Ayer por la tarde tuve que hacerme una PCR para poder viajar a Portugal. Todo discurrió con orden y profesionalidad. El hecho de haber concertado una cita por Internet agilizó el proceso. Mientras esperaba mi turno, veía a otras muchas personas (en algunos casos familias enteras) que aguardaban con buen humor soñando con sus próximas vacaciones. La imaginación se me fue hasta 2025 o 2030. ¿Qué nos parecerán dentro de unos años las imágenes de estos meses de pandemia? ¿Nos reiremos cuando veamos fotos de personas con mascarilla o, más bien, sentiremos una profunda tristeza? ¿Superaremos esta sensación colectiva de estar viviendo una pesadilla? ¿Cómo afrontaremos de nuevo los saludos y tantos ritos cotidianos que hemos ido perdiendo?
Cuando el enfermero me introdujo un hisopo de algodón en la fosa nasal derecha tuve la sensación de estar haciendo algo ridículo y, sin embargo, necesario en las circunstancias actuales. No se me pasó por alto el ingente negocio que están haciendo los centros privados que se han especializado en este tipo de pruebas diagnósticas. Mientras millones de ciudadanos han perdido su trabajo, otros han encontrado en la pandemia una mina de oro. Nunca llueve a gusto de todos.
Puede parecer un poco macabro, pero, mientras recomponía películas imposibles, me venían a la mente las imágenes de una extraña exposición que se acaba de inaugurar en Barcelona. Se titula Human Bodies. Exhibe cadáveres humanos para realizar un viaje por los distintos sistemas y partes del cuerpo. ¿Es posible que los mismos que caminan por Viale Parioli llenos de sueños y preocupaciones acaben así, como materia inerte que se corrompe bajo la tierra, se incinera en un horno crematorio o se disecciona en una mesa forense? ¿Qué significa ser hombre o mujer? ¿En qué consiste el misterio de la vida? ¿Nos aguarda una nueva realidad cuando se detenga nuestro corazón y nuestro encefalograma sea plano? ¿Qué sentido tienen todas nuestras fatigas, trabajos, aspiraciones y proyectos? ¿Nos dirigimos al final absoluto o somos peregrinos hacia una patria nueva?
Parece que la cerveza fría que una señora madurita se lleva a los labios refresca un poco estos pensamientos alborotados. Un hombre de mediana edad con cara de paquistaní pasea dos cachorrillos de alguna anciana rica que ya no puede sacarlos a la calle. Empieza a soplar una brisilla que atempera el bochorno del día. Las preguntas retornan con fuerza. ¿Por qué me hice misionero? ¿De qué sirve creer en Jesús y su Evangelio cuando la vida parece transcurrir por sendas muy trilladas? Me gustaría tomarme un helado, pero voy con prisa. Otro día será.
¿Nos habrá servido este largo retiro de la pandemia para ahondar un poco en el misterio de la condición humana o tenemos ganas de salir cuanto antes y ahogarlo en sol, playa y cerveza bien fría? Esa chica lleva un bronceado que parece fuera del tiempo. Estamos a mitad de junio y su piel tiene ya el tono de final del verano. Han puesto sillas de colores en la terraza de la pizzería. Se ve que quieren dar un toque juvenil para atraer clientela. ¿Es posible todavía ser feliz? El reloj está a punto de dar las 8.
Excelente, qué maravilla, me recordó usted a alguien de su misma escuela, un paisano suyo con quien conviví algunos años en Cuba, también era sacerdote y me enseñó a ver las perlas preciosas escondidas en los rudos y aveces amorosos rostros de los otros.
ResponderEliminarRudos y a veces amorfos rostros (este teclado)
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