Me prometía a mí mismo un tiempo tranquilo tras los duros meses del confinamiento, pero cada día está repleto de muchos encuentros y de “escenarios” (como se dice ahora) diferentes. (Por cierto, el abuso de esta palabra -escenario- denota hasta qué
punto nuestra vida se ha teatralizado, casi como en el auto sacramental de Calderón
de la Barca El gran teatro
del mundo). Ayer, sin ir más lejos, viví varias historias en el
arco de muy pocas horas. Mi paseo matutino estuvo lleno de conversaciones
inesperadas con otros viandantes a los que les gusta madrugar para no tener que
sufrir el peso del calor meridiano. La gente tiene ganas de hablar, como si el
silencio forzado por la pandemia hubiera despertado las ganas de comunicación. Después
de desayunar y escribir la entrada del blog, saludé a un amigo albañil en pleno
ejercicio de su trabajo y esperé a un viejo compañero del bachillerato al que
hacía casi 50 años que no veía. Hace unas semanas buscó mi nombre en Internet
y se puso en contacto conmigo. Desde hace varios años vive en Estados Unidos, primero en el área de Los Angeles y ahora en Nueva York. Tiene una empresa dedicada a la fabricación de facsímiles y otras tareas artísticas. Ya no somos los adolescentes
que jugaban a baloncesto, tocaban la guitarra y se internaban en las frondas matemáticas
y lingüísticas. Somos dos personas adultas con la vida encarrilada. Dispusimos
solo de unos 50 minutos en torno a una cerveza y un pincho de tortilla, pero
fueron suficientes para colmar a toda velocidad el vacío de varias décadas. El próximo
encuentro será, si la pandemia lo permite, en Estados Unidos, en Italia o en su
Aranda de Duero natal, que, por cierto, hoy
comienza una quincena de confinamiento.
La tarde terminó
con la novena a la Virgen del Pino y una celebración familiar en la que dos
niños hicieron su primera confesión en preparación de la primera comunión que tendrá
lugar en septiembre. La ceremonia estaba prevista para la primavera pasada, pero la pandemia
arruinó los planes. Es solo un pequeño ejemplo de tantas cosas que han tenido
que ser reprogramadas o canceladas en estos meses. Acostumbrado a moverme en un
ambiente de adultos, me resultó simpático tener que explicar la parábola del
hijo pródigo a un pequeño público infantil. Hubo tiempo todavía para ver en
televisión un especial informativo y un documental sobre el rey Juan Carlos I. Cuando, pasada
la medianoche, me fui a la cama, tuve la sensación de que hay días en los que
suceden demasiadas cosas como para poder procesarlas todas. Ayer me moví en
varios “escenarios”, desde el pinar inmenso, una obra de albañilería y una terraza
de bar hasta la capilla interior de nuestra iglesia parroquial. En cada
escenario se interpreta un guion diferente, pero, en el fondo, todos son
expresiones de la misma misión. Se trata de estar cerca de las personas,
escuchar sus historias y tratar de ser una mediación humilde de la compasión de
Dios.
Lo que da sentido
a una vida no es la multiplicidad de actividades y “escenarios”, sino la motivación
que unifica todo. Para el fundador de mi congregación misionera, san Antonio María
Claret, esta motivación era muy clara: que Dios fuera conocido, amado, servido
y alabado por todos. Procuro que sea también la mía, pero no estoy seguro de
que siempre sea así. A veces se cuelan otras motivaciones secundarias. Por eso,
es tan importante la práctica del “examen de conciencia”, un ejercicio muy recomendable
para caer en la cuenta, no tanto de lo que hacemos bien o mal, sino de lo que
nos mueve en la vida. Es bueno sorprendernos con preguntas como estas: ¿Por qué
hago esto? ¿Qué busco cuando hablo con esta persona? ¿Qué me mueve a callar o a
hablar? ¿Busco la gloria de Dios o me busco a mí mismo? El ejercicio cotidiano
de esta práctica nos ayuda a ganar en lucidez y a tomar las decisiones que
mejor se ajustan a nuestra misión en la vida. Uno puede moverse en diversos escenarios,
encontrar a personas de todo tipo, realizar acciones muy variadas. Nada de esto
produce dispersión si la motivación es clara, si sabemos por qué hacemos las
cosas y, sobre todo, a Quién servimos.
Gracias P. Gonzalo por compartir su testimonio y experiencia. Sí, son diferentes escenarios pero es vivido no actuado. El guión es verídico, es a lo que nos impulsa el Espíritu de Dios, a compartir con todos los que se cruzan en nuestras diferentes escenas. Dios le ilumine siempre. Encontramos palabras a nuestras ideas con sus escritos. Saludos desde Antillas.
ResponderEliminarMuy buen escrito, Gonzalo.
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