Ayer murió por coronavirus el primer claretiano español. Se llamaba Julio Vivas González. Tenía 83 años, a punto de cumplir 84. Su carácter era afable, abierto y positivo. Poseía una voz poderosa y bien timbrada que le ayudó mucho a ser ministro de la Palabra de Dios en España y en América (Honduras). Probablemente se contagió del Covid-19 ejerciendo su misión de capellán de fin de semana en el hospital Río Ortega de Valladolid
(España). Podríamos decir que fue un “accidente laboral” en pleno ejercicio de
su ministerio de acompañamiento a los enfermos y moribundos. Precisamente hoy,
Jueves Santo, celebramos, entre otras cosas, la institución del ministerio ordenado.
Para un sacerdote, es hermoso morir en la víspera del Jueves Santo. Es como si
el Señor ratificara definitivamente una vida entendida como donación a los
demás, aun a riesgo de la propia salud. No escribo estas líneas con tristeza,
sino con profunda gratitud y serena alegría. Cuando somos ordenados sacerdotes, sabemos
muy bien que la entrega diaria de la propia vida puede comportar a veces
situaciones de riesgo.
Eso es lo que están viviendo cientos de ministros “ordenados” (como Julio) que en estos días de pandemia se las ingenian para acompañar a los más afectados, aunque a menudo tengan que reducir su presencia en hospitales, tanatorios y cementerios a pocos minutos, ateniéndose a las estrictas normas de seguridad sanitaria. Varias decenas (sobre todo, en Italia y España) han muerto ejerciendo su misión de “lavar los pies” en circunstancias peligrosas. Creo que hoy es un día adecuado para dar gracias a Dios por su testimonio, encomendarlos a su misericordia y mantener vivo su recuerdo en nuestros corazones. No, no es posible pasar página como si nada estuviera sucediendo. La memoria es el primer signo de justicia y gratitud.
Eso es lo que están viviendo cientos de ministros “ordenados” (como Julio) que en estos días de pandemia se las ingenian para acompañar a los más afectados, aunque a menudo tengan que reducir su presencia en hospitales, tanatorios y cementerios a pocos minutos, ateniéndose a las estrictas normas de seguridad sanitaria. Varias decenas (sobre todo, en Italia y España) han muerto ejerciendo su misión de “lavar los pies” en circunstancias peligrosas. Creo que hoy es un día adecuado para dar gracias a Dios por su testimonio, encomendarlos a su misericordia y mantener vivo su recuerdo en nuestros corazones. No, no es posible pasar página como si nada estuviera sucediendo. La memoria es el primer signo de justicia y gratitud.
Hoy, Jueves
Santo, es también el día del amor fraterno. Pienso en los miles de ministros “no
ordenados” (médicos, enfermeros, auxiliares, cuidadores, fuerzas del orden, trabajadores sociales, agricultores, ganaderos, voluntarios…)
que están entregando también su vida para hacer frente a esta pandemia. Muchos
se han contagiado del Covid-19 y algunos han muerto. Ellos llevan viviendo
varias semanas un Jueves Santo anticipado. Han entendido muy bien la última
lección de Jesús que recordaremos en la Eucaristía de esta tarde: “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?
Vosotros me llamáis "el Maestro" y "el Señor", y decís
bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies,
también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para
que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis” (Jn 13,12-15).
Ellos no usan palanganas ni toallas. Van vestidos con EPIs y mascarillas, llevan gafas y guantes protectores. Su misión es encarnar a ese Jesús que sigue lavando los pies; que está junto a la cama de los afectados, que les ajusta el respirador artificial, vigila sus constantes vitales, los acaricia, les dirige palabras de aliento y hace todo lo posible por mantenerlos con vida. Cuando ya no es humanamente posible, los acompaña en el tránsito hacia la vida definitiva. Todos estos “ministros del amor” no pueden ser olvidados. Merecen nuestro reconocimiento. Está bien aplaudirles todos los días a las 8 de la tarde desde las ventanas y balcones de nuestras casas, pero es necesario ir mucho más lejos. Necesitan equipamientos adecuados, horarios de trabajo equilibrados, salarios justos y toda la colaboración posible para hacer más humana y llevadera su imprescindible misión.
