Tanto en psicología
como en política, es conocida la máxima “Divide y vencerás”.
La han puesto en práctica gobernantes de todos los tiempos. Hoy se está
llevando a límites insoportables. Fomentar la división y el enfrentamiento
parece ser la consigna de políticos y comunicadores. El reciente debate entre
los candidatos Donald Trump y Joe Biden ha puesto de relieve que las
acusaciones e insultos han adquirido ya carta de naturaleza. No se trata de ver
quién tiene una propuesta más constructiva para el futuro del país, sino quién
es capaz de insultar mejor y de airear los trapos sucios del contrincante. En
los parlamentos de muchos países, esta es también la estrategia más común. Es
como si todos quisieran tirar de la cuerda para ver si finalmente se rompe. ¿De
verdad que así se puede “vencer”? ¿Adónde nos lleva esta manera de hacer
política?
La polarización extrema impide la construcción de un proyecto
conjunto de convivencia. Las redes sociales han puesto en manos de personas y grupos
extremistas las herramientas necesarias para exacerbar los ánimos e impedir una
reflexión serena sobre lo que nos está pasando. Nacionalismos radicales, fundamentalismos
religiosos, xenofobia y racismo… son los elementos perfectos para un cóctel de intolerancia
y violencia. Cuando escucho las algaradas de muchos políticos en el parlamento
o leo algunos artículos incendiarios en los periódicos, me pregunto si la gente
de la calle (es decir, los lectores de este Rincón y yo, por ejemplo)
somos así o no, si nos vemos reflejados en esas caricaturas de trazo
grueso. Mi impresión es que, salvo
excepciones, la mayoría de la gente es más razonable, tolerante y propositiva
que la imagen social que se refleja en la política y en los medios de comunicación.
De lo contrario, estaríamos ya en una guerra sin cuartel. No se podría vivir.
Me parece que una
de las razones de esta crispación social es el dogma moderno de que no existe
una verdad objetiva y que – como escribí ayer − “cada uno tiene su
verdad” y todas son igualmente atendibles. Sin entrar ahora en disquisiciones
metafísicas, me viene a la memoria un proverbio de Antonio Machado que parece
una receta contra el relativismo que nos desangra: “¿Tu verdad? No, la
Verdad, / y ven conmigo a buscarla. / La tuya, guárdatela”. Mientras cada
uno queramos imponer “nuestra verdad” por considerar que es la única, no hay
modo de asegurar la paz social. Las divisiones se multiplicarán como esporas.
Los países querrán dividirse en unidades más pequeñas que, llegado el momento,
también querrán fragmentarse. Cada “verdad” menor reivindicará para sí el
famoso “derecho a decidir” en un camino interminable. El proverbio de Machado,
en su esquemática belleza, indica la dirección: debemos caminar juntos en la búsqueda
de la Verdad (con mayúscula). Solo en esta búsqueda mancomunada (no se habla de
hallazgo) se construye una convivencia pacífica y justa. Quienes se sienten
buscadores de la Verdad no tienen empacho en caminar junto a otros buscadores. Quienes, por el contrario, se apoderan de una verdad menor, tienden a imponerla a los demás a cualquier precio, como nos enseña el terrorismo. Y, como con humor ácido y tierno, nos enseñó el gran Quino fallecido ayer en Argentina. Su Mafalda ha sido un zahorí de agua cristalina para varias generaciones.
En realidad, nadie
es dueño de la Verdad, todos somos humildes peregrinos. También los cristianos somos eternos
buscadores y entramos en este juego. De no proceder así, es imposible un
proyecto de convivencia en las sociedades abiertas y pluralistas. Cada minoría
étnica, tribal, lingüística, religiosa, sexual o cultural pretenderá construir su pequeño reino
de taifas y excluirá de él a quienes no superen las pruebas de acceso. Los
enfrentamientos entre unos y otros serán inevitables. El terreno estará preparado
para que se abran paso las tentaciones totalitaristas de diverso signo. Luego nos lamentaremos. Quien juega con fuego, acaba quemándose.
Creo que, desde
un punto de vista racional y cristiano, la máxima clásica se debe revertir.
Cuando nos dividimos, siempre acabamos perdiendo. Obtenemos algunas victorias pírricas
a corto plazo, pero son insuficientes para garantizar un proyecto de sociedad a
medio y largo plazo. El papa Francisco tiene una visión muy clara, que
compartirá con nosotros en su próxima encíclica. Igual que hace cinco años nos
ayudó a abrir los ojos ante el enorme desafío ecológico y, con su encíclica Laudato
Si’ nos empujó a tomarnos en serio “el cuidado de la casa común”, ahora nos
señala una línea de futuro hablando sobre la fraternidad universal como base
para un mundo reconciliado. Ya sé que a menudo estas invitaciones hacen sonreír
a quienes manejan los hilos y sacan partido de las divisiones actuales, pero entonces
tenemos que ser conscientes de las desastrosas consecuencias que se siguen. En
los últimos años echo de menos políticos y comunicadores con talla intelectual
y perfil ético capaces de tender puentes, encontrar espacios comunes, superar
dogmatismos ideológicos y buscar de verdad el bien común. Así nos va.
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