Ayer tuvimos la visita de Ángel Moreno, capellán del
monasterio cisterciense de
Buenafuente del Sistal y vicario para la vida consagrada
en la diócesis de Sigüenza-Guadalajara. Mientras almorzábamos junto al “equipo
base” (que así es como llaman ellos a su consejo gobierno general) de los
Servidores
del Evangelio, hablamos de varios temas. Uno de ellos tuvo que ver con la
liturgia.
En un momento de la conversación, Ángel Moreno pronunció la frase que
da titulo a la entrada de hoy: “La liturgia nos salva”. No se refería al
carácter soteriológico de la liturgia, sino al hecho de que la liturgia de la
Iglesia nos libra de la arbitrariedad, el sentimentalismo, la ideologización,
las meras ocurrencias y el subjetivismo que a veces caracterizan nuestra
oración comunitaria.
En otras épocas, más que ahora, la calidad y modernidad de
la oración en común se medía por la ocurrencia más llamativa de quienes la
organizaban o presidían. Podría contar algunas anécdotas divertidas al
respecto. Me ha tocado plantar semillas, desnudarme el torso, bailar alrededor
del fuego, jugar con papeles de colores, leer textos de diversas tradiciones
espirituales y religiosas, etc. No estoy en contra de incorporar a la liturgia
algunos símbolos de las diversas culturas, de ajustar los ritos a cada contexto
y de sacar partido a los diversos elementos que nos propone la Iglesia, pero
hace tiempo que me he cansado de la catarata de ocurrencias extemporáneas que
en algunos lugares parece casi una seña de identidad.
Ángel Moreno denominaba “estrés litúrgico” al sentimiento de
ansiedad que embarga a los miembros de algunas comunidades cristianas al sentirse
obligados a hacer algo más original y llamativo que lo realizado por quienes les
precedieron en la animación de la oración comunitaria. Ese “estrés litúrgico”
(me gustó la expresión) nos introduce en una especie de espiral que no lleva a
ninguna parte, como no sea a desplazar el acento del núcleo de la oración a sus
expresiones externas. La liturgia de la Iglesia nos libera de esa obsesión por
ser siempre originales, creativos y rompedores. Nos ofrece de manera sobria y
dosificada el pan de la Palabra. Nos introduce en un territorio compartido, de
manera que en ninguna parte del mundo nos sentimos extraños.
La liturgia es la
patria común de todos los creyentes. No necesitamos ser un iniciado para
participar en ella. Superamos ese sentimiento de extrañeza que a veces se produce cuando tenemos que
orar con un grupo que ha desarrollado ritos tan particulares que quien no
pertenece a él se siente como un advenedizo o un pez fuera del agua. En la liturgia podemos bajar la
guardia y centrarnos en la oración, sin temer que en el momento más inoportuno
el que guía la oración nos va a sorprender con una nueva ocurrencia que a
menudo no es más que la proyección de su ego o ganas de llamar la atención, cuando
no una sutil manipulación emocional del grupo.
La liturgia nos “salva” porque nos sirve cada día el pan
fresco de la Palabra de Dios en los moldes repetitivos de una forma de orar que
ha sido probada a lo largo de los siglos y que resiste con lozanía el paso del
tiempo. De hecho, muchos grupos que comienzan haciendo oraciones “creativas”,
sentimentales y muy al gusto de sus dirigentes, acaban recalando en la Liturgia
de las Horas porque llega un momento en el que son víctimas del ombliguismo
grupal, del subjetivismo y del emotivismo. Todo tiene su tiempo y medida. Es
relativamente fácil ser ocurrentes, pero muy difícil ser de verdad creativos.
La creatividad es fruto de una formación extensa y profunda. Solo produce
frutos quien tiene raíces.
La observación de Ángel Moreno vino a cuento porque
hace años, cuando conoció por primera vez a los Servidores del Evangelio
y observó su modo un poco caótico y subjetivo de orar, les pronosticó algo que
en parte se ha cumplido: “Pronto acabaréis orando con la Liturgia de las Horas”.
No era una crítica sobre su modo “carismático” de orar y mucho menos una
amenaza. Era simplemente una advertencia de alguien que ha sido testigo del
camino seguido por muchos grupos y comunidades cristianas y ha comprobado su
desenlace. No está mal reflexionar sobre este asunto, sobre todo en aquellos
contextos en los que la “creatividad” parece ser el baremo supremo para juzgar
el significado y el valor de la oración en común.
Muy de acuerdo. Siempre me he sentido muy rídiga en ese aspecto y me cuesta sentirme cómoda cuando se plantean cosas "diferentes". Un abrazo.
ResponderEliminarMaría
La primera vez que visité la Misión del Brasil, viví la experiencia de que “la liturgia es la patria común de todos los creyentes… en ninguna parte del mundo nos sentimos extraños” y eso no se olvida. Lo sabía intelectualmente, pero desde el primer día hice experiencia de ello. Me impactó rezar el Padrenuestro con ellos y cantarlo con la misma tonalidad. Los domingos, sobretodo, no se me olvida que las lecturas y el evangelio con que oramos, son universales…
ResponderEliminarEs muy real lo que escribes: “Todo tiene su tiempo y medida”… A cada etapa de la vida y diferentes culturas, también se da una manera diferente de orar y expresar su espiritualidad.
La Liturgia de las Horas que, en un tiempo se hace incomprensible, porque además los seglares se reza a nivel individual, luego se vuelve la fuente donde vamos a llenar “nuestra vasija”.
Gracias Gonzalo por ayudarnos a ir descubriendo la oración según las etapas que vivimos.