Aunque todavía estamos en primavera y falta casi un mes para el verano, el calor ya ha llegado a buena parte de Europa. Y, con él, una exhibición más o menos pudorosa de ombligos de todos
los estilos y tamaños. Según el diccionario de la RAE, el ombligo (del latín umbilicus; en griego ómphalos) es una “cicatriz redonda que queda en medio del vientre, después de romperse y
secarse el cordón umbilical”. Ya hemos hablado en otra ocasión de la
belleza de las cicatrices. Hoy me fijo en esta pieza anatómica como un
recordatorio de lo que somos, una especie de marca de fábrica (made in...) que indica nuestro
origen y quizás también nuestro destino.
En castellano tenemos una colección de frases relacionadas con esta parte del cuerpo. Mirarse el ombligo es una expresión que se usa para dar a entender que una persona se abandona a la autocomplacencia y al egocentrismo; es decir, se mira demasiado a sí misma y se olvida de los demás. Parece que el origen de esta expresión proviene de una antigua costumbre cristiana de los monjes hesicastas de la Iglesia griega ortodoxa, quienes acostumbraban a dejar caer la cabeza durante la meditación, como si se estuvieran mirándose el ombligo. ¡Lástima que entre nosotros la expresión haya adquirido este carácter negativo porque podría indicar una vía de encuentro con nosotros mismos! Cuando nos miramos el ombligo tenemos que inclinar la cabeza hacia abajo, lo que, de entrada, indica una actitud de humildad y de búsqueda. El agujerito redondo que hay en mitad del vientre nos recuerda dos cosas fundamentales para entender quiénes somos: que venimos de otra persona y que somos autónomos. Vale la pena detenerse en ambas realidades.
En castellano tenemos una colección de frases relacionadas con esta parte del cuerpo. Mirarse el ombligo es una expresión que se usa para dar a entender que una persona se abandona a la autocomplacencia y al egocentrismo; es decir, se mira demasiado a sí misma y se olvida de los demás. Parece que el origen de esta expresión proviene de una antigua costumbre cristiana de los monjes hesicastas de la Iglesia griega ortodoxa, quienes acostumbraban a dejar caer la cabeza durante la meditación, como si se estuvieran mirándose el ombligo. ¡Lástima que entre nosotros la expresión haya adquirido este carácter negativo porque podría indicar una vía de encuentro con nosotros mismos! Cuando nos miramos el ombligo tenemos que inclinar la cabeza hacia abajo, lo que, de entrada, indica una actitud de humildad y de búsqueda. El agujerito redondo que hay en mitad del vientre nos recuerda dos cosas fundamentales para entender quiénes somos: que venimos de otra persona y que somos autónomos. Vale la pena detenerse en ambas realidades.
El ombligo es un
recuerdo permanente del cordón umbilical que nos unía a nuestra madre y a través
del cual nos nutrimos durante meses dentro de su vientre. Ninguno de nosotros
ha surgido por generación espontánea. Somos fruto de un encuentro y existimos
porque alguien nos ha albergado en su seno. Olvidar esto significa cerrarnos a
la vida. Pero, por otra parte, para nacer y llegar a ser nosotros mismos, fue
necesario que alguien cortara ese cordón umbilical. No somos, sin más, una
parte del cuerpo de otra persona, ni siquiera un objeto incrustado en él. Somos
personas autónomas. Podemos respirar por nosotros mismos, Tenemos nuestra propia
identidad.
En este binomio dependencia-autonomía se juega lo que cada uno somos. Por eso, mirarnos al ombligo debería ser un recordatorio permanente, imborrable, de nuestra esencial apertura a los demás y, al mismo tiempo, de nuestra singularidad. Olvidar cualquiera de los dos polos nos condena a no saber quiénes somos y cómo podemos vivir. Así que no estaría mal que de vez en cuando nos “miráramos el ombligo” como ejercicio exploratorio de nuestra identidad y no solo como expresión de egocentrismo.
En este binomio dependencia-autonomía se juega lo que cada uno somos. Por eso, mirarnos al ombligo debería ser un recordatorio permanente, imborrable, de nuestra esencial apertura a los demás y, al mismo tiempo, de nuestra singularidad. Olvidar cualquiera de los dos polos nos condena a no saber quiénes somos y cómo podemos vivir. Así que no estaría mal que de vez en cuando nos “miráramos el ombligo” como ejercicio exploratorio de nuestra identidad y no solo como expresión de egocentrismo.
Pero el
castellano atesora otras expresiones relacionadas con nuestra cicatriz ventral.
Cuando uno se amedrenta ante una dificultad o pierde el ánimo ante una empresa
que lo supera, decimos que “se le ha
encogido el ombligo”. Quizás durante estos meses de pandemia, a más de uno
se nos ha encogido el ombligo porque no sabíamos si seríamos atacados por el
coronavirus o el Covid-19 se cebaría
con algunas personas queridas. Se nos ha encogido el ombligo porque, de la
noche a la mañana, hemos caído en la cuenta de que somos poca cosa, de que un
simple e invisible virus puede acabar con nosotros en cuestión de días o de horas. Es necesario,
pues, que nos relajemos y que pasemos del encogimiento a la dilatación. Eso, en
el supuesto de que, mientras tanto, no nos “hayan
cortado el ombligo”, expresión que en castellano significa que alguien nos
ha captado la voluntad y nos tiene sojuzgados. No estoy muy seguro de que con tanto confinamiento
y tantas restricciones las autoridades sanitarias no nos hayan cortado un poco el
ombligo. Cuando uno tiene miedo, se deja fácilmente dominar por aquellos que, prometiéndonos
seguridad, no tienen reparo en recortar nuestra libertad.
En fin, si esto
del ombligo no da mucho más juego, siempre tenemos la posibilidad de evocar la
vida de san Felipe Neri, cuya
fiesta celebramos hoy. Aunque florentino de nacimiento, se lo conoce como “el
apóstol de Roma”. Su vida y su manera de evangelizar siguen siendo un reclamo
para hoy. He tenido la oportunidad de visitar su tumba muchas veces en la Chiesa Nuova, una iglesia barroca en pleno centro histórico de Roma, a
cuatro pasos de la plaza Navona y de una de las cinco comunidades que los claretianos tenemos en
la Ciudad Eterna.
Me ha gustado conocer estas expresiones que existen del ombligo, algunas las conocía y otras no.
ResponderEliminarAparte de éstas, para mí tamibén el ombligo ha sido siempre “un punto sagrado”… Además de recordar la relación con la madre, esta unión total, me recuerda también la maravilla de la gestación, en la que las mujeres, independientemente de sus creencias, tenemos la gran suerte de colaborar directamente en la obra de la creación…
Al cortar el ombligo se facilita la vida del recién nacido, se le da la autonomía y a la madre, con el cuidado que comporta este ombligo recién cortado para que no se produzca ninguna infección, le ayuda a ir reconociendo a esta nueva criatura independiente de sí misma, a “soltarla” y reconocerla como un regalo de Dios, a pesar del sufrimiento, pero como ya dice el evangelio: … una mujer cuando da a luz su sufrimiento se convierte en alegría una vez reconoce a la nueva vida.
Gracias Gonzalo por habernos llevado a esta reflexión.