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viernes, 9 de octubre de 2020

Lo poco produce mucho

A lo largo de toda la semana se ha hablado y escrito mucho sobre la encíclica Fratelli tutti. Algunos ofrecen claves de lectura; otros incluso componen canciones basadas en ella. En general, los políticos de izquierda la han saludado como lúcida y oportuna. En la derecha hay una especie de silencio respetuoso y quizá un desacuerdo de fondo. Cualquiera que sea nuestra postura política, es claro que la encíclica toca asuntos que tienen que ver con nuestra manera de entender la economía y la organización social. No es fácil prever el recorrido de la encíclica, pero, por lo menos, ha conseguido poner sobre la mesa los grandes temas que nos preocupan en este tiempo de pandemia. No sabemos si saldremos de esta mejores o peores, pero lo que parece claro es que, sin redescubrir el significado de la fraternidad, será difícil hacer frente a las devastadoras secuelas de esta nueva crisis mundial. Mientras tanto, aumentan las depresiones. Es como si a la tradicional melancolía del otoño, se añadiera este año la tristeza causada por una pandemia que no termina, sino que se recrudece en muchos países. Poco a poco, se van debilitando las fuerzas para combatirla con serenidad.

No quisiera escribir tanto acerca de esta situación, pero me cuesta no hacerlo después de leer los periódicos y hablar con las personas. Lo fácil es ignorar lo que sucede, pero eso no alivia nada. Quizá la actitud más sensata sea la de concentrar todas las fuerzas disponibles en ayudar a quienes lo están pasando peor desde el punto de visto sanitario, económico o emocional. Cuando nos sentimos en baja forma, tendemos a encerrarnos en nosotros mismos, a buscar un nido confortable en el que sentirnos seguros. La reacción es comprensible, pero, si no estamos atentos, acabamos siendo prisioneros de un “bucle melancólico” que frena cualquier salida. Lo mejor es no pensar mucho en nosotros mismos, abrir los ojos y ponernos al servicio de los demás. La clave consiste en hacer aquello que nos solicitan, no lo que satisface nuestra necesidad de “hacer algo”. No se trata de usar a los demás como terapia contra nuestro malestar personal, sino de ayudarles en sus necesidades. El fruto gratuito será un redescubrimiento de la esperanza.

Hay personas que tienen un don especial para captar las necesidades de los otros. Son más necesarias que nunca. Con su sensibilidad, pueden evitar que muchas personas se hundan por falta de alguien que las escuche con calma. Es cierto que en Internet se han multiplicado las iniciativas de cursos y seminarios sobre acompañamiento, escucha, etc., pero nada puede sustituir a un encuentro cara a cara entre dos personas. Por eso, siempre que sea posible, tenemos que hacer un esfuerzo por encontrarnos, hablar, escucharnos, acompañarnos unos a otros. Frente a los virus que destruyen el tejido humano (los hay mucho más peligrosos que el Covid-19), hay actitudes y conductas que lo rehacen. La invitación del papa Francisco a la fraternidad pasa también por un redescubrimiento del cuidado mutuo, antes de que la soledad acabe matando el poso de humanidad que aún nos queda. Es verdad que todos tenemos bastante con cuidar de nosotros mismos en estos tiempos frágiles, pero eso no significa que no podamos compartir “los cinco panes y dos peces” de nuestra pobreza personal para aliviar las necesidades de los otros. Si lo hacemos con sencillez, Jesús se encargará de multiplicar su eficacia. No hay correspondencia entre lo poco que podemos compartir y lo mucho que el Señor puede hacer. Esto nos llena de confianza.

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