Hace tres días
murió en Madrid el jesuita Carlos
González Vallés. Acababa de cumplir 95 años. Una vida cumplida. O
mejor, tres vidas en una, como le gustaba decir a él: la vida española, la vida india y
la vida latinoamericana. Tres lenguas: español, inglés y guyarati. Un hombre
intercultural, enamorado de Oriente (sobre todo, de la India), de Latinoamérica y de su España natal. Estoy seguro de que muchos lectores de este Rincón se
preguntarán por qué escribo hoy sobre una persona que tal vez les resulte
desconocida. Lo hago por gratitud. Nunca me encontré personalmente con el padre
Vallés (como solía ser conocido), pero leí muchos de sus libros antes
de venir a Roma. Recuerdo, de manera especial, algunos títulos como Dejar a
Dios ser Dios, Saber escoger, Ligero de equipaje, Viviendo juntos, Vida en
abundancia, Caleidoscopio, Gustad y ved, etc. Son unos 70 los libros publicados en español y muchos los publicados
en inglés y en guyarati, las otras dos lenguas en las que el padre Vallés nos
ha comunicado sus experiencias. Reconozco que sus libros me han iluminado, confortado
y estimulado. Quizás influido por su amigo Tony de Mello o
por las tradiciones orientales, fue capaz de encontrar un estilo narrativo
sencillo, que, partiendo siempre de algunos hechos de vida, ofrecía pistas para
vivir con más autenticidad y alegría. Él, en realidad, era un experto profesor en
matemáticas. Una vez jubilado, se orientó hacia la espiritualidad tratando de
sacar partido de lo mejor del Oriente y del Occidente, evitando los dualismos a
los que somos tan acostumbrados. Él, como buen español, sabía que una de
nuestras tentaciones culturales es la de irnos siempre a los extremos (de derecha
o izquierda). Por eso, a partir de su larga y fecunda experiencia oriental, se
propuso enseñarnos el arte de la síntesis y la armonía. Y lo hizo con inteligencia, sencillez, amabilidad y sentido del humor.
Creo que a él le
debo, en buena medida, mi pasión por ver siempre lo mejor de cada posición, incluso
de aquellas que me repugnan intelectual o moralmente, tratando de no ser víctima
de los prejuicios y extremismos. No siempre lo consigo, pero, al menos, me lo
propongo. Siento una especie de alergia hacia quienes siempre tienen todo claro
y prodigan frases como: “Esto es así y punto”, “No hay más que hablar”, “Lo
que habría que hacer es”, “Pues si no lo ves, eres tonto de remate”, etc. El
padre Vallés me enseñó a caer en la cuenta de que, detrás de posturas que
rechazamos, suele haber aspectos de nuestra propia personalidad que no acabamos
de aceptar y encajar. Me enseñó también a mirar con benevolencia a los seres
humanos, a los animales, a las plantas y a cualquier objeto. La mirada
benevolente permite descubrir semillas de vida donde a menudo solo vemos signos
de muerte. Es probable que esta actitud positiva ante la vida le haya ayudado a
vivir 95 años con plenitud. (Su madre viuda, a la que acompañó desde su regreso de la India, murió a los 102). Personas como el padre Vallés son
necesarias en un contexto como el actual, en el que el frentismo se está imponiendo.
En vez de encontrar puntos de convergencia y encuentro, nos hemos vuelto
expertos en desenterrar hachas de guerra. Cualquier cosa se convierte en arma
arrojadiza contra quienes consideramos nuestros enemigos. No toleramos la diferencia. Por este camino, la
atmósfera social se volverá irrespirable.
Del padre Vallés
he aprendido también a hablar de la experiencia de la fe de manera sencilla,
sin tecnicismos innecesarios y sin mucha retórica. Sus libros son “ligeros”,
pero no superficiales. Casi todo el mundo los puede leer, entender y sacar
provecho de ellos. “Ligero” era también el humor de Gigi
Proietti, a quien me referí hace unos días. Creo que solo las personas auténticas
y profundas pueden gozar de esta cualidad de la ligereza. El padre Vallés sabía combinar
las anécdotas y las reflexiones con la habilidad de quien es consciente de que solo produce
vida lo que nace de la vida y lleva a ella. Aun siendo un matemático de
renombre, no se perdía en especulaciones vacuas. Tenía pasión por la concreción.
Su dominio de la lengua (en realidad, de tres lenguas), le permitía encontrar siempre
el término justo para expresar lo que quería, de forma que los lectores nos sintiéramos respetados e iluminados. Aunque no hay una conexión causal explícita,
estoy seguro de que mi idea de abrir este Rincón digital hace casi cinco
años es deudora del estilo comunicativo del padre Vallés, de su afán por hablar
de la fe de manera sencilla a partir de la vida. Por eso, a los lectores de este Rincón os
animo a leer sus libros o a compartir aquí vuestra experiencia si habéis leído
ya alguno de ellos. Que Dios, al que el padre Carlos G. Vallés quería “dejar ser Dios”,
evitando toda palabrería inútil, lo acoja en su seno. Y que nosotros recojamos sus enseñanzas.
Gracias Gonzalo por mostrar parte de tu fuente de inspiración. Lo poquito que he leído de los enlaces que has enviado de este sacerdote me ha gustado, como me llega lo que escribes en este foro de manera tan transparente. Gracias y feliz día.
ResponderEliminarYo también "bebí" de la espiritualidad del P. Vallés. Los libros que nombras, Dejar a Dios ser Dios, Saber escoger, Ligero de equipaje... me adentraron en mi propia manera de encontrarme con Dios y en la imagen que me iba haciendo de El, cuando comenzaba la aventura de seguir a Jesús, y es verdad, su lenguaje, profundo y ligero llegaba y seguirá llegando a quienes se acercan a él ¡Gracias por hacer memoria de quienes nos ayudan en este camino!
ResponderEliminarMUCHAS GRACIAS QUERIDO HERMANO POR SU COMPARTIR, FUI Y AUN RELEO ALGUNOS DE LOS LIBROS DEL PADRE VALLES, EL BUSCO TU ROSTRO ORAR CON LOS SALMOS USUALMENTE LO HE ENCONTRADO EN LAS BIBLIOTECAS DE MIS HERMANAS EN SUS COMUNIDADES. IGUAL QUE USTED SIENTE QUE EL PADRE FUE UN GRAN MAESTRO DE VIDA...SUS LIBROS QUE PARA MI ERAN EL REFLEJO DE SU VIDA DIERON Y DAN LUZ A MI CAMINAR MISIONERO. FELIZ PASCUA A ESTE GRAN SACERDOTE Y MISIONERO...
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