Ellos no usan palanganas ni toallas. Van vestidos con EPIs y mascarillas, llevan gafas y guantes protectores. Su misión es encarnar a ese Jesús que sigue lavando los pies; que está junto a la cama de los afectados, que les ajusta el respirador artificial, vigila sus constantes vitales, los acaricia, les dirige palabras de aliento y hace todo lo posible por mantenerlos con vida. Cuando ya no es humanamente posible, los acompaña en el tránsito hacia la vida definitiva. Todos estos “ministros del amor” no pueden ser olvidados. Merecen nuestro reconocimiento. Está bien aplaudirles todos los días a las 8 de la tarde desde las ventanas y balcones de nuestras casas, pero es necesario ir mucho más lejos. Necesitan equipamientos adecuados, horarios de trabajo equilibrados, salarios justos y toda la colaboración posible para hacer más humana y llevadera su imprescindible misión.
Unos y otros, los
ministros ordenados y los no ordenados, necesitan nutrirse para poder resistir.
No basta con un chute de adrenalina mientras cantan el Resistiré del Dúo Dinámico. Necesitan el “pan de vida” que les
permita convertirse en pan para los demás. Hoy, Jueves Santo, celebramos
también la institución de la Eucaristía. El mismo Jesús que nos invitó a lavar
los pies a los demás (como expresión de la eucaristía existencial), nos pidió
que compartiéramos el pan y el vino (como expresión de la eucaristía sacramental).
Tenemos que hacer las dos cosas –porque, en el fondo, se trata de las dos caras
de la misma realidad– “en memoria suya”. Me produce una inmensa tristeza que, precisamente
ahora que necesitamos tanto este pan de vida, nos veamos privados de
él por las especiales circunstancias de confinamiento que estamos padeciendo.
Quienes tenemos la gracia de poder
celebrar a diario la Eucaristía en casa nos sentimos llamados a compartir
espiritualmente esta riqueza para que todos podamos nutrirnos del pan de Jesús
y de este modo no sucumbamos en la batalla contra la pandemia y sus efectos colaterales:
ansiedad, depresión y tristeza.
Ayer, después del almuerzo, vi de
un tirón, en compañía de algunos hermanos de mi comunidad, el musical
33 que os recomendaba en mi blog.
Más allá de observaciones de detalle, disfruté con esta forma artística de
presentar a Jesús. Fue una buena preparación para estos días en los que celebramos que el testamento de Jesús sigue plenamente vigente.
Gracias Gonzalo por tus bellas palabras que nos ayudan a entender cómo ser fiel a la palabra. Doy gracias a Dios por vosotros los sacerdotes, por vuestra generosidad y amor por las personas. Esta noche, imaginamos cómo la vivió Jesús desde la cena con sus amigos pasando por la oración y soledad hasta el ser prendido por la traición y el olvido del amor. El sin embargo no hizo más que ser Amos. Un abrazo.
ResponderEliminarConocí a Julio. Aprendí mucho de él. Fue en Pozoblanco, Córdoba, hace un puñado de años. Pasé con él una semana inolvidable. Hombre lleno de Dios, servidor de la Palabra, descubre el rostro del Dios bueno que te ama y te convoca a su lado. GRACIAS, Julio. Gracias.
ResponderEliminarMe alegro mucho de que guardes tan buen recuerdo de Julio. Ciertamente, transmitía una gran humanidad. Fue uno de los participantes en la Fragua 1, en el ya lejano 1993.
EliminarConocí a Julio no hace más de 6 o 7 años. Desde el primer día que tuve contacto con el me trató con mucho cariño, desde ese mismo día hasta hace aproximadamente unas 3 semanas que fue cuando tuve el último contacto con él.
ResponderEliminarSolo guardo de él gratos recuerdos.
Mi más sincero pésame a su familia y a su familia claretiana.
DEP