Según las Naciones Unidas, y a fines sobre todo estadísticos, jóvenes son aquellos que tienen entre 15 y 24 años. Es evidente que yo hace mucho tiempo que salí de ese grupo. El final de mi juventud coincidió cronológicamente con mi ordenación sacerdotal. Se supone que a partir de ese momento entré en la etapa adulta.
Hoy se repite que la juventud se ha prolongado mucho. Algunos la estiran hasta los 35 o 40 años debido al alargamiento de la vida en general. En España, por ejemplo, la esperanza de vida al nacimiento alcanzaría los 83,2 años en los hombres y los 87,7 en las mujeres en el año 2035, lo que supone una ganancia respecto a los valores actuales de 3,2 y de 2,3 años respectivamente. Es verdad que la pandemia ha corregido un poco a la baja estos cálculos, pero la tendencia ascendente parece mantenerse.
Recorriendo estos días a pie el centro de Madrid, he visto muchísimos ancianos que aprovechan el veranillo de san Martín para salir a la calle. Tras meses de confinamiento, disfrutan paseando por los parques, a menudo acompañados por algún cuidador o por sus perros. He visto también muchos jóvenes (sobre todo, en las zonas de movida), pero me ha llamado mucho la atención el alto porcentaje de ancianos. Es obvio que Europa en general es un continente muy envejecido.
En este contexto, hoy intento meterme en la piel de quienes tienen entre 15 y 24 años (es decir, los oficialmente “jóvenes”) y les ha tocado vivir de lleno los efectos de la pandemia. En un tiempo de cambios rápidos y de envejecimiento generalizado:
- Si yo fuera joven, intentaría disfrutar de toda la energía que la edad me brinda, pero no olvidaría que la vida humana tiene sus etapas y que no siempre voy a tener 20 años.
- Si yo fuera joven, me sentiría muy a gusto con los de mi edad, pero no despreciaría la voz de quienes han vivido más y pueden compartir conmigo su sabiduría vital, aunque no hayan tenido las mismas posibilidades formativas que yo.
- Si yo fuera joven, procuraría formarme en actitudes de flexibilidad para ir ajustándome sin violencia a los sucesivos cambios sociales.
- Si yo fuera joven, no me dejaría engatusar por el señuelo de la informática para no añadir más adicciones a las que provienen de otras fuentes como el sexo, el alcohol, el dinero, el trabajo, etc.
- Si yo fuera joven, no renunciaría a preguntarme por el sentido de la vida y a cuestionar las muchas respuestas prefabricadas que la sociedad me ofrece.
- Si yo fuera joven, me esforzaría por encontrar un trabajo bien remunerado, pero no me obsesionaría con acumular dinero y entrar en los círculos de poder olvidando que la mayoría de las personas viven en situaciones precarias.
- Si yo fuera joven, aprendería a cultivar y saborear las cosas sencillas y valiosas de la vida como la amistad sincera, el contacto con la naturaleza, el deporte y la contemplación del arte.
- Si yo fuera joven, no reduciría el sexo a mercancía ni me dejaría llevar por el bombardeo incesante de estímulos eróticos.
- Si yo fuera joven, no daría el asunto Dios por descartado ni me dejaría intimidar por quienes dicen que la religión es solo una cosa de niños y ancianos, de gente pobre o de personas sin formación.
- Si yo fuera joven, no excluiría la posibilidad de seguir a Jesús como sacerdote o religioso, aunque ambas opciones no gocen hoy de plausibilidad social.
- Si yo fuera joven, adoptaría una actitud muy crítica hacia las ideologías y evitaría que me dieran gato por liebre.
- Si yo fuera joven, no creería que con mi actitud voy a cambiar el mundo, pero haría todo lo posible por mejorar algo mi entorno.
El hecho de que ya no sea joven no me exime de caminar en una dirección muy parecida a la que he imaginado en el caso de que lo fuera. Hay caminos que vemos con más claridad cuando están ya muy avanzados que en su origen. Imaginar cómo podría haber sido el pasado y soñar cómo queremos que sea el futuro son ejercicios muy provechosos para dar calidad al presente. Aprendemos de nuestros errores y de nuestros anhelos, de nuestros éxitos y de nuestros fracasos, de nuestros planes y de las sorpresas que la vida nos depara…
Creo que el arte de vivir consiste en tener una mirada larga para distinguir lo esencial de lo accidental, comprometernos con lo que de verdad vale la pena y ser muy flexible y tolerante con lo que es secundario. Serenidad, sabiduría, compasión y buen humor me parecen notas esenciales de una vida feliz. Si yo fuera joven, me entrenaría en este arte lo antes posible.
Es tan difícil ponernos en la piel de los jóvenes… Nuestra visión es desde nuestra experiencia que, a según qué edades, ya no coincide en nada con la suya.
ResponderEliminarPodemos intentar acompañarles en su camino, pero llega un momento en que tenemos que rendirnos, ya no tenemos las mismas fuerzas ni los mismos intereses… y ellos, en muchas ocasiones, no aceptan nuestras experiencias, tienen que tropezar con aquellas “piedras” que les quisiéramos evitar, pero cuando tropiecen que nos encuentren a su lado.
Me formulo la pregunta y me doy cuenta de que es un puzle en el que no me encajan todas las piezas. Si ahora pudiera volver a mis años de juventud, de bien seguro que intentaría vivir bien diferente… Habría aprendido mucho de la experiencia. De bien seguro que cometería errores como ya pasó, pero como de todo se aprende, volverían errores que serían diferentes…
Me ha ido bien hacerme las preguntas que formulas, que me han llevado a repasar mi vida juvenil y me han ayudado a darme cuenta y valorar “de donde vengo” y vislumbrar “a donde voy.
Gracias Gonzalo por esta revisión intensa.