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viernes, 12 de noviembre de 2021

Te doy la vida

Me desayuno con una noticia que me ha impresionado. Leo en un periódico digital: “En total en 2020 han fallecido por suicidio 3.941 personas en España, una media de casi 11 personas al día; un 74% de ellas varones (2.938) y un 26% mujeres (1.011). Así, 2020 se convierte en el año con más suicidios registrado en la historia de España desde que se tienen datos (año 1906)”. Los datos ofrecen una radiografía preocupante. El suicidio es la principal causa de muerte no natural en España. Produce 2,7 veces más muertes que las provocadas por accidentes de tráfico, 13,6 veces más que los homicidios y casi 90 veces más que la violencia de género. Con 300 muertes por esta causa, el suicidio es, después de los tumores (330 defunciones) la principal causa de muerte entre la juventud española (15 a 29 años). 

¿Ha influido la pandemia en este significativo aumento? Parece que sí. Las secuelas psicológicas, laborales y económicas del Covid-19 están teniendo un fuerte impacto en la población. Si el problema es serio, las soluciones deben ser radicales y urgentes. Necesitamos cuidarnos mucho más unos a otros antes de que sea demasiado tarde. Según las estadísticas, parece que los hombres somos más proclives al suicidio que las mujeres, no porque experimentemos más problemas, sino porque tal vez no sabemos gestionar bien el estrés. Nos enfrentamos a una realidad dura, no sujeta a fáciles y rápidas interpretaciones. Ignoramos mucho más de lo que conocemos. El suicidio nos confronta, una vez más, con el misterio insondable de la condición humana. 

Aunque la noticia sobre el aumento del número de suicidios en España puede pasar desapercibida en el bosque informativo diario, para mí tiene un significado especial. Muestra que podemos hacer mucho más para que nadie se vea abocado a una decisión irreversible. La escucha es un arma muy poderosa. A veces, cuando uno se encuentra mal, no necesita soluciones materiales. Lo que busca es poder compartir su desesperación con alguien que se haga cargo sin juicios y sin superficiales consejos piadosos. La compasión consiste en sentir con la otra persona, en sintonizar su frecuencia. Caminar juntos es a menudo la única forma que tenemos de ayudar a quien atraviesa una crisis. Solo cuando compartimos la dureza del camino podemos descubrir que la vida tiene sentido y que merece la pena vivirla, aunque no todo nos salga bien. 

La gran paradoja de nuestro tiempo es que, por una parte, la publicidad nos presenta una imagen idílica de la vida humana a través de los iconos de moda. Según estos, vivir significa tener un cuerpo hermoso y sano, disfrutar de muchas relaciones, habitar en una casa confortable, viajar, comer bien, comprar lo que se nos antoje, etc. Por otra parte, los informativos nos brindan imágenes de situaciones de pobreza, exclusión, violencia, enfermedad, etc. Nosotros nos situamos entre los dos extremos. A veces, soñamos con vivir como esas personas sonrientes de la publicidad, pero la realidad cotidiana nos devuelve a una existencia limitada cuando no miserable. Padecemos problemas de salud, penurias económicas, desajustes afectivos, falta de comunicación, soledad…

¿Cómo gestionar este abismo entre una vida falsamente eufórica y una vida sinceramente feliz? Creo que la fe en Jesús es esencial en este proceso de ajuste. Jesús se hace cargo de nuestras necesidades, pone nombre a nuestros desajustes, bucea en nuestro fondo personal. Desde dentro, nos ayuda a caer en la cuenta de que vivir no significa estar exento de problemas, sino afrontarlos con amor. Él mismo nos ha dicho: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante” (Jn 10,10). 

Pero, ¿cómo nos da vida abundante Jesús? ¿Nos ofrece algún raro complejo vitamínico? La clave está en la entrega: “En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna” (Jn 12,24-25). A veces, cuando la vida se nos pone cuesta arriba, cuando ya no encontramos razones para vivir, cuando nos ronda la tentación del suicidio, cuando quisiéramos tirar la toalla porque ya no nos quedan fuerzas… entonces, precisamente entonces, la salida consiste en no tirar la toalla, sino en ceñírnosla. Aprender a servir a otros cuando ya no tenemos ganas ni recursos para servirnos a nosotros mismos es paradójicamente el mejor modo de vencer el derrotismo. La vida se gana dándola. ¿Seremos capaces de entender esta lección de Jesús? ¿Estamos dispuestos a dar nuestra vida para que nadie de nuestro entorno sienta la tentación de quitársela?


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