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sábado, 13 de noviembre de 2021

Es demasiado pronto, Princesa

Cada día me echo a la calle a eso de las 7,45 de la mañana después de haber hecho un tiempo de oración personal y otro de oración comunitaria. En el corto trayecto que separa mi casa del colegio de las Concepcionistas donde celebro la misa a las 8 casi siempre me encuentro con las mismas personas: estudiantes de las universidades cercanas que se apresuran para llegar puntuales a clase, oficinistas que se dirigen a su puesto de trabajo, empleados de la limpieza, albañiles de las obras que están a punto de rematarse en la plaza de España, turistas que salen de sus hoteles… y alguna que otra persona que se despereza entre cajas de cartón. 

Diez minutos a pie no dan para muchas reflexiones, pero siempre me pregunto por las historias de los transeúntes. ¿Qué es lo que nos mueve a cada uno a levantarnos cada mañana? ¿Dónde encontramos motivos para seguir creyendo, amando y esperando? Me imagino la posibilidad de invitar a alguien a tomar un café en alguna de las muchas cafeterías abiertas y a mantener una conversación a tumba abierta.  Por desgracia, la mayoría de los rostros corresponden a personas anónimas. Ni siquiera nos saludamos. Nos limitamos a no estorbarnos en la acera o delante de los semáforos. Una ciudad como Madrid es un laboratorio de humanidad, pero también una fábrica de indiferencia.

Cuando, al borde de las 8, traspaso el umbral de la puerta del colegio enfundado en mi mascarilla y me higienizo las manos con el gel hidroalcohólico, asisto a otro espectáculo llamativo: la entrada de los colegiales, adolescentes que cargan con sus mochilas y que también viven historias singulares. Todavía no he tenido la oportunidad de hablar con ellos, pero dentro de unos días celebraré una misa con los de la sección de bachillerato. ¿Conseguiré conectar con su mundo de preocupaciones? ¿Qué se le pasa hoy por la cabeza a una chica o a un chico de 16 o 17 años? ¿Cómo ven el mundo? ¿Cómo imaginan el futuro? ¿Qué impacto está teniendo en ellos esta persistente pandemia? ¿Creen todavía en Dios? ¿Se sienten miembros de la Iglesia?

La mayoría de estas preguntas quedarán sin respuesta porque nuestros caminos no se cruzan y quizá porque hablamos idiomas diferentes. Cada uno vamos a lo nuestro. Estamos tan absorbidos por nuestras ocupaciones que no tenemos tiempo para diálogos serenos. Pero a veces se producen hermosas sorpresas. Cuando menos lo esperas, alguien se acerca, sonríe, formula una pregunta y se lanza a compartir algo de su vida. Somos seres de encuentro. La alegría es siempre el fruto de habernos encontrado con alguien.

Anoche, conversando en videoconferencia con un amigo, recordé que hace años había escrito una breve semblanza de las 33 personas que en ese momento habían sido muy significativas en mi vida (excluyendo familiares). La colección se titulaba “Nombres”. Cada semblanza ocupaba una página. Eran como pinceladas de un retrato emocional. Me estoy animando a continuarla con otra galería de 33 (o más) nuevas personas de entre las que he ido conociendo en los últimos años. Sustituiré el viejo título “Nombres” por otro inspirado en un poema del obispo claretiano Pedro Casaldáliga: “El corazón lleno de nombres”. 

Me hace bien recordar a las personas que han dejado una huella en mi vida. A veces, pequeños detalles de intimidad y confianza nos marcan para siempre. No seríamos los que somos sin la red de relaciones que configuran nuestra vida. A menudo, las personas más cercanas a nosotros no son precisamente las que físicamente lo están, sino aquellas que habitan en la geografía de nuestro corazón, aunque estén a miles de kilómetros de distancia. 

Estoy seguro de que los transeúntes que me encuentro cada mañana en la calle de la Princesa tienen también sus propias listas de nombres. No hay mayor tristeza que comprobar que uno está solo en la vida, que, si desaparece, nadie lo va a echar en falta. Joaquín Sabina cantaba aquello de “Ahora es demasiado tarde, princesa”. Yo, viendo los rostros anónimos de las personas que me encuentro cada mañana en la calle madrileña, me siento tentado de cambiar la letra de la canción sabiniana: “Ahora es demasiado pronto, Princesa”. Demasiado pronto para saludarnos y detenernos a charlar unos segundos. Demasiado pronto para conocer las historias que se agazapan en los corazones de los hombres y mujeres que se echan a la misma calle que yo cuando apenas está amaneciendo. Pero, aunque no podamos conocerlas y compartirlas, siento que todos pertenecemos a la misma familia humana. Eso es más que suficiente. Algún día se revelará el misterio.



3 comentarios:

  1. Hago mías las preguntas que formulas:
    ¿Qué es lo que nos mueve a cada uno a levantarnos cada mañana? No me lo había planteado, pero sí que hay, cada día, motivos para levantarnos y dar gracias de los regalos que estamos recibiendo que son más que los problemas que se nos presentan.
    ¿Dónde encontramos motivos para seguir creyendo, amando y esperando? En la vocación claretiana y misionera y los motivos van cambiando… He leído hace unos días una frase relacionada con Francisco de Asís: "Ten cuidado con tu vida, quizás sea el único evangelio que muchas personas vayan a leer!”
    Tener una lista como dices de personas que han dejado una huella en nuestra vida, a mi me da fuerza para salir adelante y me ayuda a ser agradecida. Son como faros con los que Dios ha ido y va iluminando mi camino.
    Cada día tenemos motivos para levantarnos y para seguir amando, solo hace falta que estemos atentos a nuestro alrededor.
    Gonzalo, deja pasar los días y verás como conectas con los jóvenes, tienes la suficiente capacidad de comprensión y adaptación… Les harás mucho bien y tu cercanía les llevará a la interpelación.

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  2. Los jóvenes necesitan ser escuchados comprendidos y tolerados, es cierto es dificil ingresar en su mundo;sin embargo tratemoa de conectar con ellos.

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  3. A esos chavales les ha caído la lotería con tu presencia. Seguro,segurísimo que conectas con ellos muy pronto y que va a ser para bien. Por otra parte, es una satisfacción tenerte más cerca de Vinuesa.

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