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viernes, 28 de agosto de 2020

Lo antiguo y lo nuevo

Escribo la entrada de hoy desde la T-4 del aeropuerto de Madrid-Barajas. Faltan tres horas para que despegue mi vuelo a Roma, pero he preferido venir con tiempo para evitar problemas. En realidad, no hubiera sido necesario porque el aeropuerto está casi desierto y todas las operaciones se realizan con fluidez. Hay muchas tiendas y bares cerrados y pocos pasajeros en las salas de espera. La COVID-19 sigue manteniéndonos a raya. Por la megafonía se recuerda constantemente que debemos usar mascarilla y mantener la distancia de seguridad. A los pasajeros provenientes de España, las autoridades italianas nos exigen un certificado sanitario. Yo me hice la PCR el miércoles por la mañana, pero hasta un poco antes de salir de casa, no me ha llegado el resultado por correo electrónico. Por suerte, ha sido negativo, así que “ho tirato un sospiro di sollievo”, como se dice en italiano. Si hubiera sido positivo, se habrían alterado completamente mis planes y también los de las personas con las que me he encontrado en los últimos días.

Termina un hermoso período en España lleno de encuentros y de momentos singulares. No olvido que hoy, 28 de agosto, celebramos la memoria de san Agustín, un santo que siempre me ha atraído y sobre el que escribí mi tesina de licenciatura en Teología sistemática hace ya 37 años. Escogí un tema que, de una manera u otra, ha influido en mi pensamiento: “Dios como Padre en los discursos sobre el Padrenuestro de san Agustín de Hipona”. Mi director me decía que tiempo tendría de afrontar autores modernos, que todo aspirante a teólogo debe confrontarse al principio con alguna de las grandes figuras de la antigüedad cristiana y bucear en las fuentes griegas y latinas. San Agustín es, sin ninguna duda, una de las figuras más sobresalientes. Si tuviera que destacar un aspecto que me parece relevante para la situación de hoy, es su exploración de la interioridad como camino hacia el encuentro con Dios. Sus Confesiones no son sino un ejercicio práctico a partir de su propia vida. Creo que también hoy necesitamos esa capacidad de explorar lo que nos pasa por dentro, de poner nombre a nuestras búsquedas, frustraciones y anhelos.

El compañero que me ha traído al aeropuerto me ha hablado de que hace unas semanas pasó unos días en el monasterio de la Conversión, un hermoso lugar regentado por una comunidad de Hermanas Agustinas que han creado una nueva forma de vida religiosa basada en la Regla de san Agustín. El monasterio se encuentra en el pueblo abulense de Sotillo de la Adrada. Es un lugar ideal para las personas que están buscando un sentido a sus vidas o que quieren profundizar en su vocación cristiana. Entre sus ofertas, está el llamado “laboratorio de la fe”. No he tenido la oportunidad de visitar el lugar, pero me fío de la opinión de mi compañero. Resulta esperanzador que, en tiempos en los que muchos bautizados practican una especie de apostasía silenciosa por diversos motivos, surjan también experiencias nuevas que ayudan a vivir la fe en este tiempo de búsqueda. 

Abundan las comunidades laicales de todo tipo (hace tiempo hablé, por ejemplo, de la asociación Hakuna) y también nuevas formas de vida consagrada. Si hoy escribo sobre el monasterio de la Conversión es porque su espiritualidad tiene raíces agustinianas, lo cual demuestra que la figura de san Agustín puede seguir ayudándonos en la aventura de la fe. Precisamente ayer tuve una larga e interesante conversación con un amigo que ha pasado un año en el Reino Unido. Una de las cosas que más admiramos de la cultura británica (inglesa, escocesa, galesa e irlandesa) es la capacidad de unir tradición y modernidad, algo que nos cuesta mucho en los países latinos, siempre tendentes al dualismo: o más papistas que el Papa, o más anticlericales que Voltaire. Un británico puede emocionarse con una ceremonia presidida por la reina Isabel II, por ejemplo, y a renglón seguido escuchar a una de las muchas bandas de rock que han surgido en el Reino Unido, desde Los Beatles y los Rolling Stones hasta Queen o Supertramp. Tanto lo antiguo como lo nuevo pueden contener elementos de verdad, bondad y belleza. No hay que despreciar nada que nos ayude a crecer como seres humanos. 

El mismo san Agustín habla también de lo nuevo y de lo antiguo en su famosa oración: "¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva,tarde te amé! y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por de fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas que tú creaste". Cuando no hay tradición, no puede haber creatividad. Sin raíces, no hay frutos; a lo más, hojarasca. ¿No nos está pasando algo de esto en los países en los que no apreciamos la riqueza de nuestra tardicion? ¿No estamos confundiendo la innovación cultural con la mera hojarasca? La megafonía del aeropuerto sigue recordándome que estamos en tiempo de pandemia. ¡Qué le vamos a hacer!



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