Han caído en mis manos unas notas del P. Adolfo Nicolás (1936-2020), anterior prepósito general de los jesuitas, fallecido el pasado 20 de mayo en Japón. Al parecer, eran una especie de borrador de una carta circular que quería
enviar a la Compañía de Jesús, pero que nunca llegó a terminar. Se titulan como he titulado
la entrada de hoy: “De la distracción a la dedicación”. Confieso que me han impresionado,
hasta el punto de hacerme pensar sobre algo que nos pasa hoy. Él P. Nicolás confiesa que, después de haber releído
a algunos maestros “clásicos” de espiritualidad (como Ignacio de Loyola,
Francisco Javier, Teresa de Jesús o Juan de la Cruz), se ha dado cuenta de que hoy vivimos muy
distraídos. En otras palabras, somos buena gente, hacemos muchas cosas, tenemos
sensibilidad religiosa y social, pero no nos dedicamos por entero a Dios. Se
podría decir que nuestra entrega es ocasional (en algunos momentos) y parcial
(algunas facetas). Muy a menudo, la dedicación a Dios la desviamos a otras
dedicaciones que nos atrapan por completo: causas nacionalistas, étnicas,
sociales, deportivas o culturales. Hay personas que ponen toda su energía en defender su
patria, su tribu, su equipo o su ideología. Se dedican a ello en cuerpo y alma. Puede que
en algunos casos detrás de esa dedicación se dé una débil fe en Dios, pero más como excusa o justificación que como experiencia totalizante.
Nos distraemos también cuando explotamos nuestra condición de “víctimas”; es decir, cuando hacemos de
las experiencias vejatorias vividas en alguna etapa de nuestra vida la única
manera de ver el mundo y la razón para chantajear a otros y buscar
continuamente compensaciones. Otra de las distracciones más peligrosas es el
viejo perfeccionismo de carácter narcisista; es decir, la búsqueda obsesiva del desarrollo
del propio yo bajo capa de excelencia, que nos impide integrar los aspectos
negativos de la vida. O cuando buscamos la popularidad a cualquier precio. Hay personas muy inteligentes que solo buscan demostrar su valía, escalar puestos y situarse por encima de los demás, Y,
por supuesto, un elemento que hoy nos distrae mucho (es decir, nos aparta del
camino) es el abuso de los medios de comunicación social y la fascinación por la tecnología. El P. Nicolás no hace
juicios éticos sobre estas distracciones. Se limita a comprobar que, bajo
apariencia de objetivos loables, nos van distanciando de la fe como dedicación completa
a Dios, abren demasiados frentes en nuestra vida, desparraman nuestra atención, nos impiden centrarnos en lo único necesario. Una
persona “distraída” hace de Dios un asunto más en su agenda, una relación que
se suma a otras muchas, una justificación de su modo de proceder. Una persona “distraída”
a duras penas acepta su condición de tal porque la superficialidad en la que vive no
le permite caer en la cuenta de lo que le está pasando.
¿Cómo pasar de la
distracción a la dedicación? Este es uno de los grandes retos de la espiritualidad.
¿Cómo hacer nuestras las palabras del salmo 15/16: “El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; / mi suerte está en tu
mano: / me ha tocado un lote hermoso, / me encanta mi heredad”? San Antonio
María Claret decía que para él Dios era “suficientísimo”.
Teresa de Jesús confesaba que “solo
Dios basta”. Francisco de Asís resumía su vida así: “Deus meus et omnia” (Dios mío y todas las cosas). Charles de
Foucauld –a quien hemos recordado hace
pocos días– expresaba su dedicación con palabras tajantes: “Tan pronto como creí que había un Dios,
comprendí que sólo podía vivir para Él”. Los grandes hombres y mujeres
espirituales se dedican a Dios en cuerpo y alma. No es que no hagan otras
cosas, pero siempre como expresión de su entrega sin condiciones a Dios, no
como proyección de sí mismos o como búsqueda de reconocimiento social.
Más de
una vez he pensado que si la fe no acaba de llenarnos por completo, si no experimentamos
la alegría y la plenitud que supone dedicar la vida a Dios, es porque vivimos “distraídos”,
ponemos nuestra mente y nuestro corazón en muchas cosas, encendemos una vela a
Dios y otra al diablo, confundimos la fe con nuestros intereses, hacemos de
nuestros deseos la medida de todo; en definitiva, porque no nos arriesgamos a “dedicarnos”
a Dios con toda el alma, con todo el corazón y con todas las fuerzas. Es
probable que esta “dedicación” total no se compadezca con el espíritu fragmentario
y líquido de nuestro tiempo, pero es la lección que nos regalan quienes se han
adentrado en el territorio del Misterio. Conviene hacerles caso.
Me ha gustado muchísimo esta entrada. Creo que de una manera muy sencilla contemplas las preocupaciones que nos agobian sin pararnos a contemplar la base que nos debiera mover. Clarificador.
ResponderEliminarUn abrazo para ti y todos los lectores.