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domingo, 7 de febrero de 2021

Desde el amanecer hasta el atardecer

El mensaje de este V Domingo del Tiempo Ordinario parece estar compuesto para el tiempo que nos ha tocado vivir. ¿Quién no se reconoce en las palabras de Job que leemos en la primera lectura? Son un desahogo en momentos de hartazgo pandémico: “Al acostarme pienso: ¿Cuándo me levantaré? Se alarga la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba. Mis días corren más que la lanzadera, y se consumen sin esperanza. Recuerda que mi vida es un soplo, y que mis ojos no verán más la dicha” (Job 7,3-4). La pandemia nos ha hecho más sensibles al misterio de la vida y de la muerte, a la caducidad de todo y al misterio del mal y del dolor. ¿Por qué demonios tenemos que sufrir en este mundo?  ¿No decimos por activa y por pasiva que “la vida es bella”? 

La pandemia ha venido para hacernos ver que no lo es tanto. Y también para desempolvar viejas preguntas. Los judíos creían que sufrimos como consecuencia de nuestros pecados (teoría de la retribución). Pero la vida desmiente esta tesis, demasiado ingenua y provocativa. Hay muchos inocentes y buenos que también sufren. Podemos recurrir al famoso “pecado original” como raíz de todos nuestros males, pero difícilmente el hombre moderno acepta una explicación de este tipo. Hablar de pedagogía de Dios que hace madurar a sus hijos mediante el dolor se nos antoja una especie de “sadismo teológico”. Por otra parte, ¿es verdad que el dolor humaniza? Perderse en explicaciones teóricas cuando alguien lo está pasando mal (y hoy son muchas personas) es en palabras de Armellini, cargadas de ironía como “impartir una lección de higiene alimenticia a quien se está muriendo de hambre y de sed”.

En el evangelio de este domingo vemos que Jesús no se deja atrapar por disquisiciones teóricas sobre el origen del mal y del dolor. Acepta su existencia como una realidad que nos acompaña siempre y se pone a combatirlo “desde el amanecer hasta el atardecer”. El relato de Marcos describe la acción de Jesús en tres escenas características ubicadas en escenarios distintos: en la casa de Cafarnaúm donde se hospeda cura a la suegra de Pedro que está en cama (cf. Mc 1,29-31); junto a la puerta de la ciudad, cura a los enfermos y endemoniados que se agolpan al anochecer (32-34); en un lugar solitario, se retira antes que comience un nuevo día para entrar en contacto con su Padre (35-39). Las tres acciones forman parte de una estrategia. A la suegra de Pedro la cura acercándose, cogiéndola de la mano y levantándola. Los tres verbos señalan una dinámica que puede inspirar nuestra manera de hacer frente al sufrimiento de los demás. El fruto de la curación es que la suegra recupera su dignidad de mujer debilitada por la fiebre (se puso en pie) y empieza un camino de seguimiento (se puso a servirles). De entre el gentío que se agolpa a la puerta “curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios”. Una energía sanadora como la suya solo es eficaz cuando proviene de su profunda conexión con el Padre. Para seguir curando “al anochecer”, es preciso retirarse “de madrugada” a un descampado.

No es extraño que, ante un Jesús que combate el mal de manera tan eficaz, la gente sienta una atracción irresistible. Los discípulos la sintetizan en tres palabras: “Todos te buscan” (Mc 1,36). Son quizá las tres palabras que también hoy podríamos pronunciar nosotros, pero añadiéndoles un matiz: “a menudo sin saberlo”. En realidad, pocas veces buscamos a Jesús directamente. Lo que buscamos es salud, trabajo, cariño, esperanza, futuro… Pero, a través de estas búsquedas tan humanas, buscamos un propósito, un sentido para nuestras vidas siempre amenazadas. Cuando no es un virus, es un problema económico o relacional. Jesús siempre está dispuesto a curarnos “al atardecer”, pero no cae en la trampa de la popularidad, de reducir su desconcertante mesianismo a ir tapando nuestros agujeros. No sustituye nuestra responsabilidad, sino que la estimula. No nos saca mágicamente las castañas del fuego, sino que nos comunica su energía para que nosotros (seres libres y creativos) seamos capaces de combatir el mal e ir por la vida haciendo el bien. Por eso, se marcha: “Vámonos a otra parte…, que para eso he salido”. Es un Jesús presente/ausente, cercano/distante. El mismo que se acerca a la suegra de Pedro, la toca y la incorpora, es el que sale de la ciudad y va a los pueblos vecinos. No nos abandona, pero tampoco está al alcance de nuestros caprichos. Nos pide que le sigamos y que pongamos toda nuestra confianza en el Padre. Él continúa su camino. 



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