No sé si un célibe como yo debería escribir una entrada como la de hoy, pero me arriesgo. Me sorprenden las conclusiones de un reciente estudio realizado por el Observatorio Demográfico
CEU. Según él, los efectos de la pandemia del Covid-19 hubieran sido mucho menos
negativos en España si viviéramos como en 1970; es decir, si la media del número
de hijos por mujer fuera de 2,8 (y no de 1,23 como es ahora), si hubiera pocas
separaciones y divorcios (actualmente la mitad de los matrimonios acaban en
divorcio), si la mayoría de los ancianos vivieran en sus casas o con sus
familiares (actualmente, un buen porcentaje vive en residencias
para mayores). Si no se hubieran producido estos drásticos cambios en
los últimos 50 años, hoy en España habría unos 20 millones más de personas menores de 43
años. La población sería, pues, más numerosa y más joven, como sucede en países de
nuestro entorno como Francia, Inglaterra o Italia. Menos gente hubiera vivido
el confinamiento en soledad (en 1970, solo el 2% de los españoles vivían
solos; hoy la cifra sube al 11%). Y no hubieran fallecido tantos ancianos agrupados en residencias para mayores.
Como es lógico, con los mismos datos caben
explicaciones e interpretaciones de todo tipo. Para algunos, esta evolución es
un signo evidente de modernidad. La mujer se ha “liberado” de su papel de
reproductora y cuidadora de hijos y personas mayores. Ha adquirido autonomía
afectiva, laboral y económica. Esta es una conquista. No se puede dar marcha atrás. Para otros, se trata de indicadores de una sociedad que ha perdido el rumbo y que no cree ya en el futuro. Está cavando su propia tumba.
Sin entrar ahora
en juicios éticos, hay un hecho objetivo que no se puede silenciar: en 2019 en
España nacieron menos del 60% de hijos de españolas que en el año 1976. Si los
niños representan el futuro, esto significa que España tiene un 60% de menos de futuro que hace 40 años. Aparte de opciones personales basadas en visiones de la vida, ¿qué es lo que animaría
a tener más hijos? Los expertos coinciden en que hay algunas medidas −adoptadas
ya por otros países− que están siendo eficaces: implicar a ambos progenitores en el cuidado de la prole; hacer leyes que faciliten compaginar mejor la vida familiar y laboral; establecer desgravaciones fiscales; implantar
medidas económicas de sostén a la maternidad y a la familia; apoyar también a
las empresas porque para las pymes es muy difícil asumir ciertos costes, etc.
La
corta experiencia de los meses de pandemia nos ha mostrado que algunas medidas
que no somos capaces de adoptar por criterios éticos u opciones políticas, nos vemos obligados a adoptarlas
por imperativos sanitarios. Creo que, con respecto a la natalidad, el cuidado
de los mayores, etc. (valores que siempre ha defendido la fe cristiana), puede
suceder algo semejante. Cuando nos demos cuenta de que por el camino actual vamos
hacia un abismo social, reaccionaremos, pero puede que entonces sea demasiado tarde.
¿Cómo abrir los ojos y, libres de prejuicios, plantear las cosas con la mayor
objetividad posible?
No estoy proponiendo
que regresamos a las condiciones sociales y culturales de 1970, aunque muchas
personas me han dicho abiertamente que eran más felices en aquellos años que
ahora, por más que hoy disfruten de una posición económica más holgada. Para
mí, las preguntas clave son: ¿Cómo garantizar un progreso social que no implique
“sacrificar” a los eslabones más débiles de la cadena humana (es decir, los
niños y los ancianos)? ¿Cómo avanzar en los derechos de hombres y mujeres sin
reducirlos solo al ámbito laboral y económico? Algunas madres jóvenes me han
confesado −en contra de lo que defienden con uñas y dientes varias corrientes
feministas− que para ellas no supone ninguna esclavitud, sino una inmensa alegría, renunciar al ejercicio de su
profesión (o reducirlo en tiempo) para cuidar a sus hijos pequeños y llevar el hogar,
que no se sienten por ello menos liberadas o menos modernas.
Mis compañeros
africanos y asiáticos se escandalizan cuando ven que nosotros, los europeos,
dejamos a nuestros ancianos al cuidado de estructuras como residencias de
mayores. Para ellos resulta inconcebible que quienes han sacado adelante una
familia no sean cuidados hasta el final por la propia familia. La terrible
crisis de humanidad vivida en muchas residencias durante estos meses de
pandemia, ¿no es suficiente para abrirnos los ojos? ¿Qué tipo de mundo estamos
construyendo? ¿Cuáles son nuestros valores? ¿Damos más importancia a tener un
fin de semana libre que al cuidado de nuestros padres y abuelos? Reconozco que
el estudio del CEU es solo un punto de vista, pero me hace pensar. Conocer bien
el pasado nos ayuda a plantear mejor el futuro.
Gracias
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