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viernes, 31 de marzo de 2023

Un día cualquiera


Termina el mes de marzo y, con él, casi el tiempo de Cuaresma. Dentro de unas horas me pondré de nuevo en camino. Voy a vivir la Semana Santa fuera de Madrid. Antes de salir hago memoria del día de ayer, un día cualquiera. Suena el despertador a las 6 de la mañana. Me aguarda el “bautismo” de la ducha matinal. Sí, un día más tomo conciencia de que soy hijo de Dios. El agua tibia es un buen recordatorio. En la capilla hago el oficio de lecturas y oro en silencio hasta que llegan mis hermanos para la oración de laudes. Por diversas razones, estamos bajo mínimos. Acabado el rezo comunitario, camino, calle Princesa abajo, hasta el colegio de las Concepcionistas. Presido la eucaristía a las 8. Hoy es el último día lectivo de este trimestre. 

Regreso a casa a pie. Observo a la gente que va al trabajo o al colegio. Hay movimiento. La ciudad se despereza. Desayuno mi cóctel de frutas con avena y un café doble. Subo a mi cuarto. Escribo la entrada del blog. El tema –“Llegar a fin de mes”– me viene sugerido, casi impuesto, por algunas conversaciones de los últimos días con personas que lo están pasando mal. Repaso la agenda del día antes de subir a mi despacho de Publicaciones Claretianas en la tercera planta. Charlo con Ruth, la responsable del departamento de edición, sobre varios asuntos relacionados con las próximas publicaciones. Respondo correos y organizo algunas tareas pendientes. A las 13,30 voy en metro al aeropuerto. Me encuentro con un amigo mexicano que viene desde Roma a España para colaborar en las tareas de Semana Santa. Antes de que tome su vuelo a Badajoz, disponemos de hora y media para almorzar juntos y terminar de perfilar un proyecto de publicación que recoge su experiencia como youtuber católico. Lo encuentro muy lúcido y animado.


A las 16,30 él entra en la zona de embarque y yo cojo el autobús 200 que me lleva desde el aeropuerto a la curia de los claretianos, enfrente de Torres Blancas. No me da tiempo a regresar a casa porque a las 5 tengo una videoconferencia con la junta directiva de los claretianos de América y necesito un sitio tranquilo para conectarme. Es breve. Un poco antes de las 6 me acerco en metro al hospital Gregorio Marañón. Me bajo en la estación de O'Donnell. Visito a un hermano de comunidad que lleva casi tres semanas internado. Saludo a unos familiares suyos y a una amiga que acaba de llegar de Italia. Antes de irme, les deseo a todos una feliz Pascua. Se me hace evidente que el triduo pascual ya ha comenzado en una habitación de la sexta planta. 

Vuelvo a casa en metro. Me hago muchas preguntas sobre el sentido de la enfermedad y la manera cruel como altera nuestras vidas. Tomo algo antes de ponerme a trabajar. Termino un artículo breve que me han pedido los responsables de la Pastoral Juvenil. Hago tres llamadas, repaso la prensa digital, escribo mi diario y me voy a vísperas con mi comunidad. En la cena comentamos las incidencias del día, incluyendo la enfermedad del Papa y el modo de comunicarla. Aún me quedan dos videoconferencias con personas amigas antes de retirarme a descansar. Estoy cansado, pero no tengo sueño. Creo que he abusado un poco del café a lo largo de la jornada. Es probable que pague las consecuencias. Consulto el móvil. Hago lo que todos los expertos aconsejan que no se debe hacer antes de dormir. Con todo, me duermo en paz.


¿Cómo encontramos a Dios un día cualquiera? La jornada de cada uno de nosotros está repleta de pequeñas cosas que parecen insignificantes. Sin embargo, en los pliegues de esas experiencias banales, Dios está revelando su rostro. Lo veo en el sol de primavera que se refleja en los cristales de las tiendas, en la gente que inunda el aeropuerto de Madrid-Barajas y que viene o se va aprovechando las vacaciones de Semana Santa. Se me hace patente en las conversaciones con mis amigos, mientras ponemos nombre a cosas que nos pasan. Lo reconozco en la tez amarilla del enfermo que afronta con enorme entereza su situación. Se me hace el encontradizo en el fraseo de los salmos que desgranamos comunitariamente por la mañana y por la tarde. 

Y también en las preguntas por la relación entre la física cuántica y su existencia, cuando una amiga insiste en que hablemos de un tema que en este momento no me dice gran cosa. Un día cualquiera, a caballo de experiencias normales, Dios se insinúa como fundamento de todo, como silencio amoroso, como pregunta abierta, como presencia ausente, como amor que se da sin pedir nada a cambio. Respiro. No hace falta sentir mariposas en el estómago para saber que él es más grande que nuestras miserias e incluso que nuestras impertinentes dudas. ¡Gracias, Señor!



1 comentario:

  1. Tú, Gonzalo, te levantas ya tomando conciencia de que eres hijo de Dios y, claro, todo el día se desenvuelve en esta clave. Yo me levanto cara la cocina, y me olvido que Dios también está entre los pucheros como decía santa Teresa.
    Con esta entrada me estás ayudando a darme cuenta de que Dios nos revela su rostro de infinitas maneras, sólo nos falta que cambiemos nuestra mirada y sepamos analizar donde, a lo largo del día, hemos podido reconocerle, a pesar de que no lo hemos hecho.
    Me gusta y me interpela cuando leo que “Dios se insinúa como fundamento de todo… como pregunta abierta…”
    ¡¡¡Gracias por todas las pistas que nos has aportado!!!

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