Ayer por la tarde corrió como la pólvora la noticia de que Leonel Messi quiere dejar el Barça. Confieso que a mí no me quita el sueño.
Aunque mi admirado John
Carlin sostenga que el fútbol es la “religión” más universal que existe en la actualidad (excepción hecha del dinero, se entiende), no acabo de comprender que, en medio de una pandemia como la que estamos padeciendo, la decisión de Messi,
cuya valía como futbolista no discuto, levante tanta polvareda y suscite tantas pasiones. Es un ejemplo
más de la inversión que vivimos en nuestra escala de valores. Ya sé que “no
solo de pandemias vive el hombre”, pero también sé que “no solo con fútbol se
afronta la existencia”. Como soy consciente de que en esta batalla llevo las de
perder, no gasto más cartuchos. Me limito a hacer una última reflexión. Si pusiéramos
una mínima parte del entusiasmo que ponemos en el fútbol en abordar el desafío ecológico
o el
desmoronamiento de nuestra civilización, quizá estaríamos viviendo un momento histórico de creatividad. Pero,
por otra parte, no es menos cierto que cuando se multiplican los indicadores de
crisis (basta ver los informativos de cualquier cadena de televisión), los
seres humanos buscamos -necesitamos- algunos aliviaderos que hagan más tolerable
la amenaza de sinsentido y creen una ficticia fraternidad. El fútbol no es ciertamente de
los peores.
Hace ya mucho tiempo que Ortega y Gasset diagnosticó
la “rebelión
de las masas”. Espigo algunas frases que, al cabo de casi cien años
desde la publicación del libro homónimo, siguen conservando su fuerza: “Este hombre-masa es el
hombre previamente vaciado de su propia historia, sin entrañas de pasado y, por
lo mismo, dócil a todas las disciplinas llamadas «internacionales». Más que un
hombre, es sólo un caparazón de hombre constituido por meros idola fori; carece
de un «dentro», de una intimidad suya, inexorable e inalienable, de un yo que
no se pueda revocar. De aquí que esté siempre en disponibilidad para fingir ser
cualquier cosa. Tiene sólo apetitos, cree que tiene sólo derechos y no cree que
tiene obligaciones: es el hombre sin la nobleza que obliga -sine nobilitate-,
snob”. En pocas palabras, el hombre-masa es un ser humano sin interioridad y, por lo tanto, sujeto a todo tipo de manipulaciones. Como no encuentra dentro de sí razones suficientes para vivir, se lanza a lo
que le viene del exterior sin importarle hacerse miembro de un rebaño universal.
Puede adherirse a un partido fascista o comunista (como en tiempos de Ortega), volverse
un hincha fanático de un equipo de fútbol, venderse al consumo irracional o
atarse a un teléfono móvil como un poseso. Siempre habrá alguien capaz de
explotar esta tendencia a la masificación que nos caracteriza y de manipularnos según su conveniencia. Da igual que se
llame Stalin, Hitler, Mussolini, Bill Gates, Jeff Bezos, Leonel Messi, Madonna
o los creadores de Netflix. Es probable que, haciendo lo que todos hacen, suframos
por un tiempo el espejismo de que no estamos solos, pero la realidad acaba imponiéndose.
No hay persona más aislada que la que está rodeada de gente-masa sin saber por qué
ni para qué.
Si algo me gusta de la misa cristiana es que,
cuando se celebra con autenticidad, transforma a un grupo que ni siquiera se
conoce en comunidad fraterna, combina interioridad y rito,
persona y grupo, contemplación y acción, naturaleza e historia, belleza y lucha, hombre y Dios.
La misa es la reconciliación de binomios que nosotros vivimos a menudo enfrentados.
El Dios trascendente “se hace” pan y vino comestibles. La masa se hace cuerpo.
La Palabra se hace carne. Quizá por eso creo tanto en la necesidad de celebrar
la misa para encontrar el camino de vuelta a casa. O, si se prefiere, la vía del futuro. La escasa participación en
la misa por parte de muchos bautizados es una consecuencia -o quizás un síntoma-
de los desequilibrios que hemos producido en nuestro estilo de vida en las últimas décadas. Cuando un
cristiano considera más importante ir al supermercado, lavar su coche, ver un partido
de fútbol o quedarse en la cama que participar cada domingo en el encuentro fraterno que
Jesús nos pidió que celebráramos “en memoria suya”, algo sustancial se ha
desmoronado dentro. La diversión sustituye al sacrificio. No es una mera cuestión ritual. No se trata de ser esclavos de un obsoleto precepto eclesiástico, perfectamente sustituible por una “buena acción” que responda al reduccionismo ético con que pretendemos vivir la fe. La misa es una miniatura de la humanidad que Dios quiere, un
laboratorio de transformación personal y social, una alternativa al mundo idolátrico, injusto y masificado que hemos creado. Todo podría cambiar si algún día comprendiéramos
lo que nos perdemos cuando dejamos de partir el pan y beber el vino “en memoria
suya”.
MIENTRAS; EN ESTA QUERIDA ARGENTINA...NUESTRO PRESIDENTE ESTÁ MÁS QUE PREOCUPADO POR EL TRAYECTO DE MESSI. HUNDIDO ESTE PAÍS EN LA DESOLACIÓN Y LA CORRUPCIÓN, EL SR PRESIDENTE PIDE A ESTE GRAN JUGADOR QUE TERMINE SU CARRERA EN UN CLUB ARGENTINO. EN FIN...
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