Hemos llegado al VI
Domingo del Tiempo ordinario, el último, por ahora, de este tiempo
litúrgico antes de que el próximo miércoles 17 comencemos la Cuaresma. Tanto la
primera lectura (cf. Lev 13,1-2.44-46) como el Evangelio (cf. Mc 1,40-45)
hablan de la lepra. El tema no parece muy agradable. A lo largo de la historia,
todos los pueblos han considerado “impuros” a los leprosos y los han alejado de
la comunidad para que no contaminasen a los demás. Lo que, en principio, parece
una medida higiénica (como el confinamiento que de vez en cuando practicamos nosotros
para evitar la propagación del Covid) obedecía, en realidad, a un motivo teológico. Los judíos creían que los leprosos eran “malditos” por Dios. Su
alejamiento físico era solo la expresión de un alejamiento religioso.
En ese
contexto de exclusiones, cobra una extraordinaria fuerza el comportamiento de Jesús. Ante el
leproso que le pide que “lo limpie” (o “lo purifique”, como traduce la versión
litúrgica italiana), Jesús “sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó,
diciendo: «Quiero: queda limpio»”. Cada uno de los verbos empleados (sentir
lástima, extender la mano, tocar y hablar) está cargado de resonancias. Jesús
no se deja llevar por los prejuicios de su ambiente, sino por los dictados de su
corazón. Sabe muy bien que el Padre, con el que habla de madrugada, no hace
acepción de personas. Por lo tanto, dejándose llevar por la compasión, rompe la
distancia de seguridad, toca al leproso (es decir, se deja contaminar por él) y
lo purifica (es decir, no solo lo cura de su enfermedad física, sino que lo
reintegra a la comunidad de las personas libres y, sobre todo, a la comunión
con Dios).
Lo que sucede
después nos muestra una dirección. El leproso “purificado” (no solo curado), en
vez de obedecer el mandato de Jesús que le ha pedido que guarde silencio, “empezó
a divulgar el hecho con grandes ponderaciones”. En otras palabras: el
leproso marginado se convirtió en un evangelizador de primera línea.
Encontramos aquí una clave para entender por qué muchos de nosotros hoy no acabamos
de ser evangelizadores con pasión. Solo quien ha saboreado la alegría de una
vida nueva, solo quien se ha sentido marginado y ha experimentado en carne
propia la liberación, es capaz de anunciar a los demás las maravillas que la
palabra de Cristo puede realizar.
Hace unos días compartí la experiencia de Grégory
Turpin, un cantautor francés de 42 años que, tras superar la caída en la droga
y la tentación del suicidio, experimentó de nuevo el bálsamo de la fe y se convirtió en evangelizador
a través de la música. Cuando vivimos la fe solo como una forma de vida
heredada, cuando no hemos comprobado hasta qué punto nos saca de la sima de la
depresión o el sinsentido, no acabamos de comprender su significado. En consecuencia,
tampoco nos sentimos impelidos a compartirla con otros. Nos volvemos tan “respetuosos”
que prácticamente estamos confesando que, en el fondo, no creemos de verdad.
Pero el Evangelio
de este domingo nos reserva una sorpresa más. Tras lo sucedido con el leproso y
su campaña de publicidad, “Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún
pueblo, se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes”.
Si había sido capaz de tocar a un leproso (lo más repugnante que uno se podía
imaginar), entonces no había ningún miedo a ser rechazado por otras “lepras”
menores. Jesús era capaz de sentir compasión por todas las personas y de “tocar”
todas las enfermedades humanas. Se han cambiado las tornas: el leproso “purificado”
pasa de la periferia al centro, de ser un marginado a ser un pregonero. Jesús,
el “purificador”, ya no puede entrar en ningún pueblo, sino que tiene que quedarse
fuera. Ahora es la gente la que acude a él. Las preguntas se acumulan. ¿Reflejamos
nosotros una actitud compasiva como la de Jesús o, más bien, seguimos
prisioneros de nuestros prejuicios, barreras y temores? ¿Somos capaces dejarnos
“tocar” por Jesús para después “tocar” a quienes necesitan un gesto de acogida
y una palabra de consuelo?
Respondiendo a las preguntas que nos formulas: Hay intentos de reflejar una actitud compasiva de Jesús, me digo muchas veces que quisiera imitarle, pero surgen, automáticamente, miedos, barreras de difícil superación.
ResponderEliminar¿Dejarme “tocar” por Jesús? Creo que muchos lo intentamos, tenemos ganas, pero cuando vemos las consecuencias nos echamos atrás…
Jesús oraba de madrugada, mi pregunta es si realmente en la oración busco la profundidad y la fuerza que pueda darme en la vida diaria o no acabo de lanzarme por miedo al compromiso.
Acabo mi reflexión preguntándome si es que necesitamos tocar fondo para poder vivir la experiencia del encuentro con Jesús, dejándonos tocar por Él, sin poner límites a su acción sanadora.
Muchísimas gracias por ayudarnos a sumergirnos en este evangelio.