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viernes, 2 de abril de 2021

Sus heridas nos han curado

En la primera carta de Pedro leemos: “Habéis sanado a costa de sus heridas, pues erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al que es vuestro pastor y guardián” (1 Pe 24b-25). Es un texto un poco misterioso que se hace eco de otro del profeta Isaías: “Sufrió el castigo para nuestro bien y con sus heridas nos curó” (Is 53,5). Creemos en un Salvador herido. Celebramos hoy la muerte ignominiosa de Aquel en quien hemos puesto toda nuestra confianza. ¿Qué extraña atracción nos lleva a fiarnos de un crucificado; es decir, de un fracasado? Es verdad que el impresionante relato que el evangelio de Juan hace de su pasión y muerte está transido de triunfo. La cruz es, al mismo tiempo, cadalso y trono. No es fácil, sin embargo, percibir las dos caras de esta moneda. Jesús muere “exhalando el espíritu” (muere físicamente) que es lo mismo que decir que se queda con nosotros “a través de su Espíritu” (vive espiritualmente). Parecen sutilezas teológicas, pero nos jugamos todo en ese “morir dando vida”. Es el mensaje central del Viernes Santo

En este tiempo de la pandemia, más conscientes que nunca de nuestra fragilidad, heridos por el coronavirus, por la precariedad o por la tristeza, podemos comprender mejor qué significa creer en un Dios frágil, infectado por nuestros pecados, precario en su condición humana, triste por el abandono de casi todos. Podemos compartir con él, de tú a tú, el drama de la muerte y la confianza inquebrantable en el Dios de la vida: “Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu”. 

Oración de Viernes Santo

Este viernes de abril
se oyen más los pájaros que las sirenas
en las calles casi desiertas de esta Roma laborable.
La muerte sigue pisándonos los talones,
pero parece que nos asusta menos
que el fatídico año pasado.
Tenemos quizás más tiempo,
Cristo moribundo,
para contemplar tu cuerpo exánime,
recorrer la geografía de tus heridas,
enumerar las nuestras,
y dejarnos curar por la fuerza salvadora
que brota de tu Cuerpo destrozado.

Dicen que las cruces modernas
están en las UCIs de muchos hospitales
y en algunos campos de refugiados transfronterizos,
pero no es toda la verdad:
las cruces inundan nuestro planeta
porque el mal y el sufrimiento
tienen innumerables rostros
que Tú conoces de primera mano.
Los has mirado de frente
desde el privilegiado observatorio
de tu cruz jerosolimitana.

Cansados de un año interminable,
quisiéramos preguntarle a Dios
por qué nos ha abandonado,
pero el salmo se nos atraganta a medio camino
cuando te miramos de cerca
y vemos que en cada célula de tu Cuerpo marchito
Dios, ese Padre que parece mudo y ausente,
ha inoculado gérmenes de amor y vida.
Sin la fuerza que desprende tu Cuerpo,
no tendríamos valor para afrontar la vida.
La muerte se erguiría como palabra última
y nos volveríamos a casa desalentados.
Pero hay algo que clama dentro:
el vigor del grano enterrado
que pugna por brotar y convertirse en espiga.

Tenemos todavía mucho que aprender,
Cristo del Calvario,
en el libro de tu Cuerpo crucificado,
en esa Eucaristía de tu pan y de tu vino
celebrada en la mesa del sufrimiento
para la vida del mundo.
No permitas que los afanes
de nuestro tiempo roto
nos alejen de esa sabiduría eterna,
de ese fármaco de inmortalidad. 

Asidos a tu Cruz desde las nuestras,
besando tus llagas salvadoras,
ponemos nuestro espíritu
en las manos infinitas del Padre.
Jamás quedaremos confundidos.
Amén.



1 comentario:

  1. Me alegra y me tranquiliza leerte. En este mundo tramposo y materialista hacen mucha falta muchos curas como tú y papas como Francisco. Haces tu labor misionera desde Roma y, verdaderamente, eres pescador de hombres. Gracias

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