Aprovecho el viaje en tren desde Barcelona a Madrid para teclear la entrada de este lunes en el que recordamos que, hace 29 años, fueron beatificados en Roma por san Juan Pablo II los 51 mártires claretianos de Barbastro. Recuerdo muy nítidamente aquella jornada. Pero hoy quiero escribir sobre otro asunto al hilo de tres experiencias que tuve la semana pasada.
El jueves por la tarde, en compañía de otros compañeros claretianos y guiados por el vicario general de la diócesis de Vic, visitamos el bellísimo Museo Episcopal. Ya lo conocía, pero esta vez me impresionó un poco más si cabe. Os lo recomiendo a todos los enamorados del románico. El viernes nos acercamos a la cueva de san Ignacio en Manresa para admirar la nueva decoración de las capillas laterales a base de mosaicos diseñados por el jesuita esloveno Marco Ivan Rupnik.
El sábado hicimos el recorrido por el templo expiatorio de la Sagrada Familia de Barcelona. Tuvimos los mejores guías posibles: el presidente del Patronato, Esteve Camps Sala, y el arquitecto jefe de las obras, Jordi Faulí i Oller, ambos vinculados a los claretianos. Después de una introducción en una salita (con proyección de vídeo incluida) fuimos visitando las tres fachadas (nacimiento, pasión y gloria) y el interior (incluido el coro y la sacristía). Es difícil explicar la emoción estética y espiritual que se siente ante la armonía y audacia de las formas, el bosque de columnas y los vitrales inundados por la luz de la tarde.
Hoy quiero fijarme en un aspecto que considero capital. A menudo decimos que cada vez es menor el número de personas que participan en las celebraciones litúrgicas y, sin embargo, crece el de quienes visitan las catedrales, iglesias, ermitas y monasterios que forman parte del riquísimo patrimonio monumental de España (y del resto de Europa). Viendo el conocimiento y la pasión que tanto el vicario general de Vic como el jesuita de Manresa y el arquitecto jefe de la Sagrada Familia ponían en interpretar catequéticamente sus respectivos monumentos, caí en la cuenta del potencial evangelizador que la Iglesia tiene si fuéramos capaces de contar con buenos guías.
Cuando se explica una tabla románica, un mosaico contemporáneo o las figuras hiperboloides diseñadas por el genial Antoni Gaudí no basta con aclarar sus aspectos técnicos. Es una ocasión única para conectar el arte con la vida y la espiritualidad. Muchas de las preguntas, búsquedas e inquietudes de nuestros contemporáneos encuentran un camino de respuesta en la “via pulchritudinis” (vía de la belleza). Podemos comprender mejor la maravilla del hombre y de la mujer, el enigma del mal, la presencia de Dios en nuestro mundo, el significado de la salvación de Jesús, nuestra relación con los demás seres humanos y con la naturaleza… El arte es la biblia de los pobres y, en el fondo, de todos. Necesitamos que alguien nos ayude a descifrarla.
Cada vez me convenzo más de que los “nuevos” catequistas son los guías que acompañan las visitas a nuestras iglesias. Con un mínimo de preparación, sensibilidad y experiencia espiritual, pueden llegar al corazón de los millones de personas que se acercan a ellas atraídos por el poder de la belleza y el peso de la historia. ¿Vamos a renunciar a esta maravillosa oportunidad mientras añoramos viejas formas catequéticas que ya no suscitan interés?
Aprendamos a leer los signos de los tiempos. Atrevámonos a ir más allá de lo que hacemos, a dotar de entrenamiento a los profesionales y voluntarios que han elegido esta forma de hermenéutica. Quizá nos sorprenderíamos de sus frutos.
Confirmo que hoy hace 29 años, fue un día inolvidable, como también los de la preparación para la beatificación.
ResponderEliminarEs “un lujo” poder visitar estos lugares, en poco tiempo y buenos guías… Con pocas palabras: “… es difícil explicar la emoción estética y espiritual…” nos transmites dos ideas y/o sentimientos: “… que la belleza es un camino privilegiado para encontrarnos con el misterio de Dios” y nos hablas de “los nuevos catequistas”. Hay que aprovechar las nuevas formas que surgen, saber discernir bien, en cada momento, según el público que hay, cual es la mejor transmisión… No es lo mismo un estudiante de universidad que un peón de carretera, no es más válido uno que otro, pero sí que se precisan modelos diferentes para llegar al mismo lugar. No es mejor uno que otro, simplemente se precisan, caminos diferentes.
Como describes al final de la entrada: “El arte es la biblia de los pobres y, en el fondo, de todos. Necesitamos que alguien nos ayude a descifrarla.”
Gracias Gonzalo por las veces que eres “este alguien que ayuda a descifrarla”. Es un regalo que no siempre sabemos valorar.