Son las 4,45 de la mañana. En menos de tres cuartos de hora he llegado desde mi casa al aeropuerto, he facturado el equipaje y he pasado el control de seguridad. A otras horas del día sería imposible hacer tantas cosas en tan poco tiempo. El taxista que me ha traído es un experto de la noche. Conoce bien lo que pasa a estas horas y disfruta conduciendo por calles desiertas, como para vengarse de los futuros atascos matutinos. Como todo taxista que se precie, es al mismo tiempo conductor, detective, periodista, psicólogo y terapeuta. Conmigo ha ejercido solo la primera función. No se ha molestado en hacerme la ficha completa porque yo me he adelantado proporcionándole la información básica: o sea, que soy misionero, que viajo a Camerún vía Bruselas y que da gusto circular a esta hora por las calles de Madrid, aunque haya que pegarse un buen madrugón.
Él asiente sin ulteriores preguntas y enseguida ataca el discurso de lo mal que está el mundo, empezando por el asunto de la guerra de Ucrania. Yo me estaba acordando, más bien, de los más de cien inmigrantes ahogados frente a las costas italianas. Pronto habrá que cambiar el nombre al mar Mediterráneo. Tendría que llamarse “cementerio de los pobres”. Hay muchas cosas que cambiar en África y Europa para que este drama no se haga eterno.
Mientras preparaba anoche mi maleta, dos personas (una hermana mía y un amigo) me enviaron la noticia de las explosiones que se habían producido en una carrera popular en la localidad camerunesa de Buea. Supongo que lo hacían con la intención de que estuviera bien informado y de que tomara las precauciones necesarias. Se lo agradezco. No es, ciertamente, el modo más optimista de emprender un viaje a África, pero conviene siempre estar atento.
Yo preferí irme a la cama y dormir solo cuatro horas pensando en todo lo vivido en Vitoria durante el fin de semana. Compruebo que la entrada de ayer ha recibido más visitas que las de días anteriores. Se ve que unas bodas de oro son siempre un signo elocuente de que es posible vivir la fidelidad y los proyectos de largo plazo, incluso en las sociedades líquidas y gaseosas. Por otra parte, una familia numerosa es también un canto al amor y a la vida.
La verdad es que la celebración en la basílica de san Prudencio fue preciosa. Acompañados por la sorpresa de un coro polifónico casi tan numeroso como nuestro grupo familiar, celebramos una Eucaristía tranquila, hermosa, participada. Fuera nevaba suavemente. Dentro se estaba bien. La limpia acústica del pequeño templo románico contribuía a que, tanto la palabra como el canto, se oyesen con claridad. Después de la comunión, los esposos compartieron sus sentimientos. Dios había sido el gran protagonista de su larga historia de amor. Los hombres y mujeres del coro estaban emocionados. Daba la impresión de que nunca habían participado en una celebración semejante.
Después de la comida en un club cercano, regresé a Madrid con una de las familias que habían participado en el evento. En tres horas cubrimos los 355 kilómetros que separan a Vitoria de la capital. Al principio nevaba con suavidad. Luego se mantuvo una tarde despejada, pero muy fría. El termómetro se movía poco de los ceros grados. Estamos viviendo días gélidos, quizás el último coletazo del invierno. En pocas horas, sin embargo, volveré a pasar del invierno al verano. En Yaundé me aguardan temperaturas que superan los 30 grados.
Algunos amigos me preguntan si no me canso de estar toda mi vida de un sitio para otro. Suelo decirles que sí, que cada vez me resulta más pesado viajar y pasar por las molestias de solicitar visados, certificar vacunas, superar controles de seguridad, hacer escalas, esperar vuelos, etc. Pero todo desaparece cuando llego al lugar y comienzo a disfrutar con la gente y con el trabajo que realizo. Dios siempre se me adelanta. Ha llegado primero. Lo esencial se encuentra en cualquier rincón del mundo. Cuando uno va con ganas de aprender, todo se relativiza. Todo... excepto los insidiosos mosquitos. Cuando, por el contrario, uno compara lo nuevo con lo conocido, enseguida se disparan los prejuicios y empiezan los problemas e incomodidades.
Hace años mi padre me preguntaba cuántos miles de kilómetros había hecho a lo largo de mi vida misionera. Siempre le decía que no llevaba la cuenta, pero que cada viaje me parecía nuevo. Espero que también sea así en esta nueva visita al África occidental. Os pido vuestra oración por el fruto de mi trabajo.
Gracias Gonzalo por compartir las experiencias del comienzo de tu viaje… Me ha llevado muchos recuerdos cuando he leído: “Dios siempre se me adelanta. Ha llegado primero.” Escuchado alguna vez pero olvidado con facilidad… Si fuéramos conscientes de ello, cuantas cosas cambiarían!!!
ResponderEliminarCuenta con mis oraciones para que tengas fuerza para vivir y compartir con esta gente.
Espero que hayas tenido un buen viaje que no es fácil llegar al lugar. Un abrazo.
Gonzalo: que salga todo muy bien y que no te martiricen mucho los mosquitos. Un abrazo. María
ResponderEliminarPadre Gonzalo: Apreciado amigo Estas en mi oración por el fruto de Tu Trabajo misionero! Todo es Gracia!!
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