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lunes, 28 de septiembre de 2020

El dilema social

Ayer fue un domingo pasado por agua, así que no tuve más remedio que pasarme todo el día en casa. Disfruté de una jornada gris, fría, otoñal. Como había leído en la prensa que la plataforma HBO lanzaba la serie de televisión Patria, decidí dedicar un tiempo a leer la novela de Fernando Aramburu en versión digital. Si algo aparece en casi todas las páginas es la lluvia vasca, así que ayer era un día perfecto para sintonizar con el ambiente de la novela. Pero prefiero esperar algún día más para escribir sobre un asunto que hiela el alma. Prefiero fijarme hoy en otro tema que tiene que ver con las redes sociales. Me sorprendió que, desde Puerto Rico y desde España, casi al mismo tiempo, dos amigos me invitaran a ver el documental The social dilemma que ofrece la plataforma Netflix. Lo consideré una coincidencia premonitoria, así que, antes de cerrar mi ordenador, me vi de un tirón una producción que dura algo más de hora y media. Está hecha de tal manera que atrapa al espectador de principio a fin. En realidad, emplea las mismas trampas psicológicas que usan las redes sociales a las que critica. Por eso, en poco tiempo se ha convertido “en el documental que todos tendríamos que ver”. Yo mismo he caído en la trampa al escribir esta entrada sobre él, pero reconozco que el hecho de que me haya subyugado y transmita mi fascinación a los amigos del Rincón no impide que reconozca sus méritos y algunas de sus trampas.

¿De qué trata este documental? Del testimonio de algunos “arrepentidos” de Silicon Valley que cuentan el dilema ético que les llevó a abandonar las empresas en las que ocupaban puestos de responsabilidad. En algo más de hora y media explican cómo la adicción y las violaciones de la privacidad de Facebook, Twitter, Instagram, Youtube, Google, Pinterest, Linkedin, etc. son características estructurales de estas plataformas y no meros errores. Los “usuarios” somos, en realidad, conejillos de Indias de experimentos a gran escala. Ya no se trata de vender productos, sino de vender usuarios. En un momento dado, uno de los expertos dice: “Si no pagas por el producto, entonces tú eres el producto”. Esto es posible porque hay un algoritmo que gobierna las redes sociales y que está diseñado para hacer dinero. El mecanismo es sencillo: el algoritmo comienza proponiéndole al usuario cosas que le interesan; luego lo pega a la pantalla con una narración de la que no puede escapar. ¿Cómo se las arregla para crear esta adicción? Muy sencillo: usando técnicas de tecnología persuasiva. De manera sencilla, podría explicarse así. Te interesa un contenido, el algoritmo te lo propone y te “obliga” a verlo porque te bombardea con una serie de continuas notificaciones.

Es probable que, si te decides a verlo, te pase lo mismo con el documental. Una vez que empiezas a ver El dilema social es casi seguro que seguirás hasta el final.

Por esta razón, El dilema social no es tanto el documental que todos tenemos que ver, cuanto el documental que a todos se nos empuja a ver. Resulta paradójico, pero muy representativo del mundo en el que vivimos, que el documental que nos habla sobre el algoritmo que gobierna las redes sociales utilice también un algoritmo para hacer que todo el mundo lo vea. Y no solo eso: utiliza las mismas técnicas de persuasión de las que habla para asegurarse de que los espectadores nos quedamos pegados a la pantalla. La presentación nos impresiona y aterroriza tanto que casi nos sentimos obligados como yo mismo estoy haciendo ahora a contárselo a todo el mundo. Es solo un ejemplo de que hay un algoritmo que nos manipula, se alimenta a sí mismo y puede llegar un momento en que los seres humanos ya no podamos detenerlo. 

¿Dónde está el “demonio” de las redes sociales? ¿Tan mala es la tecnología moderna? ¿No estaremos reaccionando con actitudes parecidas a las que surgieron cuando aparecieron los periódicos, la radio o la televisión y modificaron los hábitos informativos de aquellos viejos tiempos? Tristan Harris, antiguo experto en ética del diseño digital de Google y fundador del Centro para una Tecnología Humana, responde así: “El robo de datos, la dependencia de la tecnología, las noticias falsas, la polarización de las opiniones, las elecciones que se roban… son consecuencias del problema. La tecnología no es la amenaza, sino la capacidad de la tecnología para sacar lo peor de la sociedad”.


Menos mal que, tras un análisis demoledor y técnicamente subyugante, en los últimos doce minutos el documental ofrece un principio de solución y nos da alguna esperanza. Si el problema reside fundamentalmente en el modelo de negocio, entonces eso es precisamente lo que hay que cambiar. Las empresas tecnológicas dicen que se autorregulan, pero esto no es cierto. Necesitamos leyes nuevas para un fenómeno nuevo. Algunos de los intervinientes en el documental se preguntan: “¿Por qué las compañías telefónicas, por ejemplo, tienen que respetar las normas de privacidad y las empresas digitales no?”. Es evidente que la tecnología va muy por delante de las leyes. El beneficio privado se antepone al interés colectivo. Se necesita, pues, un marco legal que regule un océano transnacional que, hoy por hoy, parece incontrolable. Mientras tanto, es probable que sigamos usando Facebook o YouTube, pero procuraremos no ser esclavos de sus mecanismos adictivos. ¿Es aún posible o tendremos que desembarazarnos definitivamente del teléfono móvil y del ordenador?  

3 comentarios:

  1. No me queda claro si tengo que verlo. Hoy mismo una hija me dice en un whatsapp que tenemos que verlo.
    Me inclino por no dejarme dominar.
    Abrazos

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  2. Muy buena reflexión Gonzalo. Vivimos inmersos en la gobernanza ( a veces tiranía) algorítmica.

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