¿Es el reino de
Dios una fiesta abierta a todos? A juzgar por lo que leemos en la primera
lectura (Is 25,6-10) y en el Evangelio (Mt 22,1-14) de este XXVIII
Domingo del Tiempo Ordinario, parece que sí. Y, sin embargo, no es eso
lo que percibimos en la vida de cada día. Las fiestas constantes parecen
reservadas a una élite de privilegiados. La mayoría tenemos que conformarnos con
la dura batalla del día a día y, de vez en cuando, algunos momentos de solaz y diversión.
Isaías utiliza la imagen del banquete en el monte. El fruto de ese banquete es
que Dios “aniquilará la muerte para siempre y enjugará las lágrimas de todos
los rostros, y el oprobio de su pueblo lo alejará de todo el país”. Jesús,
por su parte, cuenta una de sus atrevidas parábolas. Habla de un banquete organizado
por un rey con motivo de la boda de su hijo. Los primeros convidados pertenecen
a la élite (el texto griego dice que “llamó a los llamados”). Todos rehúsan acudir,
lo cual choca mucho a quien escucha el relato. Algunos muestran indiferencia y otros,
desprecio. No faltan quienes responden con agresividad. La reacción del rey no
es precisamente un modelo de paciencia y diplomacia: “El rey montó en cólera, envió sus
tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad”.
Fin de la humillación. ¿Se acaba la película? ¡No! Hay una segunda parte que
nos deja boquiabiertos.
El rey da una
nueva orden a sus criados: “Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos
los que encontréis, convidadlos a la boda”. Se acabaron los miramientos con
las élites. Ahora la invitación se hace universal: “Los criados salieron a
los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala
del banquete se llenó de comensales”. Ya no se trata de un banquete
reservado a unos pocos privilegiados, sino de una comida popular. Se pasa de la élite escogida
a la plebe indiscriminada en la que también hay malos. Bueno, hay un pequeño detalle que añade dramatismo
al asunto. Uno de los invitados no vestía el traje de boda. Si el banquete
estaba abierto a todos, no es extraño que algún pobre no pudiera costeárselo.
Esta es nuestra manera moderna de ver las cosas. En el contexto de los banquetes
reales de Oriente, no vestir el traje adecuado significaba un desprecio al rey,
porque era costumbre que él regalase a cada invitado el vestido de etiqueta. Como
todas las parábolas de Jesús, no deja indiferente a nadie. Es obvio que la “élite”
de Israel (la primera invitada al banquete que Dios organiza con motivo de “la
boda” de Jesús con su pueblo) ha rechazado la invitación con excusas varias. Se
ha autoexcluido. Los nuevos invitados no procederán ya de la clase alta de
Jerusalén, sino de los cruces de los caminos. El Reino se abre a “buenos y malos”,
a todos los que quieran disfrutar de la alegría del novio y de su Padre.
Leída en nuestra
situación actual, la parábola nos invita a dejarnos invitar. Nuestro estatuto
en el Reino de Dios es el de “invitados”, no el de los que tienen reservado un
puesto por méritos propios. El invitado se deja regalar también el traje con el
que tiene que acudir al banquete. Se disfruta cuando nos olvidamos de nuestros
intereses personales (por importantes y urgentes que sean) y nos zambullimos en
la fiesta. Gozar de la presencia del rey y de su hijo, compartir la comida con
los demás comensales no se puede comparar con las pequeñas alegrías que
nosotros nos procuramos cuando vamos a nuestras tierras o atendemos nuestros
negocios. En otras palabras, el Reino de Dios no es el premio que reciben
quienes han hecho mérito para ello o pertenecen a una clase privilegiada. Es la
fiesta que Dios organiza para todos los hombres y mujeres que transitan por los
caminos de la vida y que nunca hubieran imaginado que podían ser invitados a “la
fiesta del rey” porque no tenía credenciales para ello. En este tiempo de
pandemia, en el que las fiestas languidecen y hasta casi hemos perdido el deseo
de convocarlas, Dios mantiene su oferta. La alegría del Reino no depende de un
virus o de una coyuntura económica, sino de la voluntad del rey, que invita a
todos. Por desgracia, “muchos son los llamados y pocos los escogidos”.
Gonzalo, hoy, ayudada por tus aclaraciones, entiendo estas parábolas bien diferente de lo que venía haciendo. Por un lado me doy cuenta de cómo nos falta tener conocimiento de la historia y costumbres del tiempo de Jesús para poder entender correctamente lo que Él decía y por qué lo decía y así ayudarnos hoy, a transformar nuestras vidas y vivir según el Evangelio… Muchas gracias.
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