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jueves, 27 de agosto de 2020

Casi 29 años

Felipe en la residencia
Ayer falleció el claretiano Felipe Bravo Llorente. El hecho no sería noticia si no fuera porque aún era relativamente joven (57 años) y, sobre todo, porque llevaba casi 29 años en estado comatoso desde que sufriera un accidente de tráfico el 21 de diciembre de 1991 cuando se dirigía en coche desde Puertollano (Ciudad Real) a Colmenar Viejo (Madrid) para participar en la ordenación sacerdotal de un compañero. Ha sido un período muy largo de sufrimiento y misterio. A lo largo de estos años han muerto sus padres, que tanto se preocuparon por él en las primeras etapas. Él ha permanecido en una residencia de Aranjuez, bien cuidado por su personal y acompañado por familiares, claretianos y amigos. Una voluntaria local lo ha visitado a diario, casi como si fuera su segunda madre, una especie de ángel custodio que le prestaba a Dios corazón y manos. Es un testimonio impresionante de atención y fidelidad, una de esas historias escondidas que hacen más creíble la fe en Jesús. Escribo estas líneas minutos antes de ponerme en camino para participar en el funeral y entierro de Felipe. 

Me cuesta encontrar las palabras justas para expresar lo que siento. Podría hablar de alivio (porque su muerte pone fin a un sufrimiento que parecía interminable), esperanza (porque confiamos en la misericordia infinita de Dios) y perplejidad (porque no acabo de entender el misterio de una existencia “truncada” de un modo que se me antoja absurdo visto con ojos humanos). Felipe vivió la mitad de su vida postrado en cama, totalmente dependiente de sus cuidadores, incapaz de proferir palabra, aunque tenía algunas reacciones que a veces nos desconcertaban. La última vez que lo vi fue en diciembre de 2016. Faltaban pocos días para Navidad. Mientras le hablaba con cariño “como si me escuchase”, entoné algunos villancicos. Su rostro se iluminó. Sus ojillos se movían inquietos al ritmo de la música. No pude calibrar el verdadero alcance de su reacción, pero me emocionó.

Primera misa de Felipe
Sé que situaciones como estas suscitan un gran debate ético. Me hago cargo de las razones que esgrimen unos y otros. Yo doy gracias a Dios por habernos ayudado a cuidar “exageradamente” de la vida de un hermano cuando algunas (pocas) voces sugerían otros caminos. Es un canto de gratitud al Dios de la vida, una muestra de respeto a lo más sagrado del ser humano. Es cierto que hollamos el Misterio, pero es preferible quedarse perplejo ante él antes que intentar domeñarlo. La gran tentación de la cultura contemporánea es precisamente querer controlar la vida, bajo capa de investigación, búsqueda de soluciones y hasta actitudes compasivas. No somos los dueños de la vida, sino sus cuidadores. A veces, cuesta aceptar esta vocación diminutiva, pero en eso estriba nuestra grandeza como seres humanos, como hijos e hijas de un Dios que quiere que todos tengamos vida: Gloria Dei vivens homo.

Estamos acostumbrados a hacer siempre balances de costos y beneficios. Los criterios que manejamos con las cosas no sirven para el trato de las personas. Si algo puede aportar el cristianismo al debate ético contemporáneo en un contexto tan productivista y pragmático como el actual, es no doblegarse ante sus imperativos, defender la vida en todas sus etapas y expresiones. Todo forma parte del mismo don de Dios. No es fácil entender esta “exageración” cristiana (de la que rebosan los Evangelios como rebosaba el perfume de nardo que María de Betania vertió sobre Jesús) cuando el capitalismo nos ha acostumbrado a buscar siempre el máximo beneficio con el mínimo coste.

