En la gran mayoría de las familias jóvenes trabajan los dos cónyuges. Uno de los sueldos se les va casi íntegro en pagar la hipoteca de la vivienda. Con el otro hacen malabarismos para cubrir el resto de los gastos: alimentación, combustible, ropa y calzado, etc. Siempre hay gastos de última hora que desequilibran el presupuesto familiar. ¡Y eso que la educación y la sanidad son gratuitas! La inflación, por otra parte, está disminuyendo su capacidad adquisitiva. ¿Qué hacer?
En los últimos días he hablado con varias personas que están al borde de una crisis personal si es que no han entrado ya en ella a causa de esta situación insostenible. Tienen empleos muy precarios, gastan horas y humor en desplazarse de su domicilio al lugar de trabajo, sienten que no pueden dedicar a sus hijos el tiempo que se merecen, arrastran horas de insomnio, no saben cómo van a afrontar algunas deudas pendientes y, para colmo, no es raro que padezcan alguna enfermedad (incluyendo una suave depresión) o estén de baja laboral. ¿Qué tipo de sociedad hemos construido que puede gastar millones de euros en obras faraónicas o en armamento y no consigue garantizar un trabajo digno a sus ciudadanos?
Aborrezco las planificaciones estatalistas (tenemos muchas pruebas de su ineficacia a largo plazo), pero algo tenemos que imaginar para no dejar todo a la autorregulación del mercado. La solución no consiste en regar de subvenciones a los que atraviesan por situaciones de precariedad (aunque no se excluye en momentos particulares), sino en concebir de verdad (no con la boca pequeña) una economía al servicio de las personas y no tanto del beneficio ilimitado. Aunque en desarrollo tecnológico hayamos dado pasos de gigantes en las últimas décadas, no estoy tan seguro de que hayamos avanzado mucho en el campo social. Hace 50 o 60 años, por ejemplo, muchos matrimonios pudieron adquirir sus viviendas en un plazo relativamente breve y a un precio razonable, a menudo solo con el sueldo del marido. Hoy esto resulta sencillamente imposible. La mayoría de las parejas jóvenes se hipotecan hasta la edad de la jubilación.
Cada vez que llegan los períodos vacacionales pienso en las familias que no pueden hacer planes porque el único plan es sobrevivir. ¿Con quién pasaría Jesús estos días? ¿Con quienes tienen de todo y sueñan con experiencias cada vez más sofisticadas? ¿O con quienes piden disponer al menos del pan de cada día? Comprendo que estas preguntas pueden sonar un poco demagógicas, pero me parece que expresan bien un hecho desnudo: no todos afrontamos la carrera de la vida en la misma línea de salida y con las mismas posibilidades. Por eso, es bueno que nos ayudemos unos a otros, pero no es suficiente.
La alternativa cristiana consiste en ir avanzando hacia un modelo social en el que todos dispongamos de lo necesario para vivir con dignidad. Eso exige eliminar la pobreza severa y quizás también la riqueza escandalosa. Necesitamos científicos, economistas, políticos y agentes sociales que, desde una visión humanista de la vida, imaginen nuevas formas de justicia social. Para mí valen más las propuestas en esta línea que todos los avances en inteligencia artificial. Llegar a fin de mes con serenidad es una de esa metas alcanzables que nos libraría de una sobredosis inhumana de sufrimiento y pondría las bases para una sociedad más justa, libre y pacífica.
Tema difícil de analizar… La desigualdad cada día es mayor y el poder adquisitivo es inferior para la mayoría, pero también los hay que no están preparados para economizar. Se prioriza, muchas veces, el bienestar a lo conveniente o necesario.
ResponderEliminarEn una gran parte de la humanidad, cada día, va aumentando la pobreza y en según que grado no hay oportunidad de economizar. Hay veces que la pobreza parece que crea más pobreza… Es indignante.
Los medios de comunicación ayudan a crear necesidades de aquello que no es elemental y no nos dicen la verdad.
Gracias Gonzalo porque tocar estos temas siempre remueven un poco la conciencia de cada uno.