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viernes, 26 de junio de 2020

Pasear es vivir

Ahora que nos vamos cansando de tanta reclusión doméstica y que las videollamadas comienzan a estresarnos, es hora de caminar. Es como si, tras meses de postración, Jesús nos dijera: “¡Levántate y anda!”. Creo que todos hemos experimentado el poder terapéutico del paseo. A veces, cuando uno está con la cabeza un poco atolondrada y se le cruzan los cables, basta salir a la calle y ponerse en camino para que las cosas se aclaren y la vida se vea de otra manera. Las grandes epopeyas se han hecho caminando. El pueblo de Israel se hizo pueblo atravesando durante años un interminable desierto. Jesús formó a sus discípulos caminando de Galilea a Jerusalén. La novedad cristiana era conocida en los primeros años como “el camino”. Jesús mismo utilizó esta metáfora para presentarse: “Yo soy el camino”. Y Antonio Machado acuñó una frase que lo mismo sirve para un artículo filosófico que para un pasquín callejero: “Se hace camino al andar”. Creo que nos pasa como al agua. Si permanecemos mucho tiempo detenidos, nos corrompemos. Sin embargo, si caminamos, si fluimos, nos mantenemos vivos, activamos todos los órganos y células de nuestro cuerpo para que se pongan a bailar la danza de la vida.

Yo ya me he dado algunos paseos por Roma, pero quiero hacerlo de manera más intensa y sistemática en los próximos días. Tengo en mi contra el calor creciente, pero tengo a mi favor la escasa presencia de turistas, lo que confiere a la ciudad un aire más sosegado, hermoso y entrañable. Si hay alguna ciudad en la que uno puede pasear hasta el infinito, esta es Roma. A pesar de llevar viviendo en ella casi 17 años, es mucho más lo que ignoro que lo que conozco. Incluso dentro del recinto histórico, hay muchas callejuelas, plazoletas y pasajes que nunca he visitado. Armado con una mochila ligera y una botella de agua, puedo dedicarme unos días al viejo arte de la exploración. La excusa me la brinda un curso que tengo que dar a una hora a pie desde mi casa. El hecho de ir y volver caminando me permite recuperarme del exceso de quietud vivido durante los largos meses del confinamiento. En contra de la opinión que a veces se tiene de Italia y España como dos países “anárquicos”, la verdad es que la población se ha comportado de manera impecable, como reconoce el corresponsal de The Guardian en Madrid. Esto ha permitido contener la expansión del virus. Esperemos que la apertura veraniega no eche al traste el esfuerzo realizado. Igual que hemos sido disciplinados en el confinamiento (con algunas excepciones), tenemos que serlo en la movilidad. 

Yo soy muy andariego. Me cuesta comprender a los jóvenes que para cualquier mínimo desplazamiento utilizan siempre el coche. Pertenezco a una generación habituada a caminar. De niño y de joven participé en muchos campamentos en los que eran frecuentes largas marchas por las montañas. Las sigo haciendo cada vez que regreso a mi pueblo natal. Me gusta caminar con otros, pero también solo. Cada modalidad tiene su encanto. Los paseos en grupo sirven para estrechar lazos y crear un clima de camaradería y hasta de confidencias si llega el caso. Los paseos en solitario permiten marcar el propio ritmo y practicar ese relajante deporte que consiste en “no pensar en nada”, casi imposible para las mujeres, pero muy frecuente entre varones. El hecho de abandonarse al ritmo de los pasos, respirar hondo y suspender la actividad mental es casi como una regresión a la vida vegetativa, pero es también un modo de no estar siempre “conectados”. Es vivir en estado elemental, conceder a las neuronas un período de vacaciones para que sus posteriores conexiones sean más rápidas y fecundas. En fin, que si la muerte se equipara a la quietud suprema, la vida se activa cuando nos ponemos en movimiento. Por eso, pasear es vivir



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