Se acumulan
tantos motivos en este lunes 12 de octubre que no sé por dónde empezar. España festeja
su
Fiesta Nacional en sordina, en muchas partes (sobre todo, en Zaragoza y
Aragón) se celebra la Virgen
del Pilar, en Italia es el primer año que celebramos la memoria del
beato Carlo Acutis (fallecido tal día como hoy en 2006 y beatificado el sábado
en Asís). Los periódicos hablan de otras cosas: por ejemplo, del triunfo
“estratosférico” de Rafa Nadal ayer en París, de la evolución de la
pandemia en el mundo y del probable triunfo de Joe Biden en las próximas
elecciones en los Estados Unidos (aunque yo no estoy tan seguro). A estos motivos públicos, cada uno de
nosotros añadimos otros recuerdos más personales. Si algo he aprendido del
joven Carlo Acutis – que no tuvo tiempo de escribir un tratado de teología o de
fundar una institución – es que hay que contarle a Jesús lo que nos pasa. Él se
acercaba todos los días a la iglesia más cercana para hablar con su Amigo. Se arrodillaba
delante del Santísimo y se dejaba mirar. Le gustaba repetir que con Dios pasa
lo mismo que con el sol. Si te pones delante de él, acabas bronceado. Si
contemplas a Dios, aunque no te des cuenta, acabas transformado por dentro. Es probable
que tú no lo percibas, pero los demás se irán dando cuenta de que “te ha pasado
algo”, de que no eres la misma persona.
Cuando nos
levantamos cada día y ponemos en pie el mundo, solemos tener la impresión de
hallarnos ante un manojo de acontecimientos que se entrecruzan de manera
caótica. La impresión se parece a la que experimentamos cuando vemos un tapiz
por su cara oculta. Lo que aparece son hilos de lana revueltos, masas de
colores mezclados, zigzags incomprensibles. Cuando le damos la vuelta al tapiz,
vemos una composición armónica y hermosa. Esto mismo nos pasa en la vida. La
contemplación superficial de “lo que pasa” nos sume en el desconcierto porque
no percibimos las conexiones entre unos acontecimientos y otros. Parece que
cada hilo sigue una trayectoria que no tiene que ver nada con la de otros
hilos. Es fácil que nos sintamos confusos y perdidos. Necesitamos “darle la
vuelta” al tapiz de la vida para comprobar que todo tiene un propósito, que
Alguien va dibujando su designio de amor con los hilos multicolores de nuestras
caóticas experiencias. Hablar con Jesús nos ayuda a realizar este ejercicio de “dar
la vuelta” al tapiz de la historia. Carlo Acutis era un maestro en este arte del
coloquio con su Amigo. Por eso, pudo conservar hasta el último momento de su
vida una actitud alegre y esperanzada, incluso cuando le diagnosticaron una leucemia
del tipo M3 que acabó con él en cuestión de días.
Hoy se cumplen
once años de la muerte de mi padre. Su recuerdo no me produce tristeza porque
desde el primer momento se lo entregué a Dios. ¿Quién puede ocuparse mejor de
nuestros seres queridos sino Aquel que los ha llamado a la existencia? Cada año
que pasa siento que la presencia de mi padre se me hace más íntima, serena y
estimulante. Creo profundamente en el misterio de la comunión de los santos. Meditando
sobre el final que nos aguarda a todos los que nos dejamos querer por Dios,
entiendo un poco mejor el complicado tapiz de la historia que nos ha tocado
vivir. Nosotros, consciente o inconscientemente, enredamos las cosas,
confundimos los colores, alteramos las formas, pero Dios se las arregla para
sacar partido incluso de nuestros pecados. Él quiere dibujar en cada uno de
nosotros la imagen de su hijo Jesús. Ese es el propósito de nuestra vida. Lo
leemos en la carta a los Efesios: “Este es el plan que había proyectado realizar
por Cristo cuando llegase el momento culminante: recapitular en Cristo todas
las cosas del cielo y de la tierra” (Ef 1,9-10). ¿Cómo podríamos estar
seguros de que este es el “plan de Dios” si no dedicamos tiempo para que Él nos
lo cuente? Solo la contemplación serena nos permite intuir cómo es la otra cara
del tapiz. La que vemos cada día apenas nos deja intuir la belleza de la
realidad definitiva.
La beatificación de Carlo Acuti me hace pensar en tanta gente anónima, esparcida por todos los rincones del mundo, que son “santos” sin ser reconocidos, no hacen ruido, pero entregan su vida por los demás.
ResponderEliminarHoy también recuerdo el aniversario de la muerte de una de mis abuelas y a pesar de mi corta edad, recuerdo perfectamente el momento de su muerte inesperada… En aquellos momentos no entendía nada, pero la imagen quedó grabada.
Desde el primer momento en que escuché de ti, Gonzalo, este consejo de “entregar a Dios, la vida de nuestro ser querido” que me ha ayudado a vivir la muerte de manera diferente… Lo tengo presente, cada vez que ocurre y que no han sido pocas. Gracias por recordarlo... Me uno a ti en la acción de gracias por la vida de tu padre.
Gracias por el ejemplo, muy gráfico, del tapiz… Ojalá podamos darle la vuelta…
Un abrazo.
Gracias por la reflexión y la exhortación
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