Tenía ganas de ver esta película
de Paolo Genovese. Por fin, pude hacerlo el sábado por la noche en
nuestra habitual sesión comunitaria, tras la pizza y la birra de
rigor. No cuento con detalle el argumento por si algún lector del Rincón
no la ha visto todavía y se anima a verla. Añado solo que en 2016 esta película
italiana venció el David de Donatello (equivalente a los premios
Goya en España) a la mejor producción. Creo, además, que es el film más
versionado de la historia del cine. Se han hecho al menos 18 remakes en diversos
países, incluyendo el que Àlex de la Iglesia hizo en España el año 2017. No he tenido ocasión de verlo, así que no puedo
comparar con el original de Genovese. Por curiosidad, me he asomado también a
la versión mexicana dirigida por Manolo Caro.
Sin entrar en detalles,
imaginemos que un sábado por la noche unos cuantos amigos se reúnen en la casa
de uno de ellos para cenar. Salvo uno, todo acuden con su pareja. En un momento
determinado, a la esposa del anfitrión (que, por cierto, es psicoanalista) se
le ocurre jugar al juego de los móviles. Todos dejan sus teléfonos sobre la
mesa. Se comprometen a hacer públicos todos los mensajes, guasaps y llamadas que puedan
recibir mientras dure la cena para demostrar que son amigos de verdad y no tienen nada que ocultar. Lo que comienza siendo algo divertido acaba
abriendo las compuertas de una intimidad desconocida para los demás. ¡Hasta los que son pareja se sorprenden de lo que van descubriendo! Sí, por muy amigos que sean por fuera, en realidad, son unos “perfectos
desconocidos” por dentro. La sonería de uno de los móviles nos despierta de vez en cuando
con el I will
survive de Gloria Gaynor. Quizá es toda una premonición.
El escenario se reduce
prácticamente al salón-comedor del piso de la pareja anfitriona y a la terraza desde
la que el grupo de amigos contempla un eclipse y se hace un selfie. Los primeros planos y un guion
muy trabajado mantienen el interés de principio a fin, sin necesidad de tener
que recurrir a exteriores deslumbrantes. No revelo el inesperado final (al menos
en la película italiana) para no arruinar el factor sorpresa. El mensaje es
claro. De hecho, el gran éxito que esta película ha tenido en varios países
demuestra que ha sabido poner en imágenes una realidad que estamos viviendo a
diario. Los teléfonos móviles son en la sociedad actual la “caja negra” que
registra todos nuestros movimientos: los conocidos y los inconfesables. Por eso, porque todo queda registrado, no hay
cosa que le reviente más a un adolescente de hoy que le quiten su móvil. Pero, como muestra
la película, muchos adultos no están lejos de esa vida “desdoblada”, por más
que presuman de autenticidad y sinceridad.
Los amigos del alma, a través de un juego
“inocente”, descubren que algunos de ellos tienen amantes secretos, que uno es homosexual, que
otra anda buscando una residencia de ancianos para llevar a su suegra o que el dueño de la casa acude a terapia psicológica por más que, de puertas afuera, diga que ir al psicólogo es una
tontería que no sirve para nada. Todos ellos comparten recuerdos, risas, cenas,
viajes y conversaciones interminables, pero el juego revela que todos sin
excepción tienen una especie de “segunda vida”, desconocida para los demás, que se aleja bastante de la imagen pública que ofrecen. En definitiva, que, por
muy amigos que parezcan, son unos “perfectos desconocidos” los unos para los
otros.
Las películas son las parábolas
modernas. En la obra de Paolo Genovese veo muy bien reflejada la inautenticidad
que caracteriza la vida moderna y que la tecnología no ha hecho sino promover y amplificar. Es
cierto que siempre se ha hablado de virtudes públicas y vicios privados en el
caso de muchos personajes famosos. O de la hipocresía que suele caracterizar a
las personas pudientes, obsesionadas con dar una imagen de clase y distinción que no
se corresponde muchas veces con sus miserias escondidas. Pero es que hoy las
tecnologías de la comunicación ofrecen infinitas posibilidades de acceso a la pornografía,
de relaciones digitales tramposas, de suplantación de personalidad, etc. ¿Quiénes somos en
realidad? ¿Quién nos conoce como realmente somos? Uno pensaría que estas
preguntas son casi innecesarias en el caso de los cónyuges o de los amigos íntimos
que – se supone – no tienen secretos entre ellos. La película quiere mostrar que incluso en estos
casos es muy frecuente que seamos unos “perfectos desconocidos” y que, por
tanto, estemos expuestos a sorpresas y desengaños.
Mientras veía el desenlace de la película,
me venía a la mente el salmo 138: “Señor, tú me sondeas y me conoces. Me
conoces cuando me siento o me levanto, de lejos penetras mis pensamientos; distingues
mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares”. Es verdad que podemos
engañarnos a nosotros mismos y que podemos quizás engañar a los demás, pero con Dios
no podemos ni necesitamos jugar. Él nos conoce como somos; es decir, nos quiere como somos. Para
él no somos “perfectos desconocidos”, sino hijos e hijas queridos. No
necesitamos mostrar un expediente inmaculado, exhibir una imagen perfecta o presumir
de chicos buenos. Dios busca autenticidad, no buenas notas. No hay, pues, ninguna necesidad de ponernos la máscara.
Trailer de la película original italiana Perfetti sconosciuti
(Paolo Genovese, 2016)
Trailer de la película española Perfectos desconocidos
(Alex de la Iglesia, 2017)
Trailer de la película mexicana Perfectos desconocidos / Perfect Strangers (Manolo Caro, 2018)
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