Ayer fue un
domingo pasado por agua, así que
no tuve más remedio que pasarme todo el día en
casa. Disfruté de una jornada gris, fría, otoñal. Como había leído en la prensa que
la
plataforma HBO lanzaba la serie de televisión Patria, decidí
dedicar un tiempo a leer la novela de Fernando Aramburu en versión digital. Si algo
aparece en casi todas las páginas es
la lluvia vasca, así que ayer era un día perfecto
para sintonizar con el ambiente de la novela. Pero prefiero esperar algún día
más para escribir sobre un asunto que hiela el alma.
Prefiero fijarme hoy en otro
tema que tiene que ver con las redes sociales. Me sorprendió que, desde
Puerto Rico y desde España, casi al mismo tiempo, dos amigos me invitaran a ver
el documental
The social dilemma que ofrece la plataforma
Netflix.
Lo consideré una coincidencia premonitoria, así que, antes de cerrar mi
ordenador,
me vi de un tirón una producción que dura algo más de hora y media.
Está hecha de tal manera que atrapa al espectador de principio a fin. En realidad, emplea las
mismas trampas psicológicas que usan las redes sociales a las que critica. Por eso,
en
poco tiempo se ha convertido “en el documental que todos tendríamos que ver”.
Yo mismo he caído en la trampa al escribir esta entrada sobre él, pero reconozco
que el hecho de que me haya subyugado y transmita mi fascinación a los amigos del
Rincón no impide que reconozca sus méritos y algunas de sus trampas.
¿De qué trata este
documental? Del testimonio de algunos “arrepentidos” de Silicon Valley que
cuentan el dilema ético que les llevó a abandonar las empresas en las
que ocupaban puestos de responsabilidad. En algo más de hora y media explican
cómo la adicción y las violaciones de la privacidad de Facebook, Twitter,
Instagram, Youtube, Google, Pinterest, Linkedin, etc. son
características estructurales de estas plataformas y no meros errores. Los “usuarios”
somos, en realidad, conejillos de Indias de experimentos a gran escala. Ya no
se trata de vender productos, sino de vender usuarios. En un momento dado, uno
de los expertos dice: “Si no pagas por el producto, entonces tú eres el
producto”. Esto es posible porque hay un algoritmo que gobierna las redes
sociales y que está diseñado para hacer dinero. El mecanismo es sencillo: el
algoritmo comienza proponiéndole al usuario cosas que le interesan;
luego lo pega a la pantalla con una narración de la que no puede escapar. ¿Cómo
se las arregla para crear esta adicción? Muy sencillo: usando técnicas de
tecnología persuasiva. De manera sencilla, podría explicarse así. Te interesa
un contenido, el algoritmo te lo propone y te “obliga” a verlo porque te
bombardea con una serie de continuas notificaciones.
Es
probable que, si te decides a verlo, te pase lo mismo con el documental. Una
vez que empiezas a ver El dilema social es casi seguro que seguirás hasta
el final.
Por esta razón, El
dilema social no es tanto el documental que todos tenemos que ver, cuanto el documental que a todos se nos empuja a ver. Resulta paradójico, pero muy representativo
del mundo en el que vivimos, que el documental que nos habla sobre el algoritmo
que gobierna las redes sociales utilice también un algoritmo para hacer que
todo el mundo lo vea. Y no solo eso: utiliza las mismas técnicas de persuasión
de las que habla para asegurarse de que los espectadores nos quedamos pegados a
la pantalla. La presentación nos impresiona y aterroriza tanto que casi nos
sentimos obligados – como yo mismo estoy haciendo ahora – a contárselo
a todo el mundo. Es solo un ejemplo de que hay un algoritmo que nos manipula,
se alimenta a sí mismo y puede llegar un momento en que los seres humanos ya no
podamos detenerlo.
¿Dónde está el “demonio” de las redes sociales? ¿Tan mala es
la tecnología moderna? ¿No estaremos reaccionando con actitudes parecidas a las
que surgieron cuando aparecieron los periódicos, la radio o la televisión y
modificaron los hábitos informativos de aquellos viejos tiempos? Tristan Harris, antiguo experto en ética del diseño digital de Google y fundador
del Centro para una Tecnología Humana, responde así: “El robo de
datos, la dependencia de la tecnología, las noticias falsas, la polarización de
las opiniones, las elecciones que se roban… son consecuencias del problema. La
tecnología no es la amenaza, sino la capacidad de la tecnología para sacar lo
peor de la sociedad”.
Menos mal que,
tras un análisis demoledor y técnicamente subyugante, en los últimos doce
minutos el documental ofrece un principio de solución y nos da alguna
esperanza. Si el problema reside fundamentalmente en el modelo de negocio,
entonces eso es precisamente lo que hay que cambiar. Las empresas tecnológicas dicen que se autorregulan,
pero esto no es cierto. Necesitamos
leyes nuevas para un fenómeno nuevo. Algunos de los intervinientes en el
documental se preguntan: “¿Por qué las compañías telefónicas, por ejemplo,
tienen que respetar las normas de privacidad y las empresas digitales no?”.
Es evidente que la tecnología va muy por delante de las leyes. El beneficio
privado se antepone al interés colectivo. Se necesita, pues, un marco legal que
regule un océano transnacional que, hoy por hoy, parece incontrolable. Mientras
tanto, es probable que sigamos usando Facebook o YouTube, pero
procuraremos no ser esclavos de sus mecanismos adictivos. ¿Es aún posible o
tendremos que desembarazarnos definitivamente del teléfono móvil y del ordenador?
No me queda claro si tengo que verlo. Hoy mismo una hija me dice en un whatsapp que tenemos que verlo.
ResponderEliminarMe inclino por no dejarme dominar.
Abrazos
Tú verás, pero creo que merece la pena verlo y luego juzgar.
EliminarMuy buena reflexión Gonzalo. Vivimos inmersos en la gobernanza ( a veces tiranía) algorítmica.
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