Ayer comenzamos la Cuaresma. En el mensaje para este tiempo litúrgico, este año el papa Francisco nos invita a practicar la ascesis como un camino sinodal. Lo dice con estas palabras: “El camino ascético cuaresmal, al igual que el sinodal, tiene como meta una transfiguración personal y eclesial. Una transformación que, en ambos casos, halla su modelo en la de Jesús y se realiza mediante la gracia de su misterio pascual. Para que esta transfiguración pueda realizarse en nosotros este año, quisiera proponer dos “caminos” a seguir para ascender junto a Jesús y llegar con Él a la meta”.
¿Cuáles son esos dos caminos? Siguiendo el relato de la trasfiguración de Jesús, el primero es el que conduce a la escucha de la Palabra de Dios y de las personas que viven con nosotros. El segundo es una invitación a “no refugiarse en una religiosidad hecha de acontecimientos extraordinarios, de experiencias sugestivas, por miedo a afrontar la realidad con sus fatigas cotidianas, sus dificultades y sus contradicciones”. Podríamos decir que, en síntesis, el Papa nos invita a escuchar a Dios en sus múltiples mediaciones y a afrontar con determinación la batalla del día a día.
Ayer por la tarde, paseando por el centro de Madrid con un misionero comboniano de Costa Rica, caí en la cuenta de que el comienzo de la Cuaresma no altera lo más mínimo el ritmo de la ciudad. Todo seguía como siempre. La Cuaresma cristiana no es como el Ramadán musulmán. La gente sigue haciendo su vida. Es verdad que en las tres o cuatro iglesias en las que entramos había bastante gente que participaba en el rito de la imposición de la ceniza, pero poco más. Podríamos decir que la procesión va por dentro.
Por la noche, al revisar mis redes sociales, vi que muchos habían colocado fotos e informaciones sobre este mismo rito en diversas partes del mundo. La verdad es que hace falta mucha imaginación para dar sentido a la manera minimalista como solemos celebrarlo. El sacerdote se limita a espolvorear un poco de ceniza en la cabeza de los fieles mientras dice: “Conviértete y cree en el Evangelio”, fórmula que ha sustituido a otra más descarnada: “Polvo eres y en polvo te convertirás”. Se suele decir que cuando en la iglesia se da algo (un poco de ceniza, un ramo de olivo, un panecillo, una aspersión con agua bendita, etc.,), la gente acude en masa. Es como si necesitáramos aferrarnos a algo visible que compensara la perenne invisibilidad de Dios.
Mientras daba vueltas a todas estas cosas, un amigo me envió la imagen de un cartel publicitario que se había colgado en algún lugar de San Sebastián, muy cerca de un clínica abortista. Usando el logo y el nombre de la Conferencia Episcopal Española, aparecía la foto de un feto acompañada por esta insultante leyenda: “Si abortas ahora, ¿qué nos vamos a follar dentro de 5 o 6 años?”. Es una forma violenta de silenciar la voz de la Iglesia contra las leyes permisivas del aborto restregándole los casos de pederastia.
Más allá de la ofensa que supone (creo que la empresa que gestiona la publicidad enseguida retiró el cartel), comprendí que en lugares donde hace décadas se vivía una fuerte religiosidad, hoy el culto a Dios ha sido sustituido por el culto al “becerro de oro” nacionalista y a otros ídolos modernos. El sueño de una patria independiente es la nueva “religión” a la que, dejando a un lado el Evangelio, algunas generaciones se consagran con un fervor (y a menudo una intolerancia) propios de otras épocas. Como toda religión, tiene sus dogmas (“amarás a la nación con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu ser”), sus normas, sus ritos, sus líderes y, por desgracia, sus anatemas, inquisiciones y condenas.
Creo que la Cuaresma es un camino en el que cada año ponemos nombre a nuestros “becerros de oro” (cada uno tenemos los nuestros) y, acompañados por Jesús, nos convertimos al Dios único y verdadero. Este paso de la idolatría a la fe conduce finalmente a la cumbre del misterio pascual. En el evangelio de este jueves Jesús nos da la clave: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se arruina a sí mismo?”. Ganar el mundo significa anteponer nuestros intereses y proyectos a la voluntad de Dios. El resultado siempre es, a corto o largo plazo, la ruina personal. No siempre nos damos cuenta.
Empieza la Cuaresma, es miércoles de ceniza… Excepto unos pocos, ya no se relaciona con su verdadero sentido religioso. Respuestas: hoy es el día de la ceniza. ¿Quiénes participan? Por horarios que no cuadran con los de los trabajos, la mayoría son personas jubiladas.
ResponderEliminarExisten, hoy día, muchas maneras, ofensivas, de defender cada cual sus actuaciones y que no se dan cuenta de “cuánto dicen” sin verbalizarlo y como se respira ira y odio y ello lleva a preguntarnos ¿contra quién, ya sea personas y/o instituciones?
Sí que me he preguntado muchas veces por la continuación de la vida. Si se reduce el natalicio, si como ahora, están proliferando los cambios de sexo y se dan facilidades para ello sin valorar la madurez de los jóvenes, ¿cómo será dentro de unos años, pocos, la procreación?
Gracias Gonzalo, tu Blog, nos ayuda a ir madurando en la Fe y recibimos propuestas para ir viviendo, profundamente, los diferentes caminos que nos propone la Iglesia a lo largo del año litúrgico.