Estas palabras de Jesús, tomadas del evangelio de hoy, nos vienen como anillo al dedo en estos días de reclusión doméstica (aunque bien podríamos calificarlos casi de “arresto domiciliario”). Cuando añoramos las celebraciones en las iglesias y las procesiones en las
calles, Jesús se nos acerca y nos dice al oído: “Este año deseo celebrar la Pascua en tu casa”. Es como si nos
dijera: “No es necesario que vayas al
templo. Tú eres el verdadero templo en el que yo habito. Descubre dentro lo que
tantas veces has buscado fuera”. Familias y comunidades están descubriendo
nuevas formas de vivir la Semana Santa. El pasado domingo mi sobrina Lucía me envió
un video de cuatro minutos en el que me mostraba cómo había organizado el
comienzo de la Semana Santa en su casa. Ella, con solo diez años, micrófono en
mano, había leído en su biblia infantil el pasaje de la entrada de Jesús en
Jerusalén. Luego se había atrevido a hacer una breve homilía. La celebración doméstica
incluía el reparto de trocitos de pan, el gesto de la paz y ¡cómo no! una procesión
por el salón de la casa con pequeñas palmas que mi cuñada les había preparado
con cariño. Confieso que me emocioné. Todo fue idea de ellos, de los pequeños de la casa.
Imagino que se
están dando casos parecidos en otras muchas familias. ¿No es una muestra de la
creatividad del Espíritu en tiempos de dificultades? Por eso, nunca como en
estos tiempos estamos descubriendo la “casa” propia como iglesia doméstica,
como lugar de encuentro con Jesús y entre nosotros de una manera nueva. Jesús
quiere celebrar la Pascua del 2020 en cada una de nuestras casas, quizás para
dar a nuestra fe un tono más personal y familiar, para ir más allá de las
manifestaciones multitudinarias.
Hoy, Miércoles
Santo, el evangelio
nos habla de una doble entrega. El verbo griego “paradídomi” (entregar)
alude a la “entrega-traición” (por parte de Judas) y a la “entrega-donación”
(por parte de Dios en Jesús). Judas “entrega” a Jesús (a quien llama Maestro,
no Señor) para que las autoridades lo juzguen y ejecuten. Podríamos decir que
su entrega es, en realidad, una venta que tiene un precio simbólico: veinte
monedas de plata. El Padre “entrega” a Jesús para que, muriendo por amor, nos
libere del pecado y de la muerte, nos redima. Su entrega es, en realidad, la
mayor expresión de amor que cabe imaginar. Dios mismo, en la persona de su Hijo,
se nos da como como pan de vida, como “fármaco de inmortalidad” en el
sacramento de la Eucaristía.
Esta dinámica de las dos “entregas” caracteriza también
nuestra vida personal. A veces, como Judas, nos “entregamos” a personas y
realidades que nos quitan la vida. En cierto sentido, vendemos el don de Jesús
por el plato de lentejas de un poco de placer, poder o fama. Es un camino que
nos va debilitando y vaciando hasta conducirnos inexorablemente a la muerte. Pero
no es esta nuestra vocación. Como hijos de Dios, estamos llamados a “entregarnos”,
como Jesús, para que los demás puedan vivir mejor, haciendo de nuestra vida una
ofrenda permanente a Dios y al prójimo. Este es un camino que nos va fortaleciendo
y colmándonos hasta conducirnos inexorablemente la vida plena en Dios. Como
siempre, se trata de elegir. Nada viene dado automáticamente.
Ayer hablé
durante unos minutos con un amigo que ha perdido a su esposa a causa del
coronavirus. Falleció en la madrugada del 2 de abril. Su cadáver reposa en el
Palacio de Hielo de Madrid hasta que pueda ser incinerado el próximo día 12 de
madrugada. Escuchando su voz entrecortada, sentí en mis carnes el dolor de los
miles de personas que en estos días interminables de crisis están perdiendo a
esposos, esposas, padres, madres, hijos e hijas, hermanos y hermanas, abuelos y
abuelas, amigos, familiares, conocidos. ¿Quién
se hace cargo de tanto dolor? ¿Qué compañía aseguradora carga con el peso de
tanto desconsuelo y ofrece un mínimo resarcimiento? No hay ser humano que sea
capaz de hacerlo.
Solo Dios puede recoger en el odre de su misericordia infinita
nuestras lágrimas porque él sabe lo que significa “entregar” a su Hijo, “perderlo”
para ganar la batalla definitiva de la vida. Solo la fe puede ofrecernos esta
perspectiva esperanzadora porque no se basa en imaginaciones o fábulas, sino en
la experiencia histórica de Jesús, que fue “entregado” por Judas a la muerte y
que fue “entregado” por Dios para la vida del mundo. A este Dios de la vida le
pido con todas mis fuerzas que consuele a quienes en estas semanas se encuentran
confundidos, desorientados, como “ovejas sin pastor”. Si algo nos ofrece el Misterio
Pascual es la certeza de que para Dios no hay nada imposible y de que la vida
siempre triunfa sobre la muerte.
Como un modo de
preparación para las fiestas de los próximos días, en el siguiente enlace podéis
ver completo el musical
33 sobre Jesús. Dura alrededor de dos horas y quince minutos. Según me
dicen, estará disponible en abierto solo
durante esta semana. Creo que merece la pena acercarse a un modo nuevo y
fresco de presentar a Jesús y su Evangelio.
Hola Gonzalo, esta semana Santa buscando comentarios del evangelio, precisamente la Cena de Betania, di con tu Blog. Te agradezco por tu labor diario de ayudar a reflexionar la PAlabra de Dios y Actualizarla. Saludos desde Argentina.
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