Ayer por la tarde tuve una nueva videconferencia con un grupo de amigos de este Rincón. Hablamos de cómo estamos viviendo
cada uno de nosotros esta nueva etapa, de lo que significa la fe a la hora de afrontar la
pandemia y de algunos temas que el Rincón
podría abordar en las próximas semanas. Me sorprendió gratamente el tono sereno
y esperanzado de las intervenciones. Se ve que no ha hecho mella en nosotros la opinión
pesimista de Michel Houellebecq, de lo cual me alegro. En honor a la
verdad, ninguno ha sido afectado directamente por el coronavirus, lo que permite
contemplar la situación con más tranquilidad. En cualquier caso, predominaba la idea de que esta crisis tiene que ayudarnos a vivir de otra manera, a entrenarnos en un estilo de vida sobrio, ecológico y solidario. No son palabras de moda, sino rasgos de una nueva forma de entendernos como especie humana, indicadores de una espiritualidad para nuestro tiempo. Como nos sucedió hace un par de
semanas, el tiempo se nos pasó volando.
Al igual que millones de personas en
todo el mundo, nos dedicamos durante más de una hora al “juego de la pantalla partida” que se ha puesto de moda en los últimos meses. Raro
es el grupo de música o el coro que no ha hecho alguna grabación siguiendo esta
técnica visual. Se podría decir que la “pantalla partida” se ha convertido en
una metáfora del tiempo en el que vivimos. Hay distancia física y al mismo
tiempo cercanía personal. Cada uno estamos en nuestra casa e Internet se
convierte en nuestro particular “meeting
point” (punto de encuentro). Compartimos conversación, pero manteniendo la
privacidad de nuestros espacios domésticos. Nos vemos y escuchamos, pero no nos
tocamos. Digo que es una metáfora del tiempo presente porque representa una forma
aséptica de encontrarnos, algo muy en línea con la posmodernidad líquida o gaseosa. Nos libera del peso de la corporalidad, pero al mismo
tiempo nos priva del sacramento primigenio de nuestra identidad, el
cuerpo. Habrá que seguir profundizando en los pros y contras de esta técnica
de la que ya no vamos a poder prescindir porque se ha hecho necesaria y universal. La
emplean los políticos, los profesores, los empresarios, los científicos, los artistas, los comerciantes, los
amigos… y hasta los curas, que le han cogido gusto a las transmisiones litúrgicas
por Internet.
Cuando les
pregunté a mis amigos qué temas tendríamos que abordar en este blog, me
ofrecieron sugerencias muy concretas que tendré en cuenta en los próximos días.
Comienzo por el de la responsabilidad cívica en estos tiempos de pandemia. Lo
hago precisamente hoy, que celebramos el Día de Europa.
Una de las críticas que los europeos del norte nos hacen a los del sur se refiere a nuestro escaso sentido cívico. Aunque no se puede generalizar, no les falta algo de razón.
Varios de mis amigos contaban que habían visto tirados por la calle guantes, mascarillas
y otros desechos, con el potencial riesgo de contagio que suponen. Un amigo de Zaragoza
colgó ayer en su cuenta de Facebook imágenes
de jóvenes reunidos en las márgenes del río Ebro, como si nada pasase. El
alcalde italiano de Milán ha lanzado un fuerte
rapapolvo (que os aconsejo ver y escuchar en el enlace anterior) a las
personas que no se están tomando en serio las normas de seguridad prescritas
por las autoridades sanitarias. Sin sentido cívico es imposible superar esta
pandemia. Lo que se consigue con el esfuerzo colectivo de la mayoría se puede
venir abajo en poco tiempo por el comportamiento irresponsable de unos pocos. Esto
tiene graves consecuencias humanas y económicas. No se puede frivolizar con
asuntos que afectan al bien común.
Este es un tema que
desde siempre me ha encendido. Me cuesta entender que las mismas personas que
son superexigentes con los médicos, sanitarios, funcionarios públicos, etc., sean
después las que no respetan las normas de seguridad e higiene, ensucian los
espacios públicos, se cuelan en los accesos a algunos servicios, engañan en sus
declaraciones fiscales, y van por la vida dándoselas de listas y espabiladas. La
figura del “pícaro” está tan arraigada en las costumbres populares que la persona
responsable, con sentido cívico, pasa por tonta. Si me molesta una actitud de
este tipo en los ciudadanos en general, me revienta cuando se trata de personas
que se consideran cristianas, pero hacen un divorcio inaceptable entre sus
convicciones personales y sus comportamientos públicos. ¿Qué credibilidad merecen?
La pandemia que estamos padeciendo pone a las claras la consistencia o la inconsistencia de las personas
y grupos. Nos quejamos –a veces con razón– de que los gobiernos no han sabido
gestionar bien esta emergencia sanitaria, pero tendríamos que preguntarnos si nosotros,
los ciudadanos, estamos asumiendo nuestra cuota de responsabilidad, sobre todo
una vez iniciada la famosa “desescalada”. ¡Sería triste que tantos testimonios
de solidaridad, algunos heroicos, pasaran a segundo plano porque un grupo de
descerebrados pusiera en riesgo a todos por sus conductas irresponsables y su
falta total de sentido cívico!
No hay comentarios:
Publicar un comentario
En este espacio puedes compartir tus opiniones, críticas o sugerencias con toda libertad. No olvides que no estamos en un aula o en un plató de televisión. Este espacio es una tertulia de amigos. Si no tienes ID propio, entra como usuario Anónimo, aunque siempre se agradece saber quién es quién. Si lo deseas, puedes escribir tu nombre al final. Muchas gracias.