Conozco la historia de san Martín de Tours desde que era niño. Me corrijo. Lo que
supe de niño no fue que Martín nació en Sabaria (una población de Panonia, la
actual Hungría), vivió en Italia, sirvió en el ejército romano, se bautizó de
adulto en el 334, se hizo discípulo de san Hilario de Poitiers, fundó el primer monasterio francés y en
el 371 fue elegido obispo de Tours por aclamación popular. En realidad, lo
único que sabía es que montaba a caballo y que un día de invierno partió su
capa de soldado con la espada para darle la mitad a un pobre que tiritaba de
frío. Con eso tuve suficiente durante varios años. Antes de que conociera con
cierto detalle su apasionante vida, Martín me resultó simpático por un gesto
que ni siquiera sé si es histórico o legendario. ¿Cómo es posible que un hombre
muerto en el año 397, hace dieciséis siglos, siga siendo tan popular y querido?
La explicación hay que encontrarla en esa bendita capa. Nadie se suele enamorar de un
monje que vive aislado en su monasterio o de un obispo que recorre su diócesis,
pero pocos se sustraen a la fascinación de un oficial del ejército romano que,
a lomos de un magnífico caballo, desenvaina su espada, da un tajo a su capa
roja (o verde, según la interpretación de El Greco) y entrega la mitad a un miserable aterido de frío. La fascinación
cinematográfica se hace espiritual cuando uno se entera de que esa misma noche el
soldado Martín vio en sueños que Jesucristo se le presentaba vestido solo con
el medio manto que él había regalado al pobre y le decía: “Martín, hoy me
cubriste con tu manto”.
Un gesto como ese ha atravesado los siglos. No hay persona, simple o
erudita, que no comprenda su significado. ¿Quién recuerda las homilías de
Martín? ¿Cuántos han oído hablar de las palabras que pronunció en el lecho de
muerte: “Señor, si en algo puedo ser útil todavía, no rehúso ni rechazo
cualquier trabajo y ocupación que me quieras mandar”? Millones de personas,
sin embargo, han contemplado alguno de los infinitos cuadros o de las muchas
estatuas que reproducen al joven Martín compartiendo la mitad de su capa. Yo
recuerdo la que hay en la iglesia de mi pueblo. No hay mejor exégesis de Mt 25,31-46, un texto al que me he referido en varias
ocasiones en los últimos días. Una de las acusaciones que algunos lanzan contra
el papa Francisco es que es un Papa de “gestos” (lavar los pies a los reclusos
de una cárcel romana, viajar en un auto sencillo, sentarse a comer con los
empleados del Vaticano, etc.), como si los “gestos” fueran solo actuaciones de
cara a la galería para ganarse el aplauso del público y no expresiones
profundas y duraderas de los valores del Evangelio. Quienes quieren cambiar el
mundo a base de ideologías compactas, estrategias globales y planes
sistemáticos suelen ridiculizar los “gestos” como si fueran puro maquillaje
superficial. Por el contrario, quienes viven el estilo de vida de Jesús saben
que un “gesto” – un solo “gesto” – si está transido de
autenticidad y amor puede transformar el corazón de una persona. La vida de
Jesús está llena de este tipo de “gestos” (podemos usar sin remilgos las
palabras “milagro” o “signo”) que cambiaron la vida de muchas personas. Un
“gesto” fue autoinvitarse a comer en casa de Zaqueo, dejarse acariciar por la
mujer pecadora o lavar los pies de sus discípulos en la cena de despedida. De
esos “gestos” vivimos. Sin ellos no sabríamos bien en qué consiste el amor de
Dios y cómo se puede amar al prójimo. Nos perderíamos en la letra pequeña.
San Martín de Tours es un santo popular porque en un momento dado supo
partir y compartir su capa. Su vida fue mucho más que eso, pero la mayoría no
lo sabe. Ha pasado a la historia como el soldado de “la media capa”. Cuando,
llegado el 11 de noviembre, recordamos cada año su figura, sabemos que también
nosotros podemos tener “gestos” semejantes al suyo. No se nos piden milagros. Solo
compartir algo de lo que tenemos (no solo de lo que nos sobra) para que quienes no
tienen puedan vivir mejor. Conozco algunas personas que tienen este don. Saben
compartir sin que su mano izquierda sepa lo que hace la derecha; es decir, sin publicidad
(en tiempos en los que casi todo se publicita) y sin pedir nada a cambio (en
tiempos en los que pasamos factura con IVA por casi todo lo que hacemos). No estaría
de más que en un día como hoy, con “veranillo” incluido (tampoco este año ha
fallado san Martín), nos preguntáramos qué podemos compartir: un poco de tiempo,
un rato de escucha, una visita, una ayuda económica, una invitación a comer,
una oración… Jesús sabe multiplicar la eficacia de los cinco panes y dos peces
que nosotros ponemos en común. O de la capa partida por la mitad. Donde hay
voluntad de dar y de darnos, se produce siempre un milagro de vida.
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