Llevo varios días abordando temas de envergadura. Hoy tendría que escribir algo sobre el décimo aniversario del famoso movimiento 15-M (el de los indignados), pero no me lo pide el cuerpo, así que he decidido tomarme un sábado ligero. No olvido – eso sí – dar gracias a Dios porque hoy es también el aniversario de mi primera comunión.
La entrada me la ha inspirado un simpático vídeo hecho por un joven italiano que se dedica a enseñar la lengua de Dante a través de YouTube y que yo recomiendo a los estudiantes que llegan a Roma. Se llama Alberto Arrighini y tiene un canal muy instructivo llamado Italiano Automático con un cuarto de millón de suscriptores, lo que no está nada mal. Yo me inspiro en su decálogo, pero lo reconstruyo a mi manera. Si alguien quiere ver el vídeo original y practicar su italiano, puede hacerlo al final de la entrada. Dura alrededor de 11 minutos. Para un hispanohablante no será difícil entender casi todo.
¿Cuáles son esas 10 cosas que nunca hay que hacer? Veamos.
1. Matar la pizza. A un italiano nunca se le ocurriría echar encima de la pizza kétchup, mayonesa, arroz, carne, pasta o trocitos de piña, como se ha puesto de moda en algunos lugares. Jamás hay que añadir nada a la pizza que sale del horno. Lo que hay que hacer es escoger el tipo de pizza que más le gusta a uno. Hay pizzas blancas y rojas, delgadas y gruesas. Y, dentro de cada especie, infinidad de variedades. Yo casi siempre me inclino por la pizza capricciosa (espero que no sea una proyección de mi carácter), pero no hago ascos a casi ninguna. En mi comunidad, todos los sábados por la noche disfrutamos de la pizza. Después de muchos meses sin poder hacerlo debido a las restricciones Covid, el jueves pasado pude saborear una en una trattoria cercana. Es un signo de que, poco a poco, vamos saliendo del túnel.
2. Cortar los espaguetis (en italiano spaghetti). Una amiga mía, maestra de una escuela infantil, me dijo que, a los niños, a partir de los cuatro años, les enseñan a comer los espaguetis usando solo el tenedor… y sin cortarlos en trocitos, como suelen hacer algunos extranjeros para facilitar su ingesta. Para un italiano, cortar los espaguetis es, pura y llanamente, un sacrilegio culinario. ¿Se puede uno imaginar al gran Totó o a Alberto Sordi cortando los espaguetis con cuchillo y tenedor y luego comiéndolos con cuchara como si se tratara de una sopa de fideos? Reconozco que se requiere un poco de entrenamiento, pero luego resulta muy fácil enrollar los espaguetis con el tenedor y acercarlos a la boca. Solo los muy torpes se ensucian la camisa.
3. Pedir un capuchino (en italiano cappuccino) después
de mediodía. Los desayunos italianos no tienen nada que ver con los ingleses
o los mexicanos, por poner solo dos ejemplos de desayunos variados y copiosos. Se reducen, por
lo general, a un café (o un capuchino) y un cruasán, que en la zona centro y
sur de Italia se suele denominar cornetto. Solo a los extranjeros se les
ocurre pedir un capuchino a las tres de la tarde o por la noche. Esta regla no
es tan sagrada como las dos anteriores. De hecho, he visto a italianos (sobre todo, en
invierno) pidiendo un capuchino calentito a media tarde, pero no es lo más
común. No olvidemos que no es lo mismo un capuchino que lo que en España llamamos un café con leche.
4. Pensar que los conductores se van a detener en el paso de peatones. Esta es la regla que nunca hay que olvidar. Después de tantos años en Italia, sé que los conductores (de camiones, autobuses, coches, motos, patinetes eléctricos y bicis) casi nunca (por no decir nunca) se detienen ante un paso de peatones, como es preceptivo. Por eso, hay que estar muy atentos. A pesar de que soy muy consciente de este hecho, el año pasado experimenté lo que puede pasar si uno se fía demasiado. En este punto, la diferencia con España es abismal. Aquí en Italia (sobre todo, en Roma) los conductores te esquivan como pueden, pero no se detienen. Yo diría que es casi más seguro cruzar una calle por cualquier lugar que por el paso de peatones. Basta – eso sí – que hagas un gesto claro con la mano para indicar que estás cruzando y que te arriesgues a abrirte paso entre los vehículos. ¡Mucha atención, pues, los que deseéis venir por primera vez a Italia tras el encerramiento pandémico!
