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martes, 1 de septiembre de 2020

El Jubileo de la Tierra

Septiembre comienza con el Día Mundial de la Oración por el Cuidado de la Creación, una iniciativa del papa Francisco a raíz de la publicación de la encíclica Laudato Si’ en junio de 2015. En el mensaje de este año 2020 el Papa nos recuerda que “la pandemia actual nos ha llevado de alguna manera a redescubrir estilos de vida más sencillos y sostenibles. La crisis, en cierto sentido, nos ha brindado la oportunidad de desarrollar nuevas formas de vida. Se pudo comprobar cómo la Tierra es capaz de recuperarse si la dejamos descansar: el aire se ha vuelto más limpio, las aguas más transparentes, las especies animales han regresado a muchos lugares de donde habían desaparecido. La pandemia nos ha llevado a una encrucijada. Necesitamos aprovechar este momento decisivo para acabar con actividades y propósitos superfluos y destructivos, y para cultivar valores, vínculos y proyectos generativos. Debemos examinar nuestros hábitos en el uso de energía, en el consumo, el transporte y la alimentación. Es necesario eliminar de nuestras economías los aspectos no esenciales y nocivos y crear formas fructíferas de comercio, producción y transporte de mercancías.” 

Conviene ver y escuchar el vídeo que añado al final de la entrada de hoy. La novedad de este año es que, desde hoy hasta el 4 de octubre, se celebrará el Jubileo de la Tierra para conmemorar el 50 aniversario del establecimiento del Día de la Tierra. He aquí las palabras del Papa: “Insto a los fieles a que se dediquen en este tiempo a la oración, que a partir de una oportuna iniciativa nacida en el ámbito ecuménico se ha configurado como Tiempo de la creación: un período de oración y acción más intensas en beneficio de la casa común que se abre hoy, 1 de septiembre, Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación, y finalizará el 4 de octubre, en memoria de san Francisco de Asís. Es una ocasión para sentirnos aún más unidos con los hermanos y hermanas de las diferentes denominaciones cristianas. Pienso, de modo particular, en los fieles ortodoxos que llevan treinta años celebrando esta Jornada. Sintámonos también en profunda armonía con los hombres y mujeres de buena voluntad, llamados juntos a promover, en el contexto de la crisis ecológica que afecta a todos, la protección de la red de la vida de la que formamos parte”.

Por si no tuviéramos suficientes motivos para preocuparnos por el cuidado de la “casa común”, la pandemia que estamos padeciendo añade uno nuevo. Cuanto más alteremos el ecosistema, más expuestos estamos a diversas amenazas, incluyendo las pandemias. Es urgente encontrar una vacuna a corto plazo, pero más importante es crear una conciencia mundial que nos permita sanear a largo plazo nuestra relación con la naturaleza porque no podremos subsistir sin ella. Algunos sueñan con explorar la posibilidad de vivir en otros planetas cuando hayamos devastado el planeta Tierra, pero esta posibilidad, además de ser remota, complicada y carísima, no es una verdadera solución al problema, sino más bien una huida. Lo que necesitamos es aprender a relacionarnos con la naturaleza de un modo nuevo. En este blog me he referido en varias ocasiones al desafío ecológico. Aunque no sea joven, soy muy sensible a él. Es este uno de los puntos en los que más sintonizo con las nuevas generaciones. A veces tengo la sensación de que hablar del “cuidado de la casa común” es como predicar en el desierto. Son tantos y tan persistentes los intereses de las grandes corporaciones multinacionales y de algunos estados, que las iniciativas individuales parecen completamente ineficaces. He visto de cerca en diversos países de África cómo China está esquilmando sus recursos naturales. Pero algo parecido hacen algunas compañías mineras canadienses en la Patagonia argentina, Chile o Perú. Y otras muchas en la Amazonia brasileña o en el Chocó colombiano. En su videomensaje, el Papa es muy claro: la riqueza del Norte se ha hecho en buena medida explotando los recursos del Sur. ¿Quién va a pagar esta deuda ecológica?

Hoy es imposible hablar de espiritualidad cristiana sin tener en cuenta la dimensión ecológica. La encíclica del papa Francisco nos ayudó a sistematizar las muchas intuiciones y prácticas que se llevaban gestando en las últimas décadas y a adquirir una mayor conciencia de “ecología integral”. Ya no hablamos solo de protección del medio ambiente, sino de “cuidado de la casa común”. Esta “casa” incluye a todos los seres de la creación porque entre todos hay muchas interacciones de las que depende nuestra supervivencia. No podemos separar lucha por la justicia y preocupación ecológica. La superación de la pobreza dependerá en buena medida de la nueva relación que establezcamos con la naturaleza. Los pobres son los primeros perjudicados de la devastación de los recursos naturales. Disponemos de un mes entero para profundizar en muchos aspectos de este desafío que tal vez nos resultan desconocidos. Pero, sobre todo, disponemos de un mes para orar y para asumir pequeños compromisos que vayan tejiendo una red cada vez más extensa y eficaz. Es la única manera de frenar las prácticas que están acabando con nuestro planeta. El mensaje del Papa es un aldabonazo en la puerta de nuestra conciencia.



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