Junto al sepulcro de san Antonio María Claret en Vic |
Me pongo ante el ordenador aprovechando las pocas horas que median entre la celebración matutina de la solemnidad de san Antonio María Claret en el templo que conserva sus restos en Vic y la que tendré esta tarde en el santuario del Corazón de María de Barcelona. Es el único momento disponible en unas jornadas repletas de actividades.
Ya sé que hoy es el XXX Domingo del Tiempo Ordinario y que la Iglesia celebra también hoy la Jornada Mundial de las Misiones (DOMUND) bajo el lema Cuenta lo que has visto y oído. Los lectores sabrán disculparme si paso por encima de ambas celebraciones centro mi entrada en la figura de san Antonio María Claret, de cuya muerte en el monasterio cisterciense de Fontfroide celebramos el 151 aniversario.
El año pasado también estuve en Vic para celebrar un aniversario redondo: 150 años. La pandemia impidió que se organizara un evento masivo, pero, a cambio, lo abrimos a todo el mundo a través de Internet. Este año ha tenido un carácter más local. El templo de Vic estaba lleno de amigos de los claretianos, entre los cuales había un buen grupo de inmigrantes africanos y latinoamericanos, además de algunos amigos vicenses.
Templo de san Antonio María Claret en la casa natal de Sallent (Barcelona) |
La película Claret, estrenada en España hace exactamente un mes, ha sacado la figura del santo misionero del ámbito eclesial y la ha proyectado en la sociedad. Ya la han visto algo más de diez mil espectadores. No es una cifra abrumadora en tiempos de pandemia, pero tampoco irrelevante. ¿Qué interés puede tener una figura eclesiástica del siglo XIX en el secularizado siglo XXI? Me permito compartir un par de ideas que me brotan sin especial reflexión.
La primera es que cada época tiene sus desafíos. Solemos decir que hoy es difícil ser creyente. Y mucho más optar por el sacerdocio o la vida consagrada. Claret no lo tuvo más fácil que nosotros. En 1835 vivió los efectos de las sucesivas desamortizaciones (y la consiguiente prohibición de órdenes religiosas) que tuvieron lugar en España. Padeció también las consecuencias de las guerras carlistas. Vivió innumerables tensiones en Cuba entre esclavistas, independentistas, etc. Los once años de la etapa madrileña estuvieron erizados de revueltas, campañas difamatorias y presiones de todo tipo.
No tengo la menor duda de que yo, por ejemplo, disfruto de una paz que no tuvo Claret en su tiempo. Y, sin embargo, supo navegar en aguas procelosas porque sabía que Dios era el fundamento de su vida. Nuestro problema actual no son las dificultades externas que podamos encontrar en el camino, sino el hecho de no saber bien cuál es la meta. La debilidad de nuestra vida de fe nos imposibilita vivir este tiempo difícil con serenidad, sentido y esperanza.
Mercado sabatino de Vic |
La segunda cosa que quiero destacar es que Claret no se limitó a quejarse de los problemas de su tiempo o a ser un espectador pasivo. Sintió la urgencia de responder desde la Palabra de Dios. Movido por el Espíritu, fue desarrollando un plan misionero estratégico que implicaba progresivamente más personas y que incluía nuevos medios, desde los primeros (misiones populares y ejercicios espirituales) hasta los posteriores (publicaciones, asociaciones, obras sociales y educativas, reforma del clero, etc.).
Su actitud es muy estimulante para nuestro tiempo. No basta con quejarse de lo mal que van las cosas. Tenemos que reaccionar. Quienes somos creyentes debemos preguntarnos con frecuencia: “Señor, ¿qué quieres que haga? ¿En qué puedo servir?”. ¿Cómo pasar de una espiritualidad pasiva a otra activa, sin que esto signifique ignorar que las verdaderas transformaciones son siempre obra de Dios?
San Antonio María Claret me ha enseñado a vivir ─como reza el lema del último Capítulo General de los claretianos─ “arraigado en Cristo y audaz en la misión”. Cuando Cristo es nuestro fundamento, podemos superar la pasividad o la resignación que con frecuencia se apoderan de nosotros. Por difícil que sea nuestro tiempo, siempre es posible creer, esperar y amar, salir hacia los otros, ponernos a disposición de quienes nos necesitan, hacer cultura desde la fe. Porque Claret vivió todo esto con pasión, es un santo del XIX que habla al XXI.
Qué quiere Dios de cada un@ y en conjunto. Encontrar respuestas de vida en uno mismo para saberlas compartir, y no sumarnos a la impotencia e indolencia, porque no vemos más allá. Querido Gonzalo. FELICIDADES a la familia claretiana
ResponderEliminarTenéis motivo más que grande para dar GRACIAS, y seguir dando Gloria a Dios por el bien que hacéis , a través de vuestra vida donada.
Un abrazo extensivo y esperanzado.
A veces tenemos la tentación de decir: “yo no puedo ser santo, santa…” porque queremos imitar… No se trata de imitar, se trata de captar su espíritu y vivir desde ahí… Todas las llamadas son diferentes, lo importante es que cada un@ sepamos responder desde nuestro lugar…
ResponderEliminarGracias Gonzalo por haberte centrado en Claret y ayudarnos a valorar su vida y santidad… Su vida también nos lleva a la comprensión del Evangelio… El vivió un Evangelio encarnado… Sintió la urgencia de responder desde la Palabra de Dios.
Gracias por invitarnos a preguntarnos con frecuencia: “Señor, ¿qué quieres que haga? ¿En qué puedo servir?”. ¿Cómo pasar de una espiritualidad pasiva a otra activa, sin que esto signifique ignorar que las verdaderas transformaciones son siempre obra de Dios?”
Que la fiesta de Claret nos ayude a profundizar más y más en su testimonio y en nuestra capacidad de entrega como respuesta a nuestra vocación.