Hoy, en vísperas
de la fiesta de san Francisco de Asís, el papa Francisco firmará la encíclica Fratelli
tutti precisamente en Asís, la patria chica del poverello.
Necesitamos reforzar la conciencia de que todos somos hermanos (y hermanas) en
este mundo tan enfrentado. La fraternidad y la amistad social son especialmente
necesarias en estos tiempos de pandemia. Estamos hiperconectados, pero no somos
capaces de coordinar una estrategia global (a veces ni siquiera nacional) contra
el virus porque no acabamos de sentirnos miembros de la misma familia humana. Prevalecen
nuestros sentimientos étnicos, tribales, nacionales o culturales. Como se suele
repetir mucho en estos meses, el virus no entiende de fronteras. Se las salta olímpicamente
y nos coloca a todos (incluido el presidente de los Estados Unidos) al mismo
nivel. Todos somos sus víctimas potenciales. Todos, pues, deberíamos combatirlo
solidariamente.
Hoy en Roma hace
un día templado, de otoño primerizo. El cielo está cubierto, pero no rompe a
llover. En la tranquilidad de este primer sábado de octubre, repaso algunos acontecimientos
que han ocupado los titulares de los periódicos en los últimos días. Pocos
invitan a la esperanza. Cunde el pesimismo y la resignación, a la espera de que
pase la tormenta y vuelva a aparecer el arcoíris. Mientras tanto, los días van pasando con suave
cadencia. Es verdad que cada uno de ellos tiene su afán, pero es difícil
vivirlos con pasión cuando el horizonte inmediato es tan incierto. No somos la
primera generación de la historia que se enfrenta a situaciones como esta. Diría
que, hasta cierto punto, somos la generación más afortunada. Tenemos más medios
que nunca para hacer frente a nuestras desgracias. Lo que quizá no tenemos tan
claros son los fines que perseguimos. La encíclica del papa Francisco nos ayuda
a descubrir una escala de valores que se encuentra gravemente alterada. Cuando muchos
sentimos que los demás son competidores nuestros, hombres o mujeres que ponen
freno a nuestra libre expansión, es urgente que el Papa nos recuerde que todos
somos hermanos, hijos e hijas del mismo Padre. Sin esta conciencia de
fraternidad universal, ¿por qué habría de respetar a los demás? ¿por qué
tendría que compartir mis bienes con los más necesitados?
Me sorprende el
impacto que ha tenido en muchos medios de comunicación la noticia de que se ha
abierto la tumba de Carlo
Acutis (1991-2006), el muchacho italiano que será beatificado el
próximo 10 de octubre. Se habla de que se ha encontrado su cuerpo incorrupto.
El obispo de Asís ha tenido que aclarar este extremo. Su cuerpo fue tratado
para su conservación. Se lo presenta como “el
genio de la informática”, el “apóstol, de la Eucaristía”, etc. Más allá
de algunas hipérboles comprensibles, hay algo que resulta muy iluminador y
estimulante: también hoy es posible ser santo. También hoy, en este mundo
globalizado y secularizado, es posible creer en Dios, seguir a Jesús y entregar
la vida por el Evangelio. Para eso, no es necesario salir del mundo o hacerse
monje. Un joven, nacido en Londres y muerto en Monza, amante del deporte y la informática,
vestido como visten los jóvenes de su edad, fue capaz de vivir la fe en la
trama de la vida cotidiana. En otras palabras, no es necesario esperar que
vengan tiempos mejores para ser lo que estamos llamados a ser. No es necesario
imaginar situaciones especiales o dones extraordinarios. En la normalidad “anormal”
de la vida, en la Galilea de nuestro pueblo o ciudad, podemos seguir a Jesús. La
existencia de estos “santos de la puerta de al lado” supone una bocanada de
aire fresco y de esperanza en tiempos en los que abundan los motivos para
perderla.
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