Residencia de Felipe en Aranjuez
Tendría otros muchos asuntos en los que fijarme hoy, a punto de regresar a Roma tras varias semanas en mi país, pero hay acontecimientos que se imponen por su densidad. La muerte de Felipe, tras casi 29 años de postración y de misterio, es uno de ellos. Frente a la tentación de multiplicar las reflexiones, prefiero permanecer en silencio, unirme a su familia y a sus amigos y “entregárselo” a Dios para que complete en él la obra grande a la que fue llamado. De los tres verbos que Claret adjudica al hijo del Corazón de María, (orar, trabajar y sufrir), Felipe ha conjugado de manera excelsa el tercero. Ha sido un misionero de cuerpo entero sin moverse del cuarto de una residencia asistida, asociando su sufrimiento al de Cristo que continúa su pasión entre nosotros. Demasiado sublime para nuestra mente raquítica.

Entre diciembre de 1991 y agosto de 2020 han sucedido muchas cosas. Si por hipótesis Felipe hubiera “despertado” ahora, tras tanto tiempo en estado vegetativo, se hubiera encontrado un mundo totalmente cambiado. Su cerebro se paró en las postrimerías del siglo XX. Estamos ya en pleno siglo XXI, en un año (2020), que pasará a la historia como el año de la pandemia. Ha sido mucho mejor “despertar” al mundo definitivo de Dios, en el que ya no habrá llanto ni dolor.


PARA FELIPE BRAVO 
QUE YA HA LLEGADO A DIOS

(Soneto de Angel Ferrero)

Ya te has ido, Felipe, ya has llegado
al fin, con luz de Dios, de tu andadura,
atrás queda tu cáliz de amargura
que el misterio de Dios te ha adjudicado.

Y ese misterio a mí me ha interpelado
y me ha sumido en una nube oscura
que constriñe mi fe y que me tortura
y no encuentro el salir por ningún lado.

Si Dios te hizo el regalo de la vida
¿No parece que fuera envenenado?
¿Hay respuesta a pregunta dolorida?

La cuestión es, Felipe, que has llegado
a disfrutar la gloria merecida
en el seno de un Dios resucitado.

7 comentarios:

  1. Gonzalo, hoy me uno a tus oraciones por el claretiano Felipe confiando que el Padre le ha acogido.
    En un caso así, todo es un Misterio, es un misterio la vida y es un misterio la muerte. Es difícil descubrir los designios de Dios en una vida truncada en la juventud y que se ha alargado en el tiempo en unas condiciones “diferentes”.
    Mirada solo con “ojos humanos” no puede entenderse, nos lleva a analizarlo con una mirada más profunda.
    Muchísimas gracias por la visión confiada que nos das de ello.
    Un abrazo.

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  2. Si, su vida truncada, ante el deseo de querer hacer tanto, solo es un misterio nuestra vida y nuestros designios, creo que todo ese dolor y sufrimiento entregado a nuestro señor Jesucristo
    fue una victoria de vida en Felipe mientras permanecio en aquel lecho y una gloria alcanzada ya en la presencia de Dios.

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  3. Que su paso por este mundo y su sufrimiento sean luz para muchos, para mí, que a veces me cuesta entender los designios del Señor.
    Se me parte el alma después de haber leído este artículo, Ojalá mis lágrimas sean oraciones para el P. Felipe, aún sin conocerle.
    D. E. P.

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  4. Todo homenaje se queda corto ante la calidad humana, la fe y el compromiso con los necesitados de Felipe, pero difiero del artículo en la mención comparativa que hace entre capitalismo (relación coste/beneficio 😶) y el sufrimiento humano medido en los mismos parámetros...

    Demasiados años vivió en una situación tan terrible por la que nadie debería transitar... eso... no es cuantificable, ni defendible...

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    Respuestas
    1. Quizás mi expresión no ha sido afortunada. Lo que pretendía decir es que, siguiendo la lógica capitalista (máximo beneficio/mínimo coste), habría que haber "eliminado" la vida de Felipe hace muchos años porque el coste de su atención era desproporcionado al beneficio que producía. Pero no es esa nuestra lógica en relación con la vida. Obviamente, no defiendo el sufrimiento por el sufrimiento, sino la sacralidad de la vida humana, que no se reduce a parámetros cuantificables.

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