Siento ganas de desempolvar la vieja oración que aprendí de niño: “Ángel de mi guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día, no me desampares, que me perdería”. Parece que el “rumor de ángeles” que siempre nos acompaña se haya reducido a un simple murmullo. Sin embargo, en pocas ocasiones hemos necesitado más que ahora sentir que Dios está cerca de nosotros, que su providencia vela nuestros pasos, que nada malo nos va a suceder. Quisiera tener la misma fe que tenía de niño, cuando imaginaba que mi ángel de la guarda me preservaba de cualquier peligro, desde caerme por la escalera (aunque, de hecho, caí rodando por la vieja escalera de madera en la casa de mis abuelos) hasta ser atropellado por un coche o secuestrado por el hombre del saco.
Y en el número 336 se
añade: “Desde su comienzo (cf Mt 18, 10) hasta la muerte (cf Lc 16, 22), la
vida humana está rodeada de su custodia (cf Sal 34, 8; 91, 10-13) y de su
intercesión (cf Jb 33, 23-24; Za 1,12; Tb 12, 12). "Nadie podrá negar que
cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducir su
vida" (San Basilio Magno, Adversus Eunomium, 3, 1: PG 29, 656B). Desde
esta tierra, la vida cristiana participa, por la fe, en la sociedad
bienaventurada de los ángeles y de los hombres, unidos en Dios”. Saber que
estamos rodeados de custodios e intercesores nos permite caminar seguros
y confiados, por más que se multipliquen las malas noticias y tengamos la impresión
de que estamos rodeados no por ángeles benéficos, sino por diablillos empeñados
en hacernos la vida difícil o imposible.
Dejemos que el positivista combata con el creyente, pero sobre todo no le digamos a Dios cómo tiene que ser Dios y qué es lol que conviene que haga o no haga. La realidad es demasiado compleja como para pensar que solo existe lo que cabe en nuestro minúsculo almacén racional. Quizá no hay nada más racional que ser conscientes de que la realidad nos desborda por todas partes y que, por tanto, es más sensato y humilde dejarnos sorprender y maravillar. Los ángeles son “sorpresas de Dios” en la trama de una vida demasiado plana o rutinaria. No quisiera ser insensible a su presencia benéfica por el prurito de ser más cartesiano que Descartes. Me parece que voy a volver a la vieja jaculatoria infantil antes de perderme por el camino de vuelta a casa.
Hola Gonzalo, al leer la oración al Ángel de la guarda, que también yo recitaba, me ha venido el recuerdo de otra que me enseñaron mis padres que decía: “En esta cama me acostaré, siete ángeles encontraré, tres a los pies, cuatro en la cabeza y la Virgen María a mi lado que me dice: duerme y descansa, no tengas miedo de nada, si algún peligro hay, la Virgen María de ello te protegerá”.
ResponderEliminarCoincido contigo que, en estos momentos, me gustaría tener la misma fe que tenía de niña…
Muchísimas gracias por recordarnos este tema y ojalá pudiera escuchar “el rumor de ángeles”. No es fácil.