Todos los años,
cuando llega el 6 de agosto, experimentamos un contraste entre la fiesta litúrgica
de la Transfiguración
del Señor y el aniversario del bombardeo
atómico sobre Hiroshima en 1945. Este año, en medio de la pandemia de
coronavirus, se cumplen 75 años de aquella masacre. Y, casi como un pequeño recordatorio,
hemos vivido hace un par de días la terrible
explosión de Beirut que ha causado decenas de muertos y miles de
heridos. Se podría decir que nuestra humanidad está siempre en estado de
alerta. No nos hemos recuperado de una tragedia cuando viene otra más fuerte. Necesitamos subir al monte Tabor para ver que las cosas pueden ser de
otro modo. Me parece que este es el sentido de la fe. Creer en Jesús no nos libra
de los embates de la naturaleza o de nuestras propias miserias, pero nos
permite vislumbrar cómo es la realidad que Dios quiere. Solo desde esa
contemplación del Misterio podemos regresar a la vida cotidiana con serenidad y
esperanza. Para un cristiano, el Bautismo es una experiencia de transfiguración.
He escrito varias
veces en el blog sobre el sentido de esta experiencia cristiana. Este
año quisiera acercarme a ella desde la incertidumbre y la angustia que nos está
causando la interminable pandemia de la Covid 19.
Imagino a cada
uno de nosotros con nuestra mochila cargada de preocupaciones subiendo trabajosamente
a la cima de una montaña en la que no sabemos lo que va a suceder. Es cierto
que Jesús camina con nosotros, pero, como los discípulos de Emaús, no siempre
somos capaces de reconocer su presencia. Se nos han pegado a los ojos las
escamas del cansancio, la apatía y el escepticismo. Con todo, seguimos caminando, confiados en que
hay un guía que sabe a dónde vamos y conoce los vericuetos del sendero. Esta
confianza inicial, aunque débil, es suficiente para no volvernos atrás. Lo que
sucede en la cumbre no se puede describir con palabras humanas porque se trata
de la experiencia de la fe. Llega un momento en que caemos en la cuenta de que
Dios es Dios y nosotros somos sus hijos. Por un momento encajan las piezas sueltas del
puzle de la historia. Se nos hace claro que la historia no se le escapa a Dios
de las manos, a pesar de las bombas atómicas, las explosiones y las pandemias.
Comprendemos que este universo complejo y maravilloso es solo un pálido reflejo
de la grandeza de Dios. Aceptamos nuestras contradicciones humanas sin perder la
esperanza porque sabemos que al final “todo acabará bien”. A veces no es fácil
distinguir entre una experiencia de fe y una alucinación. No hay ningún
laboratorio que tenga una prueba fiable para este tipo de experiencias.
En realidad, la verdadera
prueba se produce cuando descendemos con nuestra mochila aligerada al valle de
la vida cotidiana. Si, a pesar de los problemas, mantenemos la esperanza; si,
en medio de las miserias y egoísmos humanos, nos esforzamos por querer a la
gente; si, cuando nos asalta la apatía, continuamos con serenidad nuestro
trabajo; si, en el seno de una sociedad consumista, optamos por un estilo de vida sobrio; si vemos que crece nuestra
capacidad de compasión hacia las personas que lo están pasando mal; entonces
podemos intuir que la experiencia de la cumbre ha sido una verdadera
transfiguración, no una alucinación producida por algún producto alucinógeno. Caemos
en la cuenta de que nuestra vida transcurre normalmente en el valle, pero
sentimos nostalgia de la cumbre y anhelamos el día en que podamos plantar
nuestra tienda definitivamente en ese lugar donde la presencia de Dios es
radiante. Mientras tanto, Jesús hace con nosotros el viaje de bajada, pero de incógnito.
Está sin estar. Nos deja su Espíritu para que no desfallezcamos y para que
mantenga viva la llama del encuentro en la cumbre. Y se queda en la Eucaristía para que podamos nutrirnos a lo largo del camino.
Gracias Gonzalo por esta reflexión en la que nos podemos sentir reflejados… Realmente necesitamos subir al Tabor de vez en cuando y a pesar de los intentos de subir, muchas veces se nos hace difícil vislumbrar cuál es la realidad que Dios quiere. Esta subida requiere un tiempo de subida y un tiempo de permanecer para poder volver al día a día con serenidad, en estos tiempos en que los cambios se producen con una rapidez increíble y poder salir de la inseguridad en que vivimos. Camino al que será bueno invitar, acompañar y dejarnos acompañar por otros.
ResponderEliminarHay momentos, en los que si sabemos discernir, la vida misma nos lleva al dilema de que o subimos o sucumbimos.