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lunes, 8 de febrero de 2021

El viejo relojero

El viernes pasado hice doce kilómetros a pie por el centro de Roma. Hacía una tarde primaveral, aunque todavía estamos en el corazón del invierno. Había bastante gente por la calle, pero muchas tiendas permanecían cerradas. Algunas parecían ya muertas. Anduve buscando una relojería en la que comprar una nueva correa para mi viejo reloj, regalo de un amigo muy querido. En todas las que encontré me dijeron amablemente que no vendían ese tipo de productos. En una cercana al palacio de Montecitorio (es decir, a la sede del parlamento) fui testigo de una escena de película. La entrada estaba protegida por una doble puerta acristalada. Cuando toqué el timbre, vi que el propietario, antes de abrirme, sacó de un cajón del mostrador una pistola plateada y se la escondió en la parte trasera del pantalón. Es probable que temiera un posible atraco, aunque no me veo con cara de facineroso. Permanecí en el interior medio minuto, el tiempo necesario para preguntar si tenían correas para mi modelo de reloj y escuchar la respuesta negativa. Resignado a no encontrar lo que buscaba y a tener que pedirlo por Internet, deambulé en torno a la plaza Venecia y enfilé el poco más de kilómetro y medio que la separa de la plaza del Pueblo por la rectilínea Via del Corso. Había movimiento de personas, pero escasos turistas. Un poco después de pasar por delante del palacio Chigi (sede del gobierno italiano y residencia oficial del presidente del consejo de ministros), divisé una vieja relojería en una de las calles laterales.

No creo que el interior tuviera más de seis metros cuadrados. No vi a nadie dentro. De todos modos, toqué el timbre. Enseguida me saludó un hombrecillo anciano que estaba sentado en una mesita a la puerta del bar de al lado. Era el dueño. Me abrió con amabilidad. Enseguida intuí que, en esa vieja relojería, alejada del lujo de otras que había visitado, podría encontrar lo que buscaba. Midió la anchura de la parte de la correa que se ajusta al reloj y empezó a buscar modelos en unos gruesos álbumes que guardaba en una vitrina lateral. Como me pareció simpático, decidí entablar conversación con él. Le pregunté por el futuro de la tienda. Él me confesó que relojerías artesanales como esa solo quedaban cuatro o cinco en Roma. Los dueños se conocían entre ellos. La suya se la había comprado hacía años a su antiguo maestro relojero, pero estaba seguro de que, cuando él muriera, se cerraría porque no encontraba a nadie que quisiera continuar con el negocio. Escuchándolo, tuve la sensación de que con él moría un trozo de historia. Es como si en esta sociedad altamente tecnificada ya no hubiera lugar para los viejos artesanos. Después de pagarle la correa (por cierto, bastante cara), me despedí de él como quien se despide de una persona que probablemente no volveré a ver.

El centro de Roma está lleno de pequeños estudios artesanales que aprovechan los bajos de edificios históricos para trabajar con vistas a la calle. Hay muchos en la via dei Banchi Vecchi y calles adyacentes. Si no fuera por los coches que están estacionados a los lados y por los carteles luminosos, uno pensaría que está en la Roma renacentista. Muchos de los enormes y hermosos palacios se remontan a los siglos XV y XVI. En pocas ciudades del mundo (quizás en ninguna) conviven el pasado y el presente en original simbiosis. Uno puede encontrar a gente viviendo en casas incrustadas en las paredes del antiguo teatro de Marcelo o ver cómo trabaja un artesano de la forja o del vidrio en una vieja casa medieval. Junto a una galería de arte moderno se encuentra una iglesia barroca. Al lado de una tienda de comestibles puede haber una fuente renacentista o restos arqueológicos de la antigua Roma. Aunque a lo largo de la historia se han producido muchas demoliciones y saqueos, en Roma el pasado está vivo. No se exhibe como pieza de museo, sino que pervive como escenario del presente. Quizá por eso me extrañó que ya no hubiera sucesores para el viejo relojero de la via della Vite. Estamos en el tiempo de los técnicos, no de los artesanos.



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