable. La mente humana no tiene la capacidad de percibir el todo, sino solo algunas partes. Jesús no tiene nada en contra de quienes se esfuerzan por leer este misterioso libro de la realidad con la luz de la razón.
Cuando Jesús habla de los “sabios” (sofron) y de los “intelectuales” (syneton) se está refiriendo, por contraposición, a quienes no son “bebés” (nepiois). Lo propio de un bebé, de un niño, es la curiosidad, la apertura a todo, la sencillez para acoger lo que le enseñan. El niño se fía de sus padres. Los “sabios y entendidos”, por el contrario, somos los adultos que creemos que nos las sabemos todas, que hemos desarrollado un pensamiento crítico, que no nos fiamos de nadie, que no admitimos ninguna novedad porque creemos dominar el mundo.
Este orgullo (típico de los dirigentes de Israel y de algunos fariseos en tiempos de Jesús) actúa como velo que impide ver con claridad quién es Dios. En este sentido, Dios esconde “estas cosas” (tauta) a quienes son orgullosos o tienen un corazón de piedra y se las revela a los sencillos, a los limpios de corazón (“Bienaventurados los limpios de corazón -katharoi kardia- porque ellos verán a Dios” Mt 5,8). El Padre se las revela (quita el velo que las cubre) a los pequeños.
Cuando hoy nos preguntamos por qué se nos hace cuesta arriba creer, tendríamos que discernir si acaso no somos prisioneros de la autosuficiencia, de un orgullo sutil que nos hace creer que todo depende de nosotros, que no necesitamos creer en ningún Dios para abrirnos paso en la vida. El orgullo, no la búsqueda intelectual, es enemigo de la fe. El verdadero buscador, el auténtico sabio, es siempre humilde porque percibe como nadie la grandeza de la realidad y la pequeñez del ser humano. Quizá no llega a creer en Dios, pero por lo menos no desecha la posibilidad de que exista porque es consciente de que los seres humanos no nos valemos con nuestras solas fuerzas.
¿Cómo aprender a ser como niños? Ha habido santos (de manera especial santa Teresa del Niño Jesús) que han profundizado mucho en la “infancia espiritual”. La madurez consiste en aprender a vivir y esperar como los niños. Esto es lo máximo a lo que puede aspirar un adulto. Por eso hay tanta complicidad entre los niños y los ancianos. Ambos están curados de la autosuficiencia que caracteriza a los adultos. Ambos son muy sensibles al misterio y ambos, por lo general, ponen su confianza en Dios. Quizás Jesús quiere abrirnos los ojos a esta realidad antes de que el orgullo nos ciegue por completo y nos suma en la tristeza de los autosuficientes. ¡Feliz domingo!
No, no es fácil para un adulto aprender a ser como un niño, pero cuando se llega a ser abuelos, se da la complicidad de la que hablas y nos volvemos un poco niños.
ResponderEliminar“Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla”. Cuando leo esta frase siempre me interpela y me pregunto qué es lo que me falta o me sobra para poder llegar a esta sencillez que me ayude a comprender y vivir las cosas de Dios.
Creo que nos das la clave cuando nos dices que “El orgullo, no la búsqueda intelectual, es enemigo de la fe. El verdadero buscador, el auténtico sabio, es siempre humilde porque percibe como nadie la grandeza de la realidad y la pequeñez del ser humano.”
Gracias Gonzalo por ir aportando luz en nuestros caminos.