5. Saludar a
los desconocidos. En
otros países mediterráneos y en varios lugares de Latinoamérica es normal
saludar a la gente cuando uno entra en un transporte público, en un establecimiento de cualquier tipo o se la cruza por
la calle. Aquí nadie lo hace, sobre todo de Roma hacia el norte. Si, en un
exceso de cortesía, un extranjero lo hace, te miran con cara de extrañeza. De todos
modos, a nadie le amarga una sonrisa, a menos que no sea muy transparente y
adivinen segundas intenciones.
6. Hablar de política y de mafia. Esto hay que evitarlo a toda costa, a menos que uno tenga mucha confianza con las personas con las que se encuentra. Son temas muy polémicos que pueden avinagrar una relación. Por otra parte, no es de buen gusto que un extranjero llegue a Italia y lo primero que haga es hablar sobre el tópico tema de la mafia, como si fuera algo consustancial a la identidad de este hermoso país. Es verdad que se trata de un asunto serio, que la mafia ha impregnado casi todo con su toque de corrupción, clientelismo y chantaje, pero no se gana nada sacando a relucir el tema a las primeras de cambio. Sobre política se puede hablar, pero sin hacer propuestas demasiado partidistas.
7. Pensar que
son puntuales. Es difícil
encontrar un italiano puntual, aunque los hay. Por poner un ejemplo muy
cercano, en las misas de nuestra basílica, lo normal es que los fieles sigan
entrando hasta pasada la homilía. Si alguien te dice (sobre todo, un profesional),
que “mañana voy”, el verdadero significado de esa frase es este: “Puedes
estar seguro de que hoy no voy a ir, pero no te puedo asegurar cuándo”. No
se considera que la puntualidad sea una virtud. Se asocia a los países del norte
de Europa, como si los del sur estuvieran exentos de practicar este tipo de
cortesía. Reconozco que a mí, puntual por naturaleza, me pone un poco de los
nervios.
8. Dar propina en los restaurantes. En los Estados Unidos, por ejemplo, es obligatorio dejar como propina un porcentaje (entre el 15% y el 25%) del importe total de la cuenta porque el salario del personal de servicio suele ser bajo. Si uno da el 10% o menos, se considera un tacaño y hasta puede ser recriminado. En Italia el servicio va incluido en el precio. No hay, pues, obligación de dejar nada, aunque es costumbre dejar algo simbólico. Como en el caso del saludo, nadie se va a escandalizar si uno quiere ser generoso, por supuesto.
9. Comer en locales
“fast food”. En un país
con una cultura gastronómica tan exquisita y variada, se considera de mal gusto
ir a comer o cenar a un establecimiento de “fast food”, a menos que no
haya otra alternativa. Solo los jóvenes se permiten estas herejías que,
en cualquier caso, son vistas con desdén. Si uno no puede permitirse ir a un
restaurante de postín, siempre hay trattorie y pizzerie excelentes y a
buen precio. Basta darse una vuelta por el barrio romano del Trastevere o por el
entorno de la Piazza Navona para comprobarlo.
10. Rechazar la comida de las abuelas. El último mandamiento no afecta a los turistas de paso, sino, más bien, a quienes vivimos aquí y nos relacionamos habitualmente con gente italiana. Cuando vas a una casa y una abuela te invita a algo (un café, un dulce, una comida o una cena), jamás hay que rechazarlo. No se admite ninguna excusa. Una “abuela” es una supermamá. Y ya se sabe que aquí en Italia la mamma es sagrada. Es como decirle no a Dios. Lo bueno es que, en la mayoría de los casos, el producto que le ofrecen a uno suele ser excelente o por lo menos apetitoso.
Bueno, con estos
diez mandamientos no está asegurada la italianidad de quienes visitan
este país, pero, por lo menos, se evitan algunos errores de bulto. Después de
haber leído mi particular versión, os invito a ver el vídeo de Alberto. Ahí encontraréis
los matices típicamente italianos. Disfrutemos del fin de semana, que nunca viene
mal un poco de humor.
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