Hace años uno podía presentarse en cualquier oficina pública para hacer un trámite sin necesidad de concertar nada. Si no había muchas personas en la cola y topaba con un funcionario amable y competente, se podía resolver un asunto burocrático en menos que canta un gallo. En el caso de que hubiera mucha gente, tocaba esperar, pero, tarde o temprano, uno solucionaba su problema.
Ahora no es posible seguir este procedimiento. Para cualquier gestión (desde la renovación del carné de identidad hasta una consulta médica o un trámite de empadronamiento) es necesario concertar la famosa “cita previa”. La ventaja es que uno va a tiro hecho, pero la gran desventaja es que se requiere una programación a medio plazo (no valen las urgencias o las improvisaciones) y que uno tiene que saber manejarse un poco en el mundo virtual.
Es obvio que caminamos cada vez más hacia una burocracia informatizada. El hecho de disponer de un certificado digital, por ejemplo, facilita la realización de operaciones oficiales online. Yo obtuve mi certificado de empadronamiento sin moverme de mi despacho. Esto es una gran ventaja. Se ahorra tiempo y dinero. Se evita uno el tradicional y enojoso “vuelva usted mañana”. Pero me temo que lo que ganamos en rapidez y eficacia lo vamos a perder en atención personalizada. Nada puede sustituir al encuentro de dos personas y a la ayuda que podemos brindarnos.
No quiero ni imaginarme el día en que para confesarse en una iglesia haya que pedir también “cita previa” o que el acompañamiento espiritual se realice a través de una máquina que te ofrece diversas alternativas para que tú vayas pulsando la más adecuada: “Si se siente solo, pulse 1; si se siente deprimido, pulse 2; si necesita superar el estrés, pulse 3”. Imaginemos que pulso el 1. Entonces la máquina podría proseguir más o menos así: “Si necesita sentir que alguien le quiere, pulse 1; si solo necesita hablar un rato, pulse 2; si prefiere que nadie lo moleste, pulse 3”. Después de una serie interminable de pulsaciones, la máquina se despediría con estas o parecidas palabras: “Muchas gracias por haber usado nuestros servicios. Le deseamos un buen día. No dude en contactarnos cada vez que lo necesite”.
Prefiero tomarme con humor todo esto, pero las consecuencias antropológicas de esta mecanización de la vida saltan a la vista. Sin darnos cuenta, todos nos vamos mecanizando. ¡Hasta las relaciones personales pueden perder frescura y degenerar en intercambios automáticos! En este afán por programarlo todo, por eliminar los factores de riesgo, mucho me temo que si uno quiere ir al cielo necesitará pedir con mucha antelación una “cita previa”. San Pedro no quiere verse sometido a un exceso de estrés celestial en la gestión de los ingresos.
La evangelización no puede mecanizar la fe. Ahora más que nunca se necesita una alternativa que coloque en primer lugar a cada persona. Los cristianos podemos servirnos de la técnica para realizar de manera eficaz muchas operaciones rutinarias, pero nunca deberíamos caer en la trampa de mecanizar todas las esferas de la vida, especialmente las que tienen que ver con las relaciones personales y los itinerarios de fe. También aquí podemos marcar la diferencia. Para querernos y acompañarnos no es necesaria ninguna “cita previa” y ningún formulario online, ni siquiera en tiempos de pandemia. La fe es, ante todo, la experiencia de un encuentro. Sin mediaciones personales, no se enciende su llama.
Pues imagínate lo que pasa con los inmigrantes que llegan sin papeles, sin nada… El proceso mucho más complicado y largo y el trato brusco que muchas veces reciben por parte de los profesionales que les atienden. Incluso para enviar un correo necesitan de alguien que les ayude o acuden a un profesional o a alguna tienda que se ha especializado un poco en ello.
ResponderEliminarDentro de nada, la persona que no sepa moverse, un mínimo, en el mundo informatizado, será analfabeta… No hace mucho se consideraba analfabeto al que no sabía leer, pero ahora, si además le añadimos el desconocimiento informático, lo pasan mal.
En lo de la “cita previa” para la confesión, se da más de lo que parece. En pocas parroquias encuentras al sacerdote preparado para atender a quien se quiere confesar. Por múltiples motivos y uno de ellos porque van con el tiempo cronometrado por atender más parroquias de las que pueden. Sus obligaciones les desbordan y no hay horarios para la confesión. Las consecuencias son que se va perdiendo el valor del sacramento y cada vez más son las personas que no participan.
Gracias Gonzalo, por poner un toque de humor en todo